Desde hace bastante tiempo
los ataques a la Iglesia Católica son constantes y se han agravado con el
acceso al poder autonómico y municipal de los nuevos partidos. También las
redes sociales se utilizan para hacer comentarios desfavorables.
La enseñanza de la religión
está siendo cuestionada con el marcado deseo de irla reduciendo hasta su
desaparición. Algunos políticos argumentan que la enseñanza religiosa no es
científica y que es contraria a las conductas y opiniones que rigen actualmente
la sociedad.
He venido pensando que se
trataba del cumplimiento de las palabras de Jesús que dijo a sus seguidores que
serían insultados, perseguidos y calumniados por su causa y así sucedió cuando
empezó la predicación apostólica, eran perseguidos pero la Iglesia crecía imparable.
En cambio hoy siguen los ataques y los insultos en nuestro país pero la iglesia
no crece sino que más bien mengua. ¿Qué pasa?
Aunque algunas
manifestaciones religiosas resulten multitudinarias, y aunque los templos estén
abiertos todos los días, solo asiste gente mayor y muy pocos jóvenes. Según las
encuestas del CIS una mayoría de españoles se declaran creyentes, pero los que
asisten a misa, al menos los domingos, son un porcentaje cada vez más reducido.
He vuelto a leer el capítulo
5 del evangelio de Mateo y allí nos dice Jesús: vosotros sois la sal de la
tierra pero si se queda sosa ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para
tirarla a la calle y la pise la gente.
¿No será que los cristianos ya
no somos la sal de la tierra? Seguramente nos atacan, nos pisan, porque no
somos sal que evita la corrupción ni levadura que hace fermentar la masa.
No nos distinguimos los
cristianos, como colectivo, por una conducta diferente de los demás sino más
bien vamos aceptando cada vez con mayor facilidad las opiniones y conductas
mundanas.
Los cristianos y la iglesia
de la que formamos parte no nos atrevemos a proclamar el evangelio de Jesús al
mundo para que se convierta y viva, sino tratamos de acomodarnos al mundo,
evitando cualquier clase de roce. Hemos dejado de hablar de la gracia y el
pecado, de los vicios y las virtudes, del matrimonio para siempre, de la
importancia capital de la familia, de los dones de Dios, la fe, la esperanza y
la caridad, del perdón que se obtiene mediante el arrepentimiento y la
confesión, del infierno y de la vida eterna, pero ¿hay alguien que se sienta
pecador? ¡Cuidado, vaya alguien a molestarse!
Invocamos la libertad de
opinión para aceptar cualquier cosa inaceptable como la ideología de género, la
difusión de la homosexualidad, el aborto como un método más de control de la
natalidad, etc. etc. ¿Dónde queda el mandato de evangelizar? Algunos grupos
luchan contra estas lacras sin el respaldo de quienes debían apoyarlos.
En lugar de hablar de la
caridad como la vivencia de un amor capaz de dar la vida por los demás,
hablamos vagamente de una solidaridad, en la que se ofrecen alimentos pero no
se evangeliza.
Así pues mi reflexión me va
llevando a pensar que somos una sal que se ha vuelto sosa y solo sirve para que
la pisen, nos pisen y no nos hagan ni caso. No tenemos ideas claras de lo que
debemos ser los cristianos en el mundo: sal, luz, levadura.
Francisco Rodríguez Barragán