martes, 23 de julio de 2013

¿Quién creará una empresa?



 

Que el paro bajará cuando las empresas empiecen a contratar trabajadores es una obviedad, pero ¿dónde están esas empresas? Si alguien decide abrir una, se enfrentará en primer lugar al problema de decidir el bien o servicio que va a ofrecer a sus clientes a un precio competitivo, resultado de un coste adecuado.

Pero calcular tal cosa no es tarea fácil. Tendrá que invertir y arriesgar un capital propio o ajeno en local, instalaciones y asesores. Aunque se ha hablado muchas veces de la “ventanilla única” no hay tal, sino una larga serie de trámites ante las variopintas administraciones que pondrán a prueba su ánimo y paciencia.

Si empieza a funcionar y necesita contratar trabajadores, pasará formar parte de la clase “explotadora”. Si gana dinero, dirán que ha sido gracias al sudor de sus asalariados, pero si tiene dificultades, pierde dinero o tiene que cerrar, será difícil que sus asalariados le echen una mano, más bien serán los que empeoren su situación con demandas e indemnizaciones, mientras que pierde su capital o resulta embargado por los que se lo prestaron. Poner en marcha una fábrica o un negocio en estos tiempos es un riesgo que pocas personas están dispuestas a asumir.

La economía de mercado qué puede decir, qué puede aportar para resolver el problema del paro. Dicen los economistas que el mercado es un instrumento eficiente para la asignación de recursos, pero se han asignado ingentes cantidades para multitud de realizaciones ineficientes, cantidades que se han obtenido y se siguen obteniendo en el mercado de capitales, ahora en forma de deuda del estado, que todos pagaremos en forma de impuestos crecientes.

Se asignaron recursos exorbitantes para la construcción de viviendas, urbanizaciones, carreteras, polideportivos o parques. Durante unos años hubo trabajo para todos, lo que atrajo a millones de emigrantes, pero fallaron los controles, explotó la burbuja inmobiliaria y llegó la crisis y el paro.

Las grandes entidades financieras, las cajas de ahorros, ─jugando a ser bancos─, regidas por políticos y sindicatos incompetentes, los partidos gobernantes de las múltiples y variadas administraciones empeñados en llevar a sus ciudades y pueblos obras faraónicas, universidades, aeropuertos, autopistas, trenes de alta velocidad o palacios de congresos, sin previsión alguna de su viabilidad, nos han traído donde estamos. Nadie es responsable de nada, pero pagamos todos.

El estado de bienestar, que empezó en tiempos del régimen anterior, se ha ido  ampliando cada vez más, universalizando la seguridad social y la  asistencia sanitaria, hasta llegar a ser cada día más insostenible, pero sin decidirse a ningún cambio en el modelo de gestión que resulte más barato y eficaz. Se grita y se corea el eslogan de que nadie haga negocio con la salud, aunque el gran negocio sea el de los gestores de estas instituciones y los políticos que los nombran desde sus variados cargos y consejerías, que ganan bastante y arriesgan poco.

Lo mismo podemos decir de la educación, otra área del estado del bienestar, cuyos resultados ponen al descubierto su deficiente orientación y el elevado coste que recae sobre los sufridos y exprimidos contribuyentes, mientras que buena parte del personal docente defiende a capa y espada “lo público” como la mejor opción.

¿Quién va a pagar todo esto? Pues nosotros, los contribuyentes, que cada vez nos van exprimiendo más.

Francisco Rodríguez Barragán





 

La administración, los contribuyentes y la transparencia



Una gran parte de nuestros políticos y gobernantes, al igual que muchas de nuestras instituciones, se han ido ganando a pulso su desprestigio y nuestra desconfianza a lo largo de estos 35 años de democracia.

El despilfarro y la corrupción van siempre de la mano, aunque puede haber, quizá, despilfarradores que no se hayan beneficiado personalmente de su mala gestión y corruptos y corruptores que han actuado siempre movidos por la codicia, aunque sus ganancias duerman escondidas en lejanos o cercanos paraísos fiscales, en cajas fuertes o simplemente debajo del colchón.

Es curioso que el gobierno tenga montada una gigantesca administración, perfectamente informatizada y automatizada para detectar cualquier error en el pago de impuestos de cualquier asalariado, pequeño empresario o trabajador autónomo, mientras  resulta incapaz de conseguir que las cuentas de los partidos y los sindicatos sean transparentes y conocidas de los sufridos contribuyentes, de cuyos bolsillos son extraídas las cantidades de que disfrutan.

Cuando hacemos la declaración de la renta se nos pregunta si queremos destinar una pequeña fracción de nuestra cuota a la Iglesia Católica o a obras sociales, pero no nos preguntan si estamos de acuerdo con las subvenciones que van a distribuir de nuestros dineros a partidos y sindicatos o para programas extranjeros, que ¡vaya a usted a saber quién gestiona! o a películas que, según se dice, algunas no llegan ni a estrenarse o a las numerosas fundaciones creadas por unos y otros, cuya función social tampoco es conocida por nosotros los que, en definitiva, las sostenemos con nuestras obligatorias aportaciones en forma de impuestos: ese IVA que realmente más que un impuesto sobre el valor añadido es un impuesto para  disminuir el valor de nuestros salarios, sueldos o pensiones.

Nos dicen que van a estudiar una reforma fiscal importante, cuando lo que necesitamos es una reducción fiscal importante. Que nos dejen gastar el dinero que ganemos como tengamos por conveniente en lugar de írnoslo mermando con el señuelo del insostenible estado de bienestar. Recuerdo cuando la cotización a los seguros sociales se explicaba como “salario diferido” ahora nadie lo dice para que no nos percatemos de que no hay tal salario diferido, sino una probable quiebra del sistema si sigue aumentando el número de viejos y disminuyendo el de niños.

Hablan de una ley de transparencia: confiesan por tanto que todo está embrollado y que los órganos que tendrían que haber velado por ella han fracasado. También fracasará esta ley si llega a dictarse, porque aunque unos y otros estén constantemente a la greña, no es para desbancar a los inútiles y corruptos de un partido sino para sustituirlo por otros de similares aptitudes del partido contrario, dejando intacto el entramado de sus privilegios.

Con el sistema electoral vigente estamos condenados a ser gobernados por uno de los dos partidos nacionales, si alcanza la mayoría absoluta y la utiliza, y caso contrario por inestables y onerosas coaliciones con nacionalistas y extremistas.

Mientras tanto seguiremos, como si se tratara de un deporte más, los incidentes judiciales del PP y su tesorero o del PSOEA y sus ERES falsos, siempre que no se vayan extinguiendo en el tiempo, como parece pasarle al caso Urdangarín.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

 

domingo, 7 de julio de 2013

Una soberanía venida a menos



Muchos de los que vivíamos en aquellos tiempos en los que se construía la Comunidad Europea, pieza a pieza, nos entristecía sentirnos excluidos por no tener un sistema de gobierno homologable. Luego vino la transición que generó tantas esperanzas, una constitución que comenzaba diciendo que la Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover  el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía proclamaba que España se constituía en un estado social y democrático de derecho.

Siete años después de aprobarse la constitución, el 12 de junio de 1985 se firmó el Tratado de Adhesión a la CEE y desde enero de 1986 ya éramos miembros de pleno derecho y todos, o casi todos, tan contentos.

La euforia del europeísmo pasó por alto que la agricultura española colisionaría con la agricultura francesa y alemana. España empezó a recibir dinero a cambio de matar vacas, arrancar olivos y viñas o sembrar girasoles subvencionados.

El paisaje se llenó de letreros informando que tales y cuales obras se hacían con fondos europeos. Como teníamos regiones deprimidas llegaba dinero europeo para levantarlas. Eran las regiones que estaban a la cola en renta per cápita y siguen estándolo.

Luego entramos en la moneda única cuyas ventajas nos vendieron acompañadas de pequeñas calculadoras para convertir pesetas a euros o euros a pesetas. Desde entonces la política monetaria salió de nuestras manos. Era una pérdida de soberanía, pero los préstamos que habían llegado a estar hasta un 17% de interés se abarataron y el precio del dinero, fijado por el Banco Central Europeo, animó a nuestros bancos y cajas a una expansión del crédito que hizo posible la burbuja inmobiliaria, cuyo estallido lamentamos.

Como cualquiera que gasta más de lo que gana, España ha terminado en manos de sus acreedores que nos imponen sus condiciones.

Nadie nos advirtió a los españoles que tendríamos que obedecer, sin rechistar, todas las directivas del gobierno de Bruselas en agricultura, medio ambiente, pesca o industria y que también nos ordena subir impuestos, reformar nuestras leyes laborales, disminuir las pensiones… y la palabra “rescate” como una amenaza.

A nuestra complicada justicia con tantos tribunales “superiores”, recursos y garantías, se añade el Tribunal Europeo de Derechos Humanos como otra instancia más que puede tumbar las sentencias españolas.

Parece claro que la soberanía, que tan pomposamente se proclamó en el preámbulo de la constitución, ha quedado un tanto recortada, por mucho que nos digan unos y otros.

El gobierno se debate entre tanto problema, no sé si pensando en las próximas generaciones o en las próximas elecciones. Pero si no resulta muy airoso su papel en Europa, más cerca de Italia, Portugal o Grecia que de Alemania, el espectáculo interno es mucho peor. A pesar de todo lo que diga el título VIII del texto constitucional, no parece que haya decisión suficiente del gobierno para obligar a las comunidades autónomas díscolas a cumplir las leyes ni las sentencias de los tribunales.

Confiemos que las reformas que nos anuncian cada día sirvan para algo más que para ser tema de debate en las tertulias de televisión y radio.

Francisco Rodríguez Barragán




 

¿Qué políticas promueve el gobierno?

 

La vicepresidenta del gobierno ha anunciado que da carpetazo a la reforma de la Ley del aborto por las divisiones que la misma suscita entre los miembros de su partido. Esta lamentable noticia pone de manifiesto, una vez más, el error de muchos que los votamos creyendo que podían solucionar los desaguisados del nefasto gobierno anterior. Está visto que los partidos políticos utilizan los votos de los ciudadanos como un cheque en blanco, que les faculta para hacer lo que les venga en gana. Economía: sí. Aborto, educación, familia: ¡ya veremos!

También queda claro que vivimos en una sociedad que se va quedando sin valores morales a defender. La familia como base insustituible de una sociedad sana, el matrimonio entre un hombre y una mujer fundado en la fidelidad y la estabilidad como base de la familia,  la sexualidad como ejercicio responsable de nuestra facultad reproductiva, el derecho del niño a nacer y a disfrutar de un padre y de una madre, son cosas que debían estar asumidas por cualquier persona razonable, pues establecer lo contrario resulta monstruoso.

Los recalcitrantes anticlericales dirán que rechazan estos valores por ser los de la Iglesia. No llegarán a enterarse nunca que los valores morales no son valores ni morales porque los defienda la Iglesia sino que la Iglesia los defiende porque son valores y son morales. Cualquier persona dotada de razón que busque el bien y la verdad con honradez y sin prejuicios lo entenderá, aunque no sea creyente.

Por desgracia se han ido difundiendo en nuestra civilización occidental los gérmenes corrosivos que terminarán por destruirnos. Una visión materialista y hedonista del hombre, la perversa declaración de los llamados nuevos derechos para gozar sin deberes ni responsabilidades, al mismo tiempo que la educación se dedica a manipular las conciencias desde la infancia a la universidad, en lugar de enseñar a ser personas capaces de pensar, de tener dominio sobre sí mismos, a prepararse para contribuir con su inteligencia y su esfuerzo a hacer un mundo más justo y más humano.

Quizás pueda parecer que la actual lucha  judicial contra la corrupción y el despilfarro va a redimir a nuestra democracia de sus lacras.  No estoy seguro. Aunque algunos lleguen a pagar por sus delitos, serán legión los que queden impunes y los que se dicen ateos ni siquiera podrán decir que Dios les pedirá cuenta, que Dios los juzgará.

He escuchado a políticos de un partido o de otro decir que la mayoría de ellos no son unos “chorizos” sino gente honrada que trabaja por el bien común. Por supuesto que no todos serán corruptos y ladrones, pero no han hecho nada por limpiar sus partidos de gentuza. Nadie que quiere llegar a ser candidato de algo se atreve a molestar a los que tienen el arbitrario poder de seleccionar los candidatos y el orden en que van a aparecer.

No sabemos cómo ni cuándo saldremos de la crisis económica, pero me preocupa aún más si llegaremos a salir de la crisis de valores morales que padecemos. Para la economía se están dedicando esfuerzos, mejor o peor orientados dentro de la cuestionable Unidad Europea, para la moralización de nuestras vidas y costumbres, ¿qué podemos hacer?.

Francisco Rodríguez Barragán





 

martes, 2 de julio de 2013

¿Qué esperamos?


Se nos viene anunciando la salida de la crisis que padecemos  desde que empezó, allá por el 2008, cuando el gobierno hablaba de “brotes verdes”. Las últimas elecciones, que otorgaron una amplia mayoría al Partido Popular, despertaron  grandes esperanzas de que con los nuevos gobernantes todo se arreglaría, pero no ha sido así.  Ahora se ofrecen tímidas y escasas esperanzas para trimestres venideros bastante inconcretos.

Qué pueden esperar los que perdieron su empleo hace varios años, los que no han conseguido aun el primero, los que ni estudian ni trabajan, los que siguen viviendo a costa de sus padres, los que no tienen ningún proyecto que emprender, los que lo tienen pero carecen de medios o crédito…

Los que hoy tienen empleo ¿podrán jubilarse? Los pensionistas ¿seguirán cobrando su pensión? Las pensiones ¿serán cada vez más reducidas y desactualizadas?

Lo único seguro es que seguirán exprimiéndonos con impuestos crecientes, para poder seguir protegiendo nuestros derechos, según dicen ellos, para pagar sus sueldos y privilegios, según mi parecer. Es curioso que sigamos esperando que arreglen este desbarajuste los mismos que lo causaron, de un color u otro, aunque quizás por encima de la casta política conocida, haya otras instancias más o menos secretas y desconocidas que deciden sobre nuestras vidas, manipulando las finanzas y destruyendo los cimientos mismos de la sociedad: la familia, la moralidad, la justicia, la honradez, el esfuerzo personal o el mérito.

Hay muchos progresistas, de estricta obediencia, que siguen las consignas de la masonería, que desde el siglo XVIII está empeñada en destruir todo lo cristiano, invocando siempre la libertad y la tolerancia. Parece que muchos cristianos se baten en retirada, no se atreven a confesar su fe, unas veces porque hay un claro desajuste entre su fe y su vida y otras por temor a ser marginados y perseguidos.

La enseñanza es el lugar privilegiado para inculcar la ideología “de las luces” y a ella se aplican con entusiasmo. Aquella asignatura de educación para la ciudadanía desvelaba su pretensión manipuladora, hablando se “nuevos derechos” mientras incitaba a la juventud a gozar sin frenos.

Proclamar que la libertad sirve para buscar la verdad y obrar en consecuencia, es una consigna que pone en peligro todo el tinglado político. Un hombre que piense por su cuenta y no se deje seducir por el ambiente puede ser tachado de peligroso.

El único fundamento de la libertad es Dios, por eso quieren eliminarlo, si acaso, reducirlo al ámbito privado. El deísmo del siglo XVIII, con un dios manipulable, ha dado paso al laicismo combativo, al ateísmo convertido en religión dogmática y feroz, que trata de instaurar una sociedad sumisa a sus mandatos.

Pero Dios, el que nos fue manifestado en Cristo, es un Dios que salva, que libera al hombre. La gloria de Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre es la contemplación de Dios, nos dijo San Ireneo. Si nos alejamos de Dios como fundamente de nuestra existencia, no hay duda de que caeremos en manos de los que quieren esclavizarnos con promesas de bienestar imposible.

Francisco Rodríguez Barragán