En el capítulo tercero del
Génesis podemos leer el diálogo entre la mujer y el diablo que termina
diciéndole que no les pasará nada por desobedecer a Dios, sino al contrario, Dios
sabe muy bien que el día que comiereis
del árbol prohibido se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores
del bien y del mal.
Desde entonces los hombres
siguen queriendo ser como dioses
olvidando que no se han hecho a sí mismos
sino que son criaturas porque Alguien
les concedió la existencia inexorablemente limitada por la muerte.
Eliminar a Dios de nuestras
vidas nos parece la única forma de ser libres, pero el vacío de Dios tenemos
que rellenarlo de alguna manera y creamos los ídolos, obras de nuestras manos
que no nos pueden salvar.
En cada época y lugar los
hombres han dado forma a sus ídolos que rara vez han resultado indulgentes pues
han sido manejados por otros hombres en su propio beneficio y han exigido desde
sacrificios humanos a ciega obediencia a los dictados de sus hierofantes.
No tenemos que remontarnos a
la idolatría de los antiguos paganos sino observar los ídolos de la modernidad,
quizás desde la diosa Razón de los revolucionarios franceses que impusieron sus
razones a golpe de guillotina, los
marxistas que entronizaron la lucha de
clases y el socialismo como ídolos inapelables para encarcelar a las
personas en gulags o eliminarlas para hacer posible el triunfo de su revolución
o qué decir de los ídolos nazis del
racismo y la fuerza. Ídolos todos creados por hombres que se creyeron
dioses.
En la actualidad seguimos lo
mismo. Rechazamos el orden natural creado por Dios y creamos el ídolo de la ciencia como única verdad, que debemos
aceptar humildemente si no queremos ser tachados de tontos. Mantener que hay
verdades más allá de la ciencia no resulta aceptable por lo que, en el mejor de
los casos, simplemente seremos tolerados si no alzamos demasiado la voz.
Otro ídolo al que hemos de
doblegarnos es la democracia. Un
simple procedimiento para resolver problemas administrativos y de gestión, como
puede ser nuestra comunidad de vecinos, resulta que se convierte en la ley
inapelable de la mayoría que siempre
lleva razón y puede decidir sobre lo bueno y lo malo, lo justo o lo injusto,
la vida y la hacienda de los ciudadanos. Si se nos ocurre invocar la ley
divina, como por ejemplo en el aborto, seremos rechazados por casi todos los
partidos políticos y casi todos los medios de comunicación.
Las organizaciones
supranacionales como pueden ser la Comunidad Europea o la ONU, también se
erigen en súper ídolos, a los que acatar y obedecer, sin otra autoridad que la
que ellos mismos se atribuyen para decidir sobre cualquier cosa ya sea el
control de la natalidad, el calentamiento global, la ecología, la ideología de
género, etc. mientras es dudosa su eficacia en acabar con las guerras,
distribuir mejor los alimentos, garantizar los derechos humanos que nos otorgó
Dios, sin andar retorciéndolos e interpretándolos para que digan lo que
interesa a determinados gobernantes y grupos de presión.
Seréis como dioses nos sigue
diciendo el demonio y seguiremos creando ídolos que no nos pueden salvar, pero
Dios sigue llamándonos y ofreciendo su misericordia si nos convertimos a Él.
Francisco Rodríguez Barragán
No hay comentarios:
Publicar un comentario