viernes, 26 de agosto de 2016

Otras corrupciones


Todos los días leemos o escuchamos el mantra de la corrupción del Partido Popular, que no dudo que la tenga, pero los demás partidos ¿están limpios de corrupción? Es dudoso. Luchar contra esta lacra es loable, pero quizás sería conveniente meditar sobre otras corrupciones que nos afectan a todos los ciudadanos y que demuestran la falta de moralidad, honradez e incluso sentido común de los que nos gobiernan.
Podemos empezar por las inversiones de las distintas administraciones que tienen difícil justificación. Las deudas generadas por todas ellas recaen sobre el bolsillo de los contribuyentes que pienso tienen derecho a exigir cuentas del dinero que, a través del consumo o de la renta, tenemos obligatoriamente que pagar y todavía más si el dinero proviene de fondos europeos, que nos concedieron para elevar el nivel de renta de algunas regiones que después de tantos años siguen a la cola, pues la mala gestión de estos fondos afecta a todos los ciudadanos que formamos la Unión Europea.
No veo que ninguno de nuestros políticos proponga la exigencia de responsabilidades por la construcción de aeropuertos cuya viabilidad no se tuvo en cuenta, de carreteras radiales que vemos escasamente utilizadas, de televisiones de ámbitos diversos perfectamente prescindibles, de medios de transporte onerosos como metropolitanos innecesarios que tienen que ser subvencionados por las administraciones. ¿Son rentables todas las líneas de alta velocidad?
Hay polideportivos o teatros en pueblos de escasos habitantes que no se justifican, de escasa utilización y demanda. Quizás la razón de hacerlos fue que en el pueblo de al lado lo hicieron y no vamos a ser menos.
También tenemos colegios e institutos con escasos alumnos y otros sitios con aulas provisionales que se han convertido en definitivas.
En mi ciudad se ha levantado un complejo sanitario enorme que seguramente era innecesario, máxime en tiempos de crisis económica. También muchos organismos y administraciones construyen sin parar nuevos edificios, sin que nadie haya planteado la pregunta ¿son necesarios?
No hay peor corrupción que la mala administración del dinero público y los partidos, más interesados en derribar al contrincante que en proponer soluciones posibles, no les he oído pedir cuentas sobre el uso del dinero público.
Es grave que alguien se aproveche del cargo para su lucro personal y debe ser perseguido, castigado y que devuelva el dinero mal adquirido, pero ¿qué responsabilidad puede exigírsele a quienes gastaron sin prudencia? Si además gastaron pensando en comisiones y mordidas para sí mismos o para el partido ¿no deberían ser inhabilitados de por vida para cualquier cargo público?
De vez en cuando oigo hablar de la reforma de la administración pero lo cierto es que tenemos demasiadas administraciones, demasiados funcionarios y demasiados políticos y poco se hace para resolverlo. Conseguir el mejor y más barato aprovechamiento de los medios humanos y materiales  que los ciudadanos ponemos en manos de las administraciones. ¿Está entre las medidas de las que tanto se habla?
¿No es escandaloso que nuestros representantes solo se pongan de acuerdo para fijar sus sueldos, dietas y beneficios?
Me aburre oír a todas horas hablar de la corrupción pero de la responsabilidad de los gobernantes en las decisiones equivocadas o imprudentes, que repercuten en todos los ciudadanos, no se habla, quizás porque todos tienen que callar.
A ver si el próximo gobierno se toma en serio las reformas que necesitamos para que los dineros que nos arrebatan no se dilapiden.
Francisco Rodríguez Barragán
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Nuestro bien ¿es tener o ser?


Hay una coincidencia básica en todas las personas y es su deseo de felicidad. Podemos decir que desde que nacemos nuestra vida es una continua búsqueda de ser felices, una tendencia permanente a poseer el bien como único objeto de todos nuestros esfuerzos, aunque no sepamos exactamente qué sea el bien que buscamos. Lo que es claro es que nadie busca el mal para sí mismo sino que trata de evitarlo y cuando algún mal lo alcanza se siente desgraciado.
El problema se plantea cuando no somos capaces de identificar cual sea el bien que buscamos o el mal del que quisiéramos alejarnos. Por tanto lo primero que necesitamos esclarecer es qué sea el bien para cada uno de nosotros pues podemos esforzarnos en vano o confundir el bien y el mal.
Sentado que todos buscamos nuestro propio bien preguntémonos en qué consiste tal bien, si es en la posesión de cosas, si es en el disfrute de sensaciones, si es en el ejercicio del poder sobre otros o si es en el desarrollo de las propias cualidades. En definitiva pretendemos ¿tener o ser?
Quizás la pregunta no parezca una disyuntiva pues pensamos que para ser hay que tener y que cuantas más cosas tengamos más seremos. Por mi parte creo que es más importante ser que tener y que la posesión de cosas no añade de forma automática una mayor densidad a nuestro ser persona. Se puede ser inmensamente rico y ser una persona despreciable y se puede vivir modestamente y ser una persona admirable.
Pero lo cierto es que el que busca una cosa u otra lo hace porque cree que tal cosa es buena para él, aunque resulte muchas veces que lo que elegimos buscar nos hace desgraciados, no era ningún bien. Por ello la base de toda educación tendría que ser ayudar a discernir lo bueno de lo malo, aunque muchas veces los encargados de hacerlo tampoco lo saben, eligieron mal y viven desgraciados.
Lo más importante que cada uno tenemos es el ser que nos ha sido dado y del que tenemos que desarrollar todas sus posibilidades. Ser persona es mucho más importante que ser rico o poderoso. Somos un cuerpo animado por un espíritu y lo mismo que podemos cultivar nuestra inteligencia para saber y comprender la realidad, también habremos de cultivar nuestro espíritu para comprender que hay algo más allá de la realidad material, que existen unos lazos invisibles que nos unen a los demás y al que concedió la existencia a ellos, a nosotros y al universo; Dios.
Aunque la soberbia y el desvarío de muchos se empeñe en convencernos de que Dios no existe, de que somos nosotros mismos los que lo hemos inventado, de que el universo se ha producido por azar y otras lindezas por el estilo, lo cierto es que nuestra vida pasa como un soplo y el tiempo que nos fue concedido  podemos aprovecharlo para buscar el auténtico bien, el sumo bien que es Dios mismo o desperdiciarlo tontamente. Lo que hayamos conseguido tener quedará aquí abandonado, pero lo que hayamos conseguido ser nos acompañará después de la muerte para bien o para mal.
Nuestra vida, nuestro interior, no dependen por fortuna de que haya o no gobierno o de que el gobierno sea de un color u otro, sino de Dios que por amor nos dio la vida y espera nuestra correspondencia.
Francisco Rodríguez Barragán
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¿Cuándo habrá debates sobre lo que de verdad importa?


Todos los medios de comunicación de gran audiencia nos ofrecen cada día debates y discusiones políticas, pero estos se reducen a elucubrar acerca del próximo gobierno y las posturas de los partidos ante la posibilidad de unas terceras elecciones, pactos y componendas, radicalismos, cerrazón y desplantes cara a la galería.
Por mi parte, saco en consecuencia que todos buscan el poder y sus prebendas y los que se dicen liberales no sé muy bien qué libertades promocionan, los que se dicen social-demócratas tampoco explican claramente en qué consiste su rimbombante título y los populistas viven en un cacao mental notable, pero todos son unánimemente intervencionistas, aspirantes a dominar los mecanismos de los variados boletines oficiales y los centros de decisión.
En cuanto a los que se dicen nacionalistas hablan de romper con España, como si eso fuera posible, pero también son intervencionistas a ultranza y enemigos de libertades que no sean las que ellos concedan...
El gobierno del PP, todavía en funciones, es continuista del anterior del PSOE pues las leyes de Rodríguez Zapatero no han sido alteradas en lo más mínimo, a pesar de todo lo que dijera el programa del PP, que le dio una aplastante mayoría absoluta y del que, sin duda, quieren olvidarse y pasar página, amparados en su mayoría relativa.
Aunque una buena parte de los españoles se confiesen cristianos no parece que les inquiete demasiado la fragilidad de la familia, el descenso de la nupcialidad y el de la natalidad, el envejecimiento imparable de la población, la aceptación social del ¡aborto como derecho! o la convivencia sin matrimonio.
Bajo el señuelo engañoso de luchar contra la discriminación social de determinados colectivos minoritarios, todos los partidos imponen a la mayoría unas leyes absurdas y totalitarias que promueven la elección del sexo por parte de los niños diciendo que la libertad individual para ello está por encima de cualquier realidad biológica y tal aberración ha de enseñarse en los colegios y quienes se opongan pueden ser acusados, juzgados y multados por la Gestapo ideológica que se nos viene encima.
Sobre estas cosas los medios de comunicación importantes no facilitan ningún debate continuado, sino más bien al contrario, colaboran a que tales leyes, las aberraciones sexuales, la destrucción de la familia y hasta los vientres de alquiler, sean aceptados socialmente.
Los cristianos, escasamente evangelizados, aceptan sin discusión que la Iglesia, de la que teóricamente forman parte, no deba inmiscuirse en política, lo cual forma parte del credo de todos los partidos, que en el mejor de los casos los tolera y en los demás, sin llegar a perseguirlos abiertamente, los combate con un laicismo agresivo, con un ateísmo militante.
También es cierto que dentro de la misma Iglesia hay gente que busca agradar al poder, evitar enfrentamientos y conservar lo que pueda en colegios y obras asistenciales pero ha renunciado a evangelizar, a ser luz que ilumine las conciencias, a ser sal de la tierra, a recordar que ningún partido puede salvarnos sino Jesús, el Crucificado, que advirtió a sus seguidores que serían perseguidos por su causa, pero les urgió a anunciar el reino de Dios al mundo entero, a todas las realidades, incluido el gobierno de cada nación, de cada organización política. ¿Para cuándo ese debate?
Francisco Rodríguez Barragán
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La regla de oro


En el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirma que todos los hombres están dotados de razón y conciencia, por lo que deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Claro que del dicho al hecho hay un gran trecho.
Mucho siglos antes de esta Declaración de 1948, filósofos, sabios y pensadores han reflexionado sobre lo que se ha llamado la regla de oro, principio moral general que puede expresarse “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” o “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Prácticamente la regla puede encontrarse en todas las culturas que nos han precedido, al menos desde el imperio medio egipcio.
No se trata de ninguna imposición autoritaria sino de una regla de puro sentido común, como norma para nuestras relaciones con los demás, aunque sobre ella hayan escrito todos los grandes pensadores.
Kant lo formuló como imperativo categórico: “Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal” lo que queda muy bonito y redondo pero en nuestra vida diaria ¿se da esto?
¿Quiénes son los otros para mí, para cada uno de nosotros? ¿Quizás los que tiene el mismo color de piel, nuestros paisanos, los de nuestro mismo partido político, los de nuestra propia familia?
Tendremos que reconocer que no es fácil la cosa. Estamos siempre alerta por si alguien nos perjudica, pero siempre también tenemos razones para tratar de justificar los perjuicios que causamos a los demás, bien sean nuestros coherederos, nuestros vecinos, nuestros conciudadanos.
El acoso escolar o el acoso laboral, la violencia doméstica, el vandalismo que se produce contra el mobiliario urbano o la propiedad ajena, la agresividad política o sindical contra los ricos, los patronos, los diferentes, llenan todos los días los medios de comunicación. Hasta la rivalidad deportiva crea enemistades incomprensibles.
También hay quienes manipulan la regla de oro para que solo haya de aplicarse entre “los nuestros”. Los demás son enemigos, herejes, infieles a los que exterminar, los que forman el bloque del mal.
Aceptar y vivir la fraternidad universal no es una actitud generalizada en nuestro mundo enfrentado y dividido en el que Dios va siendo arrinconado y si no hay un padre común, ¿cómo podemos creer que somos hermanos? ¿Es suficiente la Declaración de Derechos Humanos para vivir en paz y armonía?
Naturalmente lo que es imposible para los hombres es posible para Dios y los que a Él se acogen podrán, con su ayuda, avanzar por caminos de fraternidad. Jesús de Nazaret formuló la regla de oro de manera mucho más exigente:”Se os dijo amarás a tu prójimo y odiaras a tu enemigo, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. Si queréis solo a los que os quieren ¿qué mérito tenéis? Eso es lo que hacen los paganos. Vosotros sed buenos del todo, sed buenos siempre.
¿Cuántos de los que nos decimos cristianos estamos dispuestos a todo ello?
Francisco Rodríguez Barragán
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Cosas de las que no se habla antes ni después de las elecciones


Como hay multitud de analistas hablando y escribiendo acerca de las pasadas elecciones, pienso que debo de escribir desde otra perspectiva, seguramente la más olvidada, la recuperación de los valores morales que hacen posible la convivencia.
La regeneración política, de la que todos hablan, se concreta en  la lucha contra la corrupción que se ha producido por parte de algunos al aprovecharse del cargo para llevarse lo que no es suyo. Para esto deberían bastar los tribunales de justicia, en cambio para regenerar los valores de toda la sociedad hace falta mucho más.
En primer lugar identificar estos valores y las consecuencias que está produciendo su pérdida en una sociedad que ha optado por seguir una ética de la comodidad, de la satisfacción de los deseos, de la abolición de cualquier deber que pueda exigir esfuerzo.
La moral parece existir solamente acerca de la rapiña en el comportamiento político pero ha quedado abolida de hecho respecto a todo lo demás. De esta abolición se resiente en primer lugar la institución familiar cada vez más inestable,  incapaz de hacer un proyecto de vida en común, de tener hijos y educarlos, de afirmarse como la célula básica de la sociedad.
“Liberados” de la moral conyugal solo queda la búsqueda de la satisfacción sexual sin responsabilidad. Las consecuencias están a la vista: se ha hundido la nupcialidad y la natalidad. Mientras que crece el número de abortos, nacen menos personas de las que se mueren, nuestra sociedad envejece y se suicida. ¿Preocupa esto a los que pelean por gobernar el país?
La transmisión de valores morales ha pasado de manos de los padres al estado, prácticamente sin lucha ni discusión. Son las administraciones las que deciden lo que han de aprender los niños desde la guardería a la universidad. Es un adoctrinamiento absoluto en los “nuevos valores progresistas”, como por ejemplo la ideología de género, la elección de sexo, facilitar la promiscuidad desde la adolescencia,  inculcar el relativismo que invita a no buscar la verdad ya que todas las opiniones son igualmente aceptables.
Son las leyes de Rodríguez Zapatero y sus ministras que el gobierno siguiente ha mantenido, seguramente porque las comparte. Los padres no pueden castigar a sus hijos y se invita a los hijos a denunciar a los padres. ¿Recuerdan la película “Los gritos del silencio”?
La historia ha dejado de ser el relato veraz de nuestro pasado para reescribirlo de forma interesada, como presintió Orwell en su 1984. Las nuevas generaciones  no saben nada de nuestra historia, el pasado es el que le cuentan, no el que podían haberle transmitido sus padres si es que estos lo hubieran sabido. Son ya varias generaciones incapaces de transmitir nada, salvo odios y resentimientos.
Pero como las sociedades necesitan normas y leyes se han fabricado otras que tratar de proteger la salud sexual y reproductiva (aborto), prolongar la vida sin cambiarla pero jaleando el derecho a una muerte digna (eutanasia). También están las leyes que pueden castigarnos si abandonamos al gato, pero no si matamos al concebido en el vientre de su madre, una decidida protección de las especies, excepto la humana.
¿Sobre todo esto han hablado los políticos? ¿Han exigido algo los ciudadanos?
Francisco Rodríguez Barragán
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Me duele España


Me duele España, como le dolía a Unamuno, a Ortega o a Quevedo, con dolor sordo y lacerante que me desazona y entristece.
Me duele España en manos de políticos mentecatos incapaces de formar un gobierno, políticos de salón que piensan más en sus escaños y prebendas que  en las necesidades de los españoles que les pagamos el sueldo.
Me duele España que se deshace en pedazos bajo demasiadas banderas engañosas mientras se menosprecia en tantos lugares la bandera española, roja y gualda, sin que el gobierno reaccione.
Me duele España que en lugar de enorgullecerse de sus variadas formas de hablar, escribir o divertirse se enfrenta cada día con los que quieren eliminar el castellano, el que todos entienden, de la enseñanza, los medios de comunicación y hasta de los rótulos comerciales.
Me duele España en la que matar un toro en el ruedo es un asesinato mientras que matar a los niños por nacer es aceptado como normal y el aborto se convierte en un derecho.
Me duele España en la que la familia, cada vez más frágil, está dejando de educar a sus hijos poniéndolos en manos del estado que los manipula, desde la guardería, inculcándoles hasta que pueden elegir ser hombre o mujer, bisexual o transexual y no sé cuantas cosas más.
Me duele España que hace todo lo posible por arrinconar a Dios de la vida pública y eliminar los valores y símbolos cristianos, pero introduce el relativismo, el laicismo y la ideología de género siguiendo las consignas de la ONU y la Unión Europea, que reinterpretan los derechos humanos de acuerdo con los grupos de presión abortistas, animalistas, ecologistas o LGBT.
Me duele España que envejece de forma inexorable, sin que ellos parezca preocupar lo más mínimo a los partidos que piden nuestro voto para hacer con él lo que les venga en gana.
Me duele España que, a vueltas con la memoria histórica, anda removiendo tumbas y resucitando viejos demonios que creímos enterrados para siempre.
Me duele España incapaz de crear trabajo y riqueza para todos, incapaz de formar a los jóvenes en conocimientos y habilidades útiles para que no necesiten clamar por subvenciones ni auxilios oficiales.
Me duele España que impide o recorta la libertad de los emprendedores con leyes y reglamentaciones que parecen dictadas para desaminar a cualquiera.
Me duele España en la que sobre la ruina de los pueblos crece el populismo con sus ofertas imposibles, con sus consignas de odio a los ricos, a los bancos o a quienes señalen como pijos a los que acosar y agredir, por llevar corbata o ropa de marca...
Me duele España en la que minorías revoltosas que jamás trabajaron para ganarse el pan estén manejando los barrios, los ayuntamientos y hasta el Congreso de los Diputados
Me duele España que legisla sobre el bien y el mal y hasta sobre el sexo de los españoles como nuevo derecho de opción.
Me duele España y, al parecer, tan solo puedo quejarme mientras me dejen, hasta que no me lo prohíban o decidan aplicarme la “muerte digna” cuando llegue al hospital, para solucionar el problema de las pensiones.
Francisco Rodríguez Barragán
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San Benito: Patrón de  Europa: ora et labora


Me pongo a escribir el día de San Benito, nombrado patrón de Europa por el Papa Pablo VI en 1964. Nacido a finales del siglo V murió a mediados del siglo VI, después de haber fundado monasterios que conservaron la cultura de Roma y Grecia y que junto al cristianismo conforman nuestras raíces, de las que parece habernos olvidado.
Su regla se sintetiza en dos palabras “Ora et labora”, ora y trabaja, cuyo éxito ha quedado más que demostrado, mientras que todas las fórmulas políticas que hemos ido ensayando han terminado derrumbándose.
Orgullosos de nosotros mismos, hemos creído que bastaba con el trabajo humano, el ingenio humano, para construir naciones y grupos de naciones y está a la vista que todo es un hacer y deshacer, sin encontrar un mundo donde el orden, la paz y la justicia queden establecidos de forma duradera.
Decía San Benito que cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, pues debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición.
Las personas en general no somos conscientes de nuestra naturaleza de criaturas, cuya existencia hemos recibido de Dios y al que debemos de rendir cuenta de nuestros actos. Lo que se nos inculca por pensadores, filósofos y científicos es todo lo contrario: que somos los amos y señores del mundo, que podemos organizar a nuestro antojo en una lucha permanente por el poder frente a los demás bien se trate de otras naciones, otros grupos u otros partidos dentro de casa. Aquello de que “seréis como dioses”, que dijo el demonio, lo hemos asumido sin discusión, pero somos unos pobres diosecillos, enanos que se creen gigantes, siempre prometiendo un mundo feliz que nunca llega.
El salmo 126 ya nos advierte que si el Señor no construye la casa en vano se esfuerzan los albañiles y si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas, advertencia que nadie parece tener en cuenta. Hay mucho “labora” sin oración, es más, sin ningún sentido del bien común. Todos intentas que triunfen sus ideas aunque se hunda el mundo.
Estos días estoy viendo en la tele los encierros de Pamplona y me pregunto la petición a San Fermín, antes de que salgan los toros, de que los guie en el encierro, si tiene un contenido verdaderamente religioso o meramente folclórico. También he observado que algunos corredores, cuando oyen el estampido del cohete, se santiguan o besan alguna medalla que llevan al cuello. ¿Son rescoldos de una antigua religiosidad o mera superstición?
Aquí parece que las manifestaciones de religiosidad están sometidas a fechas fijas, a actos puntuales, Semana Santa, fiesta del Patrón, romería a la ermita, etc. pero lo que ordenaba San Benito a sus monjes era una oración y un trabajo permanente, una presencia de Dios constante y una confianza total en el Señor.
Las estadísticas mensuales nos pueden decir los que trabajan, pero no hay ninguna estadística de los que además oran. Seguramente se podrá argüir que quienes no tienen fe no tienen que rezar, pero podrían rezar pidiendo la fe.
Querer alejar a Dios de nuestras vida familiar, laboral o política, nos lleva al desastre una y otra vez. ¿Aprenderemos?
Francisco Rodríguez Barragán
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El orgullo gay  y el dominio de nuestros instintos


El desfile del pasado Día del Orgullo Gay me pareció de un tremendo mal gusto, procaz y provocativo. No llego a entender que para reclamar contra la discriminación que a causa de su homosexualidad hayan padecido sea necesario montar un desfile anual ruidoso y bullanguero.
Siempre a la caza del voto de los descontentos determinados políticos se apuntaron a encabezar el desfile. A mi juicio este colectivo ha pasado de ser víctima de una discriminación que sintieron como intolerable a imponer sus teorías a toda la sociedad y a señalar como intolerantes a cuantos se oponen a aceptar la ideología de género como si ella supusiera el avance social que necesita nuestro mundo.
Si en otros tiempos fue la lucha de clases, el colectivismo o el marxismo el motor de la sociedad ahora parece que no hay nada más urgente que reconocer derechos basados en la orientación sexual, orientación cada vez más variopinta pues parece que pasan de sesenta las diferentes orientaciones.
Además del desfile de Getafe han redactado un manifiesto en el que comienzan hablando de reivindicar sus derechos, sus deseos y formas de pensar, pero no podrán conformar el pensamiento de los demás. Luego dicen que les preocupa la libertad de los menores que no tienen asegurada su libertad para vivir sus orientaciones sexuales e identidad de género. Para los que pensamos que la educación de los menores pertenece a los padres esto es una intromisión intolerable.
Otro párrafo dice que en la cúspide de la pirámide social de la discriminación está el hombre heterosexual, cisexual y blanco, de clase media o alta, joven y delgado y naturalmente católico. (En los tiempos del nazismo el señalado sería judío). Este colectivo ha pasado de perseguido a perseguidor sin inmutarse.
Ataca también el manifiesto al obispo que llamó a desobedecer las “leyes democráticamente aprobadas”, como si el parlamento tuviera facultades para definir cualquier  cosa y modificar instituciones como la familia, anterior al estado y célula básica de la sociedad.
Por mucho que se empeñen estos colectivos y los políticos que le secundan, el matrimonio es una institución natural entre personas de distinto sexo y la obsesión en llamar matrimonio a las uniones del mismo sexo es la forma que han encontrado para atacarlo y desvirtuarlo, negando la vinculación de los hijos con los padres. Forma parte esto de la gran ofensiva para conseguir una sociedad sometida al estado cada vez más próxima al Mundo Feliz de Aldous Huxley.
La postura de la Iglesia Católica sobre las personas homosexuales puede consultarse en su Catecismo números 2357 a 2359 y comprobarán que dice que hay que evitar cualquier signo de discriminación injusta con las personas que presentan tendencias homosexuales instintivas, las cuales están llamadas a la castidad, lo cual levantará una oleada de protestas, pero la castidad es una exigencia que rige tanto para los homosexuales como para los heterosexuales.
La castidad exige el dominio de nuestros instintos para someterlos a la razón. La sexualidad tiene por objeto la procreación y la complementariedad entre hombre y mujer, aunque ahora se pretenda reducirla a mero y variado placer sin responsabilidad y así nos va. Envejecemos sin remedio en una sociedad cada vez más insostenible.
Francisco Rodríguez Barragán
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¿Dónde van nuestras democracias?


En su libro “Cómo terminan las democracias” Jean-Francois Revel alertaba del peligro de las democracias occidentales frente a la Unión Soviética, pero desaparecida ésta podría parecer que esta obra resulta superflua, aunque el auge de determinados totalitarismo exija una nueva reflexión sobre nuestras democracias.
Hablaba Revel del error de Tocqueville que había acertado respecto a la aparición de una cierta homogeneidad en los sentimientos, en las ideas, en los gustos y en las costumbres de los ciudadanos que resultan sometidos a la esclavitud de su mutuo consentimiento. La igualdad no de las riquezas, sino de las aspiraciones ciudadanas, engendraría la unidad del pensamiento. Efectivamente todos piensan lo mismo: que el Estado atienda la totalidad de nuestras necesidades pero más allá de eso no hay tal uniformidad sino intereses que se oponen y búsqueda del poder...
Tocqueville describió la ascensión que se produciría de un Estado omnipresente, omnipotente y omnisciente, Estado protector, contratista, educador, Estado médico, empresario, librero, Estado compasivo y depredador, tiránico y tutelar, economista, publicista, banquero, padre y carcelero, que despoja y que subvenciona.
Conocemos bien ese Estado que padecemos o disfrutamos gracias a esa cierta uniformidad de la opinión pública, pero Tocqueville no previó que la opinión pública resultara mucho más versátil y que el Estado, a pesar de gigantismo, fuera cada vez más desobedecido e impugnado por los mismos que lo esperan todo de él y apuntaba con razón Revel que el estado democrático ha cargado con más responsabilidades que poderes.
La uniformidad de la opinión pública respecto al deseo de que el Estado provea a todas nuestras necesidades, nos facilite el disfrute del placer sin responsabilidad y nos regale “nuevos derechos”  inventados en otros foros, no puede impedir que se utilice el propio sistema democrático para combatirlo sin descanso y sustituirlo en cuanto puedan por otros modelos.
Aunque la Comunidad Europea comenzó como forma de superar los anteriores enfrentamientos entre naciones ha ido derivando en una especie de super-estado que ampare, vigile y defienda a las democracias. Este super-estado intenta por todos los medios conseguir una uniformidad de pensamiento no solo en la economía, la agricultura, el comercio o la ecología sino también en cuestiones como la ideología de género o la legalización del aborto que escandalizarían a los padres de Europa, Adenauer, Schuman o De Gasperi.
Por eso no es extraño que la uniformidad del pensamiento europeo empiece a resquebrajarse y, utilizando sus mismas instituciones, estén surgiendo fuerzas dispuestas a manejarlas en beneficio propio o hacer estallar el invento. Es sintomático que los que hemos dado en llamar populismos bien de extrema izquierda o extrema derecha, estén adquiriendo un protagonismo que no imaginábamos  hace un par de décadas.
Tanto en la configuración de la uniformidad o en el fraccionamiento de la opinión pública han tenido un papel decisivo los medios de comunicación mezclando la información con la opinión, en una búsqueda constante de oyentes, espectadores o lectores. Por supuesto que la democracia ampara el derecho a opinar pero si estos medios representan un efectivo poder, también deben tener la suficiente responsabilidad. Si llegaran al poder los populismos quizás las primeras víctimas serían los medios de comunicación.
Francisco Rodríguez Barragán
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