martes, 21 de julio de 2015

El progreso como arma del totalitarismo



 

Las ideologías tienden inevitablemente a ser totalitarias. El esquema de toda ideología, como instrumento de interpretar y modificar la realidad, entra en conflicto con el entramado de pautas y valores que han ido configurando la sociedad a lo largo de la historia por ello su estrategia es presentarse como progreso, como superación de lo existente hacia algo mejor.

En el llamado siglo de las luces o edad de la razón, los filósofos propusieron eliminar la idea de Dios para que solo el hombre fuera quien decidiera sobre la realidad, sobre toda la realidad. Se presenta el progreso, ─una realidad en los descubrimientos científicos─, como paradigma absoluto. El hombre y no Dios es el dueño del mundo. La vieja promesa del demonio: “seréis como dioses” parece haberse conseguido.

El progreso en el que todos creen ciegamente no traerá por sí ni paz ni bienestar, pero quien se oponga a las ideas progresistas será silenciado. Hacer la revolución para que el pueblo sea soberano en lugar de los reyes era progreso, aunque luego sirvan a Napoleón y padezcan una larga guerra. Luchar para que los proletarios triunfen es progreso, aunque luego se compruebe que terminaron siendo esclavos sufrientes con millones de víctimas.

Tanto la colonización como la descolonización se presentaron como progreso, pero ¿ha mejorado la situación del llamado tercer mundo, han salido del subdesarrollo?

Dos guerras mundiales fueron progreso…  pero del armamento. ¡Qué grande es el hombre fabricando la bomba atómica!

La Declaración de los derechos humanos o la Organización de las Naciones Unidas, se nos presentaron como progreso, pero aquella declaración de 1948 firmada por los Estados Unidos no hizo a los negros iguales, sino que tuvieron que seguir luchando contra la discriminación. La ONU, que trata de concentrar en ella todo el progreso de la humanidad, defiende un Nuevo Orden Mundial en el que para “conservar la tierra” hay que disminuir el número de personas, las naciones tienen que legalizar el aborto, la contracepción o aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo si quieren ser progresistas, si quieren recibir ayudas de los países ricos.

Ahí tenemos la ideología de género y sus pretensiones totalitarias. Luchar contra la discriminación de la mujer o del colectivo de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales no puede ser más progresista y nadie se atreverá a defender lo contrario. Pero enarbolar la bandera de colorines en nuestras instituciones, jalear las repugnantes cabalgatas del orgullo gay, introducir en la educación de los niños que el sexo es algo que cada cual puede elegir a su gusto, que hay que respetar la orientación sexual de todos, ¿también la pederastia? ¿el bestialismo? ¿el incesto? ¿la poligamia y la poliandria?

Si eliminamos a Dios y al orden natural, toda aberración será posible y querrán hacérnosla tragar como progreso, como un paso adelante de la civilización y si nos oponemos seremos marginados, proscritos, perseguidos.

Nuestra propia razón debía llevarnos a encontrar a Dios en la creación, pero engreídos en nuestra falsa suficiencia, el mismo Dios al que volvemos la espalda nos abandona a nuestros deseos, a nuestras pasiones degradantes y como juzgamos inadmisible reconocerlo, terminaremos padeciendo la perversidad, la injusticia, la codicia y toda clase de males, como ya vemos que está ocurriendo.

Francisco Rodríguez Barragán





 

La encíclica del Papa y las actividades de la ONU



Entre las múltiples organizaciones no gubernamentales que pululan en las Naciones Unidas defendiendo los más variados intereses, subvencionadas muchas de ellas por potentes grupos de presión, solo conozco a una que defiende la familia y los derechos humanos, desde el punto de vista católico, el Center for Family & Human Rights, lo que representa un testimonio heroico.

En su último boletín de noticias, accesible en internet, en el enlace: https://c-fam.org/friday_fax, publican que la nueva encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente impactó en las tareas de la ONU, como una importante aportación sobre el cambio climático.

En las negociaciones sobre  el desarrollo sostenible en la Asamblea General, la embajadora de Colombia dijo que la encíclica papal resultaba de lo más pertinente para la agenda de desarrollo de la ONU para quienes en aquella sede internacional hacen hincapié en las causas humanas del cambio climático.

Para los planes del secretario general Ban Ki-moon, que trata de establecer un acuerdo mundial vinculante sobre el cambio climático antes de fin de año, considera la encíclica como un respaldo moral del Papa y de los mil millones de católicos que él guía.

Uno de los conceptos que se manejan en tales negociaciones es acerca de los «limites planetarios», que manifiesta el temor de que la Tierra no tenga suficientes recursos para sustentar a la población y el embajador que preside llamó la atención acerca de si el Papa había abandonado la tradicional oposición de la Iglesia a las ideologías que consideran a los seres humanos como parásitos.

Tratando de utilizar la encíclica para sus intereses solo destacan los aspectos que les interesan, pero no hacen mención de la expresa condena del Papa al aborto y al control demográfico, así como las ideologías que los promueven como medios de reducir el exceso de población.

También dice el Papa que no es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto ni parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, si no se protege el embrión humano, aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades.

El Papa también denuncia incluso las formas sutiles de control demográfico que se presentan bajo la apariencia de la asistencia al desarrollo. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos solo atinan a proponer la reducción de la natalidad, condicionando las ayudas económicas a ciertas políticas de “salud reproductiva”.

El Papa también critica a los ambientalistas que quieren límites para la ciencia cuando se trata del medio ambiente y de los animales, pero se rehúsan a hacer lo mismo con la vida humana, olvidando que el valor inalienable de un ser humano va más allá de su grado de desarrollo.

También informa C-Fam de que el Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz hará una presentación de la Encíclica en la sede de la ONU, que quizás ayude a centrar la atención en la preocupación del Papa por las más de 50 millones de víctimas del aborto cada año.

A la vista de todo ello pienso que por desgracia hay más interés acerca de si el planeta se caliente o se enfría, si tal o cual araña, lagarto o pajarillo están en vías de extinción, que por garantizar la vida de nuestra propia especie.

Francisco Rodríguez Barragán






 

España, aquí y ahora



He de confesar que tengo la impresión de que todo lo que me rodea se va deteriorando a marchas forzadas, tanto dentro de España como en Europa y en el mundo. Quizá creía que la marcha del tiempo iba a llevar las cosas a mejor, al progreso indefinido en el que cree mucha gente, pero no es así.

No debo ignorar que las cosas pueden mejorar o empeorar y si en el periodo de la transición viví la alegría de una esperanza de mejora, ahora creo que las cosas están empeorando y ando cavilando acerca de lo que nos ocurre.

En primer lugar pienso que la democracia que tenemos no es una garantía de nada, pues ha sido incapaz de modificar las cosas que no funcionan, por ejemplo la ley electoral como medio de elegir a los mejores para administrar con honestidad, transparencia y economía las cosas comunes.

Las corrupciones de los políticos que elegimos han estado a la orden del día, pero los que pretenden sustituirlos no me merecen ninguna confianza ni en sus conductas ni en sus pactos y componendas para alcanzar el poder en una España fraccionada en taifas y banderías demasiado numerosas.

No creo que pueda regenerarse un sistema si los “antisistema” alcanzan cuotas crecientes de poder. No son mayoría por ahora, pero saben manejar los medios de comunicación y canalizar la energía que segrega el descontento, el odio y el rencor. Siempre aparecen aplaudiéndose a sí mismos, mientras proclaman que ellos son el pueblo. De verdad ¿eso es el pueblo?, ¿llegan para mejorar las cosas o para imponer sus ideas?

Somos una sociedad débil que ha optado por creer en el devenir, en el cambio continuo, que rechaza cualquier valor permanente, moral o religioso, tomándolo por una imposición intolerable, propia de una derecha autoritaria. La educación que se ofrece a las nuevas generaciones puede transmitir conocimientos científicos pero no el valor de la cultura y de la historia que nos fue configurando como pueblo. La familia, cada vez más frágil e inestable, tampoco los transmite, por lo general.

Tocqueville, que reflexionó sobre la democracia, ya indicó que el estado providencia trataría de mantener a las nuevas generaciones en una adolescencia permanente para facilitar el ejercicio del poder de los gobernantes. La cuestión es que el estado providencia ha devenido insostenible y no sabemos cómo solucionarlo.

Grecia es el modelo de un estado insostenible que pretende vivir a costa de los demás y quién sabe si su postura, jaleada por todos los “antisistema”, puede dar al traste con el invento europeo que seguramente otras potencias estarían encantadas de hundir.

Es imprescindible para examinar el aquí y ahora de España verla en sus problemas y debilidades internas y verla en el contexto de la Comunidad Europea y del mundo globalizado en el que pintamos bastante poco.

La ley electoral, la racionalización de las autonomías, la independencia judicial, las amenazas nacionalistas, el envejecimiento de la población, la educación, el sindicalismo, etc. son problemas que están ahí y no se abordan ni se resuelven.

El populismo creciente, posiblemente piensa que “cuanto peor, mejor” para hacer la revolución intolerante y radical con la que sueñan.

Francisco Rodríguez Barragán