La enorme deuda que arrastramos
por culpa de las inversiones excesivas del estado, las comunidades autónomas,
los ayuntamientos, los particulares, las entidades financieras y los
especuladores, ha provocado un paro enorme que nadie sabe cuándo empezará a
descender y que atenaza a los gobernantes que dictan medidas que son de
inmediato contestadas en la calle y utilizadas por sindicatos y oposición en
términos de desgaste del poder.
Estos enormes problemas ocultan
otros más profundos, a los que parece no dársele la importancia que tienen, me
refiere a que estamos en un mundo cada vez más globalizado, que se rige
exclusivamente por intereses financieros y económicos, y que nuestra demografía arroja unos datos
pavorosos.
Dentro de este mundo
globalizado la Comunidad Europea comprueba hoy que, además de una moneda común,
son necesarias otras instituciones comunes de gobierno efectivo, lo que supone
que los estados miembros han de ceder partes cada vez más grandes de soberanía,
para que pueda existir una Europa fuerte y unida. ¿Hay voluntad de construir
tal Europa?
Pero si ya es difícil conseguir
la unidad eficaz de 27 naciones desiguales en tamaño, cultura y carácter, es
realmente imposible conseguir un gobierno eficaz para un mundo globalizado de
cerca de 200 países, con diferencias mucho más hondas y radicales. La ONU es un
tinglado infecto manejado por “expertos” al servicio de intereses poderosos.
Para gobernar una nación o un
conjunto de naciones, es necesario que existan gobernantes capacitados para
buscar el bien común y el equilibrio de los intereses de todos, lo cual
raramente ocurre, ya que buscan primero el propio interés y el de “los suyos”.
Si no existen gobernantes y
gobiernos capaces de someter y armonizar los intereses de todos, son los grupos
con poder económico y financiero los que consiguen imponer la ley del más
fuerte: desplazando capitales, dominando los mercados, influenciando a los
gobiernos, deslocalizando las industrias, en una búsqueda insaciable de
beneficios.
El otro problema que nos afecta
gravemente, pero del que no se habla lo suficiente, ni se adopta medida alguna,
es la demografía. Si algunos profetas y agoreros falsos se dedicaron a
asustarnos con la explosión demográfica, la realidad es que no crecemos, que va
descendiendo el número de españoles, que nuestra tasa de natalidad es de las
más bajas de Europa, incapaz de producir la reposición generacional.
Según los datos del INE miles
de personas están abandonando el territorio nacional y no solo de las que
vinieron de otros países por el efecto de llamada de la falsa prosperidad
pasada, sino de nuestros propios jóvenes sin futuro.
Nuestro sistema de pensiones,
nuestro estado de bienestar, estaba pensado con una pirámide de población en la
que las personas en edad de trabajar estuvieran trabajando y fueran más que los
viejos. Pues los trabajadores son cada vez menos y los viejos cada vez más.
Nada se hace sobre esto. La
misma crisis económica se invoca para no traer hijos al mundo, pero la
tendencia ya viene de atrás, pues los años prósperos no han modificado la baja
creciente de la natalidad. He leído hace unos días en algún lado, que desde los
años 70 la paternidad responsable se entendió como paternidad confortable.
Francisco Rodríguez Barragán