sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Sigue siendo el cristianismo una religión en Europa?



Con motivo de la visita del Papa a Turquía se han publicado muchos artículos pero me ha impactado leer en Páginas Digital, que la Santa Sede no se plantea pedir la restitución de los bienes confiscados por Ataturk, sino el simple reconocimiento jurídico y que, preguntado sobre esta cuestión, el ministro turco de urbanismo, ha respondido que el asunto se había vuelto superfluo, ya que el cristianismo ya no es una religión, sino más bien una cultura, por lo que no procedía su reconocimiento jurídico como entidad religiosa.

Esta afirmación contundente de que el cristianismo ya no es una religión, por más que desde una visión islamista tenga la idea de que la religión es algo que se inserta en la organización misma del estado, me ha dejado preocupado.

Para el Islam radical que persigue a los cristianos que viven dentro del área musulmana, está claro que entienden que se trata de una religión a la que destruir, y los cristianos unos infieles que merecen la muerte por no abrazar el Corán o por haberse separado de él.

Pero Turquía, a caballo entre Europa y Asia, que ha mostrado sus deseos de formar parte de la Comunidad Europea, debe referirse a su percepción del cristianismo en nuestros países occidentales en los que hemos de reconocer que estamos perdiendo, o ya hemos perdido, el alma cristiana que nos constituyó.

Aunque conservemos catedrales y monumentos, fiestas populares y fachadas cristianas,  vivimos muy lejos de los valores cristianos. Impera el relativismo más absoluto, todo vale, no se acepta nada como verdadero, se imponen valores de nuevo cuño, extraños derechos como el matrimonio homosexual, la ideología de género, el aborto, el cambio de sexo,  el respeto a las no sé cuantas orientaciones sexuales, la anticoncepción que está envejeciendo a nuestros países…

 La familia, piedra fundamental de la sociedad, sufre constantes ataques para reducir su papel de transmisora de valores, aunque quizás haya cada vez menos familias que puedan transmitirlos: aumentan las parejas sin hijos o con un solo hijo. El consumismo, el hedonismo, la sexualidad sin responsabilidad, se van enseñoreando del ambiente y hablamos del estado de bienestar, nuestra gran aportación,  que cada vez es más insostenible en un mundo globalizado y desigual.

Hay una irresistible presión para que el cristianismo se reduzca a espacios privados, mientras que los musulmanes, que van ocupando las ciudades de Europa, hacen cada vez más pública ostentación de su religión.

La profecía de Gadafi de que Europa caerá en manos del Islam como una fruta madura, conquistada por los vientres de sus mujeres, parece en camino de cumplirse. Las musulmanas tienen más hijos que las europeas y con sus velos y vestidos se consideran mejores que las europeas que no paren y exhiben sus cuerpos sin pudor.

La respuesta del ministro turco que considera que el cristianismo no es ya una religión no podemos pasarla por alto, todos tendríamos que reflexionar seriamente sobre los valores que se nos imponen y los que hemos perdido.

Creemos solo en nuestras propias realizaciones y hemos abandonado a Dios, el único que es garantía del bien y de la libertad.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una buena formación no es suficiente


El caso de los sacerdotes presuntamente pederastas de mi ciudad, ha provocado que muchas conversaciones giren sobre la cuestión y se pregunten escandalizados: ¿cómo es posible que, habiendo recibido una buena formación,  puedan dejarse llevar por un vicio tan repugnante?

Por mi parte respondo, que la formación por sí sola no es suficiente para estar a salvo de las tentaciones que el demonio nos presenta cada día, aunque buena parte de los que me escuchan no creen en la existencia del demonio.

También arguyo que todos los corruptos, que andan por los tribunales por haberse enriquecido ilícitamente,  no carecen de formación, aunque nunca se hace mención de ello en el mismo sentido que los curas, pero tanto unos como otros sabían perfectamente que lo que hacían era malo.

Pienso que todos tenemos bastante claro lo que está bien y lo que está mal, de lo que hacemos cada día, aunque nuestras acciones no lleguen a estar tipificadas en el Código Penal. Los curas pederastas son malos, malísimos, los corruptos son también malísimos, pero cada uno de nosotros ¿estamos acaso justificados, esperando nos canonicen?

Nadie está libre de ser tentado por el demonio y caemos una y otra vez cada día, pero tenemos una gran habilidad para justificarnos con las más variadas y falsas argucias.

La mentira la usamos de forma habitual, sin ningún remordimiento de conciencia, siempre que el embuste nos sea favorable. Lo mismo la otra clase de mentira que es la ocultación de la verdad en el ámbito familiar, en el ámbito laboral o el fiscal.

La fornicación y otros vicios han tomado carta de naturaleza en nuestra sociedad. Gozar de la sexualidad sin trabas ni responsabilidad, incluso respetando, como ahora se dice, la orientación sexual de cada cual. Todo vale, si no media violencia declarada o de género. Si no creemos que el fornicio y otros vicios sean pecado, tampoco creeremos que el demonio nos esté tentando todos los días. El gran éxito de Satanás es haber conseguido pasar desapercibido.

Nuestra naturaleza, que teóricamente debía tender al bien y a la verdad, podemos comprobar que se complace en el mal y en la mentira, siempre que con ello nos libremos de cualquier esfuerzo personal.

Andamos averiguando los misterios del universo, pero no tratamos de saber lo que haya podido ocurrir para que nuestra naturaleza esté sujeta a la seducción del mal. Peor aún: rechazamos las explicaciones que se nos ofrecen si llevan implícitas el esfuerzo del dominio de sí mismos o la exigencia de reconocer  a un Dios-Creador que nos pedirá cuentas.

Los cristianos recitamos a menudo, más o menos distraídos, la oración que el mismo Jesús nos enseñó: el padrenuestro, que termina pidiendo a Dios que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal. Porque el mal existe, actúa en el mundo y se opone a que los hombres alcancemos la gloria que ellos perdieron por su soberbia.

Empieza el Adviento, tiempo de esperanza, pero ¿qué esperamos? ¿el estado de bienestar? ¿consumir hasta reventar? ¿diversión y vacaciones?... Si no reconocemos nuestra situación de pecadores no habrá salvación para nosotros.

Francisco Rodríguez Barragán