miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿Qué esperamos en este tiempo de adviento?



Las calles se adornan de luces  y los comercios anuncian sus dulces y golosinas navideñas. Para los cristianos llega el tiempo de adviento, tiempo de espera, pero ¿qué esperamos?  ¿El nacimiento de Jesús en Belén? No tiene sentido esperar algo que ya ocurrió en el pasado y que sigue ocurriendo cada día cuando se hace presente en la Eucaristía. Otros esperan simplemente unos días de vacaciones, de reuniones familiares, de cena y cotillón, con pretexto navideño pero sin ningún contenido religioso.

Siempre que rezamos el padrenuestro manifestamos nuestro deseo, nuestra esperanza, de que venga a nosotros Tu reino y aunque de alguna manera este reino puede llegar para cada uno de nosotros, el reino al que aludimos, quizás sin clara conciencia, es la segunda venida del Señor en gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos.

La segunda venida del Señor decimos creerla cuando recitamos el Credo, aunque apenas nos demos cuenta de ello. Como esta segunda venida está asociada al fin de este mundo, mucha gente no se lo cree. Como mucho entenderán que el fin del mundo será para cada uno el día que se muera, pero la resurrección de la carne y la vida eterna la Iglesia lo cree y lo anuncia, pero los cristianos, los bautizados, ¿lo creen y lo anuncian?

Cuando los discípulos vieron a Jesús resucitado le preguntaron si era entonces cuando iba a restaurar el Reino de Israel, pero él le advirtió no les tocaba a ellos conocer los tiempos y momentos que ha fijado el Padre con su autoridad, pero los primeros cristianos creían que la segunda venida del Señor, la Parusía, iba a ocurrir de inmediato. Lo que ocurrió casi de inmediato fue la destrucción de Jerusalén, que ya Jesús había profetizado, a modo de imagen de lo que será el fin del mundo.

Cristo advirtió a sus discípulos en muchas ocasiones que tenían que estar vigilantes y preparados para su segunda venida, que estaría precedida de pruebas, persecuciones y sufrimientos. También les dijo algo inquietante: Cuándo el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Las pruebas, persecuciones y sufrimientos nunca le han faltado a la Iglesia pero para el final de los tiempos se anuncia una gran apostasía. Para la Iglesia son apóstatas son los que abandonan su fe, los que dejan de creer en lo que cree la Iglesia: el credo, el Símbolo de los apóstoles,  el mensaje del evangelio, en todo o en parte, los que lo adulteran o interpretan a su gusto. Como advierte San Juan: salieron de entre nosotros, pero no son de los nuestros.

Hace pocos días el Papa ha llamado apostasía al espíritu del «progresismo adolescente» que negocia los valores y la fe,  que cree que ir adelante en cualquier elección, es mejor que permanecer en las costumbres de la fidelidad, es como si dijeran “somos progresistas, vamos con el progreso, donde va toda la gente”  Siempre ha habido apóstatas ¿Estaremos ante la gran apostasía? Sólo Dios lo sabe. Entretanto estad atentos y velad, para no caer en la tentación, como nos recomienda San Pedro, el primer Papa.

Adviento, espera de unos cielos nuevos y una tierra nueva donde habite la justicia.

Francisco Rodríguez Barragán

 





 

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Quién busca el bien común?



La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común, es decir, de todos los ciudadanos y busca soluciones de equilibrio entre los distintos  intereses de todos ellos. Como siempre pueden existir diversas soluciones para unos mismos problemas, parece adecuado y útil que existan distintas formaciones políticas que puedan ofrecerlas a los ciudadanos, para que elijan la que les parezca más adecuada, sin que pueda entenderse que la mitad más uno de los votos puede vulnerar los derechos de la otra mitad menos uno.

Esto, que me parece bastante claro, no es realmente lo que sucede. Las formaciones políticas no ofrecen ningún catálogo de soluciones sino una vaga y confusa ideología orientativa de sus proyectos marcada con el simplificador marchamo de derecha o izquierda. El centro no pasa de ser un punto teórico variable para invocarlo cuando convenga.

Si observamos lo que hacen las distintas formaciones políticas en sus feudos de poder encontramos un indudable parecido. Todas se creen legitimadas para legislar, gastar y gravar a los ciudadanos. Todas quieren manejar la economía, las finanzas, la educación o la sanidad y todas se consideran impunes de los desastres que hayan podido causar con sus desaciertos y lo que me parece más grave: tratan de hacer pasar como beneficioso para los ciudadanos lo que, en verdad, es beneficioso sobre todo para ellos, los políticos y sus partidos.

En lugar de una honrada propuesta de soluciones a los problemas y de leal colaboración con los demás, lo que se ofrece es una retórica cargada de enemistad e incluso de odio al contrario. No me parece nada democrático querer destruir al adversario por todos los medios a su alcance, incluida la movilización callejera,  pues el adversario, en principio, representa a sus votantes, es decir, a una parte de los ciudadanos a los que viene obligado a servir todo gobierno, sea del color que sea.

El parlamento no me parece un modelo de diálogo constructivo, sino un diálogo de sordos, bronco y descortés casi siempre. Los que se dicen unos a otros, nuestros representantes, no busca consensos ni soluciones en beneficio del bien común sino la continuación de la campaña electoral, sustituir al gobierno o desgastar a la oposición. Poco edificante todo ello.

Las tertulias que nos ofrecen los medios de comunicación, con su manía de  pluralidad, son, casi siempre, la continuación del bochornoso espectáculo del enfrentamiento de los partidos, pues los que acuden a ellas van a repetir los argumentos de sus propias formaciones políticas, pero de forma gritona, interrumpiéndose unos a otros que parece van a llegar a las manos, aunque todo quede en nada. Cuando asiste alguna persona independiente que expone su propio juicio se agradece.

Los que ya somos viejos y esperábamos ilusionados la llegada de la democracia pensábamos que iba a ser otra cosa, que podríamos elegir a las personas que nos representarían para buscar soluciones a los problemas, pero en realidad lo que elegimos es partidos que, a menudo, no resuelven nuestros problemas sino que nos crean otros nuevos, que quieren otorgarnos “nuevos derechos” en lugar de respetar los que nos corresponden como personas y como familias y tantas otras cosas que podíamos añadir y que sin duda comentaremos otro días.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

Los desastres naturales y la fe


 
Las imágenes del desastre causado por el tifón de Filipinas nos sobrecogen. La destrucción de pueblos, el sufrimiento y la muerte de tantas personas, al mismo tiempo que nos dispone a la ayuda solidaria, nos plantea profundos interrogantes: ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Cómo permite Dios que ocurran?

Para quienes no creen en la existencia de Dios, estos desastres confirman su postura de que formamos parte de una naturaleza ciega que no estamos aún en condiciones de dominar.

Los creyentes vemos sometida nuestra fe a una dura mirada crítica. Como decimos creer  que Dios es un Padre misericordioso, que ama a todos los hombres y que además es todopoderoso, nos preguntan: ¿cómo no puede evitar la destrucción, el dolor y la muerte de tanta gente? Hay quienes sacan la conclusión: o no es todopoderoso o no es cierta su misericordia. ¿Qué podemos responder?

Si cada uno examina las más fuertes tendencias que nos configuran, reconocerá que la búsqueda de la felicidad siempre está presente, aunque resulte huidiza, relativa, precaria, mientras el tiempo pasa  acercándonos  a un final inexorable que nos desazona por desconocido, problemático, temible.

Si tras la muerte no hay nada, si vamos a desaparecer de manera absoluta, no hay lugar para la esperanza y la vida queda en entredicho. Amar, sufrir, trabajar, crear, atesorar, esfuerzo que se disuelve en la nada. ¿A quién puede satisfacerle esta perspectiva?

Pero si creemos que vamos a pasar desde esta vida a otra que no se acaba, la cosa cambia, todo nuestro ser tiende hacia una plenitud inacabable, la muerte solo es el paso de una vida a otra, aunque no sepamos cómo será,  por tanto jamás estamos muertos para Dios. Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. (Luc. 28,38)

Dios nos llamó de la nada a la existencia y este regalo es irrevocable. En una forma u otra seguiremos existiendo. Por tanto los que mueren en su cama, en un accidente o un desastre, huracán, tifón o terremoto, no dejan de existir para Dios, aunque aquí la solidaridad, mejor la caridad, nos obligue a hacernos cargo de los que queden desamparados, pues son nuestros hermanos de los que se nos pedirá cuenta.

Por otra parte, los que creemos en la providencia de Dios, estamos seguros de que todo lo que ocurre redundará en beneficio de sus criaturas, aunque no lo comprendamos, pues sus juicios son inescrutables e irrastreables sus caminos.

Los que se enfadan con Dios porque no atendió a sus ruegos en la forma que deseaba es que no han entendido que Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Algunos llegan a creerse mejores que Dios porque habrían hecho las cosas de otra manera.

La catástrofes naturales no deben hacer peligrar nuestra fe en Cristo que nos trajo la buena noticia de que Dios nos ama como un padre lleno de misericordia, que espera correspondamos a su amor amando a nuestros prójimos como a nosotros mismos porque, en definitiva, si tenemos un Padre todos somos hermanos y si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor, pues en la vida y en la muerte somos del Señor (Rom 14, 8-18)

Francisco Rodríguez Barragán

 






 
 
 
 

Ser abuelos hoy



Las variadas crisis que todos soportamos y sufrimos nos afectan a cada uno según su especial situación en la vida. Hoy quiero fijarme especialmente en los mayores, en los abuelos, en los que fueron jubilados y van acumulando años y achaques.

Hace mucho tiempo que la convivencia de varias generaciones en un mismo hogar ─abuelos, tías solteras, hijos y nietos─ pasó a la historia. La incorporación de la mujer al trabajo y las nuevas situaciones en cuanto a viviendas y desplazamientos hacen imposible aquellas formas de vida.

Los abuelos suelen ser a menudo los que han de hacerse cargo de los nietos para llevarlos y traerlos de la guardería, o del colegio, hasta que los padres van a recogerlos. Abuelos-canguro gratuitos si los padres salen o se ausentan. Bregar con niños pequeños cuando se es joven es muy diferente a hacerlo cuando se es mayor y sin  piernas para alcanzarlos si echan a correr en la calle o el parque.

Si los abuelos están achacosos y necesitan cuidados, los hijos ven con buenos ojos que pasen a una residencia, aunque tengan que aportar algo de dinero para pagar la mensualidad, ya que la pensión muchas veces resulta insuficiente. Visitarlos con frecuencia, pues a veces sí y a veces no.

Los problemas de desempleo han hecho imposible en muchos casos la aportación de los hijos para la residencia de sus padres, por lo que los han sacado de ella y su pensión sirve a menudo para mitigar la escasez de ingresos de esos mismos hijos.

También los mayores se encuentran con hijos que pasan los años y no se deciden a abandonar la casa de sus padres o vuelven a ella después de quedarse sin trabajo o romperse alguna relación sentimental. La frágil y maltratada institución familiar resulta ser la solución o el alivio de los problemas que con tanta frecuencia se plantean hoy.

Una causa de sufrimiento para los mayores es ver el fracaso de algún hijo en su matrimonio, las posteriores relaciones, los nietos que van y vienen de un progenitor a otro, la obligación de aceptar las nuevas situaciones y el deseo de atenderlos y acogerlos.

Los mayores, los abuelos, que son creyentes y trataron de educar a sus hijos en la misma fe, quedan desconcertados cuando los ven alejados de cualquier práctica religiosa, viviendo en pareja sin casarse o dejando de bautizar a sus hijos. Unos llegan a una especie de resignada conformidad: son otros tiempos. Otros se preguntan, con desazón, en qué se han equivocado, si han educado mal, si han fallado en sus vidas. Pero los padres educamos a los hijos solo en parte, pues, a medida que crecen, son libres para decidir sobre todo lo que le ofrece la sociedad en que les toca vivir, con sus aciertos y sus errores. Si se sembró buena semilla algún día dará su fruto.

No hay manera de retroceder en el tiempo para actuar de otra forma, pero los padres y los abuelos siempre tenemos que amar a  sus hijos y nietos, sean como sean, pensando que por mucho que ellos los quieran Dios los quiere aún más. Por tanto tendremos que encomendarlos calladamente a su misericordia. Todo lo que Dios permite que ocurra será para nuestro bien, aunque sus decisiones sean insondables e  irrastreables sus caminos.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

Alejarse de la Iglesia

 

La mayoría de los españoles se declaran católicos, más del 75 %, pero la mayoría de esa mayoría no va a misa los domingos, viven juntos sin casarse por la iglesia y creo que va en aumento el número de niños que no son bautizados.

Se entra a formar parte de la Iglesia por el bautismo. Cuando comenzó la Iglesia los apóstoles predicaban el evangelio de Jesús, muerto y resucitado, y los que creían eran bautizados. El bautismo implica la fe y los que quieren ser bautizados deben ser previamente evangelizados, catequizados, en la fe que salva.

Cuando los bautizados son niños, se bautizan en la fe de sus padres que se comprometen a educarlos cristianamente. La transmisión de la fe a los niños se espera va a realizarse a través de la familia, la parroquia y la escuela. Si en otros tiempos esto era así, hoy no está nada claro que siga siéndolo.

Si la mayor parte de las familias viven en la indiferencia religiosa, alejadas de la Iglesia y sin sentirse parte de ella, no hay realmente una educación cristiana ni una transmisión de la fe. Si la fe no se recibe en casa, tampoco es probable que se reciba en la escuela. La religión, como asignatura, es escasamente valorada tanto por los niños como por sus padres, más preocupados por aprobar las matemáticas, la física o el inglés.

Queda la catequesis parroquial. Las familias que envían a ella a sus hijos son minoría y la ven como preparación para la primera comunión, pasada la cual desaparecen de la parroquia, salvo un pequeño número que continúa preparándose para la confirmación y quizás algunos se integren en algún movimiento juvenil.

Si en otros tiempos la fe de muchos jóvenes hacía crisis cuando entraban en la universidad, ahora ya desde adolescentes viven en la indiferencia religiosa y sumidos en esta posmodernidad increyente, llena de atractivas incitaciones al hedonismo, al consumismo, al placer.

Si pertenecer a la iglesia significa para la gente tener la obligación de ir a misa, de confesar, de renunciar a los placeres de la carne o vencer el egoísmo, alejarse de ella se vive como una liberación de obligaciones, de molestas llamadas de atención a la conciencia.

Hay que reconocer que vivimos en una sociedad fuertemente descristianizada, aunque sigan en pie nuestras catedrales, nuestros templos, nuestras obras asistenciales, pero el anuncio del evangelio, la buena nueva del amor de Dios, de la salvación del pecado y del mal, parece importar poco a la gente.

Pero dentro de cada uno de nosotros, aunque pretendamos ignorarlo, hay un deseo de plenitud, de justicia, de verdad, de trascendencia. Tras la muerte inexorable ¿será igual la suerte de los asesinos y sus víctimas, de los ladrones, de los corruptos y los hambrientos, de los explotadores y los explotados…?

¿Acaso estamos satisfechos de la sociedad que hemos hecho entre todos? Una sociedad formada de familias cada vez más frágiles, cada vez más envejecida, de un llamado estado del bienestar insostenible…

Somos pobres criaturas que nos creemos autosuficientes y así nos va. Nos hemos alejado de Alguien que nos regaló la existencia ¿qué haremos cuando nos pida cuentas?

Francisco Rodríguez Barragán