viernes, 29 de enero de 2016

¿Mandar o servir?


Tratar de conseguir poder es el sueño de todos los políticos. El poder tiene un componente atractivo y libidinoso que ejerce un poderoso tirón, mejor una poderosa tentación, una seducción irresistible, sobre los que eligen la política como campo de acción.
En tiempos de Cristo, sus seguidores esperaban que fuera a restaurar el reino de Israel, lo que podía ser una estupenda posibilidad de pasar de pescadores a gerifaltes. La madre de dos de ellos planteó formalmente su petición a Jesús de que se concedieran a sus hijos los dos mejores puestos.
Como nos cuenta el evangelio de Mateo los otros del grupo protestaron, pero Jesús les dijo: sabéis que los jefes y los señores oprimen a los demás con su poder, pero entre vosotros no sea así el que quiera llegar a ser grande sea vuestro servidor y el que quiera ser el primero que sea vuestro esclavo.
Si nuestros políticos y gobernantes pensaran menos en ellos mismos y sus partidos y entendieran su papel como servidores del pueblo, como simples gestores del bien común, seguramente las cosas serían diferentes. Pero no es precisamente el evangelio el inspirador de sus programas. Unos para mantener unas estructuras, sin duda,  injustas, otros para querer cambiarlo todo y establecer otras estructuras igualmente injustas, desde la imposición, la violencia y el odio.
Todos invocan la democracia a su favor sin tener en cuenta que la democracia no pasa de ser un sistema de decidir sobre cosas contingentes y que lo mismo puede utilizarse para mantener unas estructuras que otras, pero en forma alguna la democracia puede decidir sobre valores absolutos como pueden ser la verdad, la justicia, la conciencia y hasta el sexo de las personas.
Si los políticos y los ciudadanos en lugar de buscar soluciones para la convivencia optamos por el enfrentamiento, la radicalización, la gestión interesada del resentimiento y el odio, mal vamos.
Posiblemente los cristianos hemos desertado de la política, o nos han echado de ella, razón por la cual casi nadie defiende los valores que debíamos estar defendiendo: la vida, la familia, la justicia, el respeto, la libertad de elección, la ausencia de coacción, la búsqueda de la verdad, el rechazo del odio, el ejercicio de la caridad como amor al prójimo y tantas cosas más.
El mejor gobierno es el que menos se nota, el que es capaz de estar engrasando constantemente la maquinaria del estado, para que los ciudadanos podamos desarrollarnos en libertad, sin querer vivir unos a costa de otros sino aportando todos nuestros esfuerzos y conocimientos para lograr el bien común.
Siempre andamos hablando del estado de bienestar más que del bien común.  El estado de bienestar acentúa de alguna manera la idea de “estado” el cual debe satisfacer nuestras necesidades de la cuna a la tumba y cuando deviene insostenible se nos hunde el mundo. En cambio en el bien común lo que se acentúa es lo común, lo de todos, el bien que todos podamos aportar.
Hay quienes nos dicen que lo que hay que hacer es “dar la vuelta a la tortilla”, no los creamos, por favor.
Francisco Rodríguez Barragán.


miércoles, 13 de enero de 2016

Inventores de ídolos


En el capítulo tercero del Génesis podemos leer el diálogo entre la mujer y el diablo que termina diciéndole que no les pasará nada por desobedecer a Dios, sino al contrario, Dios sabe muy bien que el día  que comiereis del árbol prohibido se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.
Desde entonces los hombres siguen queriendo ser como dioses olvidando que no se han  hecho a sí mismos sino que son criaturas porque Alguien  les concedió la existencia inexorablemente limitada por la muerte.
Eliminar a Dios de nuestras vidas nos parece la única forma de ser libres, pero el vacío de Dios tenemos que rellenarlo de alguna manera y creamos los ídolos, obras de nuestras manos que no nos pueden salvar.
En cada época y lugar los hombres han dado forma a sus ídolos que rara vez han resultado indulgentes pues han sido manejados por otros hombres en su propio beneficio y han exigido desde sacrificios humanos a ciega obediencia a los dictados de sus hierofantes.
No tenemos que remontarnos a la idolatría de los antiguos paganos sino observar los ídolos de la modernidad, quizás desde la diosa Razón de los revolucionarios franceses que impusieron sus razones a golpe de guillotina, los marxistas que entronizaron la lucha de clases y el socialismo como ídolos inapelables para encarcelar a las personas en gulags o eliminarlas para hacer posible el triunfo de su revolución o qué decir de los ídolos nazis del racismo y la fuerza. Ídolos todos creados por hombres que se creyeron dioses.
En la actualidad seguimos lo mismo. Rechazamos el orden natural creado por Dios y creamos el ídolo de la ciencia como única verdad, que debemos aceptar humildemente si no queremos ser tachados de tontos. Mantener que hay verdades más allá de la ciencia no resulta aceptable por lo que, en el mejor de los casos, simplemente seremos tolerados si no alzamos demasiado la voz.
Otro ídolo al que hemos de doblegarnos es la democracia. Un simple procedimiento para resolver problemas administrativos y de gestión, como puede ser nuestra comunidad de vecinos, resulta que se convierte en la ley inapelable de la mayoría que siempre lleva razón y puede decidir sobre lo bueno y lo malo, lo justo o lo injusto, la vida y la hacienda de los ciudadanos. Si se nos ocurre invocar la ley divina, como por ejemplo en el aborto, seremos rechazados por casi todos los partidos políticos y casi todos los medios de comunicación.
Las organizaciones supranacionales como pueden ser la Comunidad Europea o la ONU, también se erigen en súper ídolos, a los que acatar y obedecer, sin otra autoridad que la que ellos mismos se atribuyen para decidir sobre cualquier cosa ya sea el control de la natalidad, el calentamiento global, la ecología, la ideología de género, etc. mientras es dudosa su eficacia en acabar con las guerras, distribuir mejor los alimentos, garantizar los derechos humanos que nos otorgó Dios, sin andar retorciéndolos e interpretándolos para que digan lo que interesa a determinados gobernantes y grupos de presión.
Seréis como dioses nos sigue diciendo el demonio y seguiremos creando ídolos que no nos pueden salvar, pero Dios sigue llamándonos y ofreciendo su misericordia si nos convertimos a Él.
Francisco Rodríguez Barragán



viernes, 8 de enero de 2016

Un propósito para este año


El paso de un año a otro, aunque se revista de formas alegres y burbujeantes, no cambia nada de la realidad, excepto el almanaque que colgamos en la pared o ponemos sobre la mesa. El mundo en que vivimos sigue el 1º de enero en la misma situación que estaba el 31 de diciembre, con los mismos problemas, las mismas incógnitas, las mismas amenazas, las mismas injusticias.
Lo peor, a mi parecer, es que seguimos esperando que alguien lo  resuelva  todo, como los personajes de Beckett en Esperando a Godot, aquella vieja obra de teatro del absurdo. Ahora con nuestra democracia nos entretenemos votando a personas que tampoco sabemos si van a resolver algo o van a empeorar la situación.
Nos hemos acostumbrado a que todas nuestras necesidades deba resolverlas ese ente omnipotente que llamamos Estado en lugar de decidirnos a tomar la vida en nuestras propias manos, las manos de cada uno, para buscar nuestro propio destino, para buscar la verdad y la justicia, para dejar de exigir derechos y entregarnos a nuestro deber de ser personas cabales, honestas, fieles y libres.
Es peligroso que sea el tinglado estatal el que quiera decidir sobre nuestras vidas, sobre nuestra familia, sobre la educación, sobre el bien y el mal, un estado que en lugar de dedicarse a una austera administración, a buscar el bien común y garantizar la libertad, caiga en manos de quienes quieren someternos a sus trasnochadas ideologías de izquierdas o de derechas.
No hay que doblegarse ante los poderosos que quieren mandar en su beneficio ni ante los charlatanes que hablan de emergencia social, de reparto de bienes, de prestaciones sin trabajar, de que el miedo cambie de bando, cuando necesitamos precisamente que sea el miedo el que desaparezca para todos.
Si todos hacemos algún propósito al comenzar el año aunque lo abandonemos pronto, quisiera que el propósito firme y mantenido de muchas personas fuera el no dejarse engañar, el tener un criterio claro sobre la bondad, la verdad y la belleza y esforzarse cada día por llevar a la práctica la justicia, la colaboración con los demás, el cuidado de los más desfavorecidos.
La orientación más segura para nuestra acción es el mensaje cristiano: amar a Dios y amar al prójimo y que no se puede amar a Dios a quien no se ve si no ama al prójimo al que vemos. Recalco lo de al que vemos, pues prójimo viene de próximo, el que tenemos al lado. No se puede decir que uno ama a los pobres, en general, si no se preocupa del bien de su propia familia, su esposa, sus hijos, sus padres, sus hermanos.
Si hacemos el firme propósito de mejorar como personas ello nos ocupará todo el tiempo y no nos preocuparemos demasiado de las luchas por el poder, los partidos políticos, los líderes, ni las estrellas televisivas.
El mal está presente en nuestro mundo en forma de odio, soberbia, envidia, robo, corrupción, lujuria, poderosos adversarios, pero hay que tener la convicción  de que el amor, el bien y la verdad pueden triunfar sobre ellos.
Francisco Rodríguez Barragán
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El año que se acaba

 

Termino el año con una inquieta sensación de pesimismo. A mi parecer, quizás equivocado, ni en España ni en el mundo las cosas marchan bien. También es verdad que todo cambia a gran velocidad y no podemos apenas vislumbrar el futuro más próximo.
Desde las pasadas elecciones autonómicas y municipales la convivencia entre los españoles no resulta nada fácil. Todos los pactos y componendas no se orientaron a la búsqueda del bien común sino a conseguir el desalojo de un partido. Para los que se proclaman de izquierdas la derecha es malísima, Rajoy ha hecho muchísimo daño, según la lideresa andaluza, por lo que tanto él como su partido hay que expulsarlo del terreno político, mientras que la izquierda alardea de una superioridad moral bastante discutible.
No veo ningún espíritu de colaboración sino lisa y llanamente odio, lo cual me parece que puede ser una fuerza capaz de hacer una revolución pero en modo alguno garantizar una convivencia pacífica.
A 80 años de la guerra civil y cuando creíamos que la Constitución del 78 había conseguido para siempre restañar viejas heridas, la ley de memoria histórica del socialista Zapatero anda invocándose para reformar el callejero de Madrid y volver a las andadas, con una izquierda y extrema izquierda empeñadas en hacer una nueva constitución sin que exista ningún consenso.
También el año acaba con la herida abierta de Cataluña en manos de políticos irresponsables y sectarios que no augura nada bueno para los españoles que siempre pensábamos que era la mejor de nuestras regiones.
El Obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, ha señalado que entre los elegidos para formar las nuevas Cortes no hay ninguno que se haya declarado partidario de la vida y en contra del aborto, lo que muestra que el peso de los cristianos en la vida pública es inexistente. A mi parecer la Iglesia puede ser tolerada siempre que se dedique a mantener a Cáritas para repartir comida, pero contará con la intolerancia de los todos los políticos si habla de educación, de familia, de matrimonio, del crimen del aborto y ¡hasta de pecado!
Aunque muchos se sigan confesando cristianos han ido rápidamente asumiendo la ideología de género, la práctica libre de la anticoncepción hasta el aborto o el abandono del matrimonio, sustituido por una convivencia sin compromiso legal. Curiosamente, al mismo tiempo que las parejas heterosexuales abandonan el matrimonio religioso o civil, las parejas homosexuales exigen que se les reconozca su derecho al matrimonio e incluso a tener hijos por adopción o por complicadas tecnologías biológicas con el apoyo expreso de todos los partidos.
Dicen que ha descendido el número de abortos pero hay que caer en la cuenta de que también ha descendido el número de mujeres en edad fértil. Según parece la media de edad española es de más de 50 años. Como vengo repitiendo tenemos un problema de envejecimiento de la población que hará insostenible nuestro estado de bienestar.
En cuanto al mundo en general el año que acaba tampoco ha sido bueno, guerras, atentados, inseguridad, refugiados, sin que se divise a corto plazo una situación de paz.
¿Qué nos deparará el 2016? Les deseo a todos los que me lean lo mejor.
Francisco Rodríguez Barragán
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