viernes, 11 de marzo de 2016

De cómo se cambia la forma de pensar

 

Después de mi artículo de hace un par de semanas en el que la historieta de la rana hervida me servía para una reflexión sobre el proceso que padecemos de eliminación de nuestras raíces para ir aceptando cualquier  cosa que quiera imponernos el gobierno de turno, he sabido que este proceso está estudiado perfectamente por el politólogo norteamericano Joseph Overton y funciona en una sociedad tolerante, sin ideales rigurosos y en la que la división entre el bien y el mal no esté claramente establecida.
Se trata de una secuencia de acciones concretas con el fin de conseguir el resultado deseado que puede ser más eficaz que un arma de destrucción masiva. Es la ventana de posibilidades con la que es posible legalizar desde la eutanasia al canibalismo.
Aquí ya viene funcionando hace tiempo por ejemplo con el aborto, en donde se pasó de su despenalización a convertirlo en un derecho o la sodomía y la homosexualidad que está plenamente legalizada, pues ha pasado de ser una práctica sexual aberrante  a la consideración de matrimonio respetable.
Naturalmente que esto no ocurre de un día para otro. Hacer socialmente aceptable una práctica que durante siglos era rechazable se produce por etapas. La secuencia es pasar de lo impensable a lo radical, de lo radical a lo aceptable, de lo aceptable a lo sensato, de lo sensato a lo popular, de lo popular a lo político
En primer lugar hay que hacer desaparecer del lenguaje las palabras mismas que identificaban aquello que se quiere cambiar y desde estas nuevas palabras pasar a su defensa radical, a ir proponiendo su aceptación, a presentarlo como algo sensato, como algo popular y por último que los políticos lo conviertan en medidas coercitivas..
La defensa de la salud sexual y reproductiva de las mujeres o la defensa de la planificación familiar, exige métodos y medidas que desplazan la cuestión del aborto a la interrupción voluntaria del embarazo en las mejores condiciones sanitarias posibles. Se pasa de lo rechazable a lo socialmente aceptable. Si alguien  esgrime el derecho a la vida del concebido se le ignora sin más.
Hablar de sodomía está feo, pues se cambia por orientación sexual, que resulta más científico y se defiende el derecho de cada cual a decidir la forma de ejercer su propia sexualidad, incluso a elegir si quiere aceptar su sexo biológico o cambiarlo. Si alguien invoca que la sexualidad está al servicio de la procreación también se le ignora o se le ridiculiza.
La eutanasia está en pleno proceso de legalización y como es natural se le llama derecho a una muerte digna, se busca el apoyo científico, se publicita en los medios y se convierte en un derecho que la sociedad termina considerando aceptable y sensato a un paso de su aprobación por los legisladores.
Todo empezó con la tolerancia. Hace ya bastante tiempo que fuimos convencidos de que hay que ser tolerantes con todo lo que se nos presente como progresista aunque el resultado ha sido la aparición de una radical intolerancia hacia quienes se opongan a la presión que padecemos. Por eso pienso que se combate siempre a la religión como el baluarte que puede oponerse a la manipulación educativa en la que lo bueno y lo malo lo terminan decidiendo  los parlamentos.
Francisco Rodríguez Barragán
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Buscar la verdad no es fácil, exige utilizar la razón.



Cuando yo era joven, hace ya muchos años, si alguien me contaba alguna cosa y le mostraba mis dudas me contestaba: ¡pues lo ha dicho el periódico o la radio!, argumento que casi siempre me parecía convincente y es que lo que aparece en los medios de comunicación, antes y ahora, nos lleva a creérnoslo, máxime si hay una predisposición a aceptarlo. La guía de conducta de mucha gente es lo que diga su periódico de cabecera o su cadena favorita.
Analizarlo todo para exprimir la verdad no es lo habitual, quizás porque no buscamos la verdad sino el argumentario que apoye nuestras filias, fobias, aficiones y posturas preconcebidas. Pocas veces admitimos estar equivocados en nuestras opiniones y si nos proponen revisarlas desconfiamos.
Quizás no nos damos cuenta de que todo es un montaje propagandístico dirigido a hacernos aceptar, poco a poco, nuevas ideas y opiniones que irán modificando nuestros comportamientos.
Si nos invitan a cambiar nuestros comportamientos mostramos rápidamente nuestra oposición. Si la Iglesia nos repite: convertíos, cambiad de vida, creed en el evangelio, no hacemos ningún caso, estamos convencidos de que todo lo hacemos bien o al menos como lo hace la mayoría, la que según nos repiten nunca se equivoca.
Lo que buscamos son argumentos para defender nuestras propias posturas que se apresuran a facilitarnos los medios de comunicación. Cuando comprobamos que otras personas o grupos piensan diferente no se nos pasa por la cabeza examinar lo que puedan tener de razón. Así vivimos encerrados en nuestras propias opiniones, formas y maneras mirando a los demás con indiferencia, en el mejor de los casos, o incluso con odio.
Estamos asistiendo, a escala nacional, a una cerrazón absoluta que no augura nada bueno. Es una lucha por el poder, a cara de perro, en la que todo vale para “desalojar a Rajoy de la Moncloa”. Un espectáculo poco edificante entre los que ha recibido el voto de los españoles para gobernar con eficacia.
También habrá que contemplar las razones, si las hay, de los que quieren acabar con el sistema y hacer la revolución. Pienso que llevamos ya demasiadas revoluciones a nuestras espaldas, pero si hay personas que se sienten engañadas y perjudicadas por el sistema habrá que abrir el diálogo para conocer la forma que proponen para resolver el conflicto de intereses, pero lo mismo que hay que escuchar habrá que exigir que se escuche a los demás y encontrar soluciones que pasen por el respeto mutuo.
El egoísmo es sin duda un mal camino para entenderse, pero las recetas fracasadas de movimientos revolucionarios hay que erradicarlas, pero buscando que la realización de una política más justa haga innecesaria ninguna clase de revolución.
La solución de todos los conflictos pasa por una regla de oro: ama a tu prójimo como a ti mismo, pero me temo que está por estrenar y no resulta demasiado publicitada por los medios de comunicación. Lo mismo pasa con otra regla de oro: si quieres ser el primero has de ser el último y el servidor de todos.
Bueno, dejo de escribir y voy a ver lo que pasa en el discurso de investidura de Pedro Sánchez.
Francisco Rodríguez Barragán
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