viernes, 22 de mayo de 2015

Las palabras que usamos y la realidad que vivimos (2)


En mi anterior artículo decía que si dejamos de usar una palabra parece como si lo que tal palabra significaba dejara de existir en la realidad, en concreto me refería a la palabra Dios, cuya desaparición tiene enormes repercusiones, nos creemos liberados de sus leyes para aceptar las que nuestras instituciones democráticas se les ocurra establecer, incluso más allá de lo que creo dijo algún inglés sobre el parlamento: “que podía hacerlo todo menos convertir un hombre en mujer”.
Dirigí mi reflexión sobre los diez mandamientos, pero solo llegué al cuarto. Hoy retomo desde el quinto que dice: no matarás y en nuestro civilizado mundo occidental creemos que lo tenemos superado, ya que establecimos la abolición de la pena de muerte para los delincuentes, pero en cambio hemos dado vía libre para condenar a muerte a los inocentes que están creciendo en el seno de sus madres a las que se reconoce “su derecho” a eliminarlos si ello puede reportarles molestias o incomodidades. En el otro extremo se van abriendo paso leyes que, con rebuscados eufemismos, autoricen a eliminar a viejos y enfermos mediante la eutanasia disfrazada de muerte digna.
Acerca del sexto y el noveno mandamientos que prohíben fornicar y desear la mujer del prójimo, hemos eliminado la palabra fornicar, seguramente porque nos parece fea y así en la vida real se habla de hacer el amor, con quién sea y como sea. Si alguno nos atrevemos a decir que eso es lujuria, nos mirarán con lástima y si le decimos que para ser personas es indispensable la castidad en el noviazgo y en el matrimonio, a lo mejor se enfadan. La palabra castidad ¿no ha desaparecido también de nuestro mundo? ¿Dominar nuestros instintos o darles rienda suelta?  ¿Vivir la fidelidad de una relación amorosa de por vida o hacer el amor mientras dure el placer? ¿Y si encuentro placer con la mujer de otro? Cristo dijo a propósito de esto que si la ley prohibía el adulterio, el exigía más, pues quien mirara a una mujer con mal deseo, ya adulteró en su corazón.
El séptimo mandamiento habla de no robar y el décimo de no codiciar los bienes ajenos. ¡Hay tantas maneras de robar! Aquí las leyes humanas se han dedicado a tipificar con prolijidad las conductas, pero no parece que tengan mucho éxito. La codicia y la envidia son pasiones que no queremos o no sabemos erradicar de nosotros mismos. Las leyes punitivas pueden llegar a castigar a algunos, pero de los tribunales humanos podemos librarnos con mil y una argucias, pero de la cuenta final no podremos escaparnos. Pensamos más en delitos que en pecados pero ¿eso de los pecados no está pasado de moda?
Ha quedado para el último el octavo, que prohíbe mentir, ni dar falso testimonio. Nadie quiere ser engañado pero si la verdad me perjudica pues a ocultarla, a disfrazarla. Pero ya es casualidad que mi reflexión sobre la mentira coincida con un proceso electoral. No quiero decir, de ninguna manera, que todos los políticos mientan,  pero tampoco estoy seguro de que ofrezcan trabajar para cumplir sus promesas y si no pueden cumplirlas reconocerlo y marcharse. Las mentiras de los políticos y de los ciudadanos también son pecados… ¿o no?
Francisco Rodríguez Barragán


Las palabras que usamos y la realidad que vivimos

Las palabras llegan a configurar la realidad de una manera eficaz. Si dejamos de usar una palabra el contenido de la misma parece haber desaparecido de nuestro vivir. Por ejemplo la palabra Dios que observo que cada vez la usamos menos.
Si entras en cualquier sitio y dices: buenos días nos dé Dios, nos mirarán con curiosidad lo mismo que si nos despedimos con un quédese con Dios, hasta en los entierros se dice más lo de le acompaño en el sentimiento que: Dios le haya perdonado.
Cundo expresamos un deseo, alguna vez decimos: quiera Dios que pase esto o lo otro, pero es cada vez menos frecuente. Decir: gracias a Dios por algo, se dice cada vez menos, especialmente la gente joven ha perdido la costumbre de nombrar a Dios para nada.
Antes se rezaba en las escuelas al empezar las clases y si era un colegio religioso se practicaban otras devociones como el Ángelus, la sabatina, o el mes de mayo en honor de la Virgen. Hoy ha desaparecido tanto en los públicos como en los concertados.
Los ilustrados del siglo de las luces, que tanto propagaron el ateísmo, tuvieron menos éxito que los relativistas actuales que, en lugar de atacar, simplemente toleran que haya personas creyentes, aunque traten de recluirlas al ámbito privado, salvo que algunas de sus manifestaciones puedan tener un resultado económico.
Eliminado Dios como referencia absoluta del bien y la verdad, se disuelven otros conceptos como el de virtud y pecado. Se habla de educar en valores, concepto ambiguo y cambiante ya que se pueden poner en valor conductas o tendencias sexuales o de género que, no diría yo, son valiosas. Educar en virtudes era otra cosa que al parecer ya no se lleva: educar en la verdad, en la fidelidad, en la castidad, en la humildad o en la caridad tenían como contrapunto el pecado, palabra que también ha sido eliminada de la circulación.
Parece que solo la corrupción económica es vituperable, no tanto en relación con el séptimo mandamiento, como en el código penal. Las cosas han llegado a ser buenas o malas según lo que digan las leyes humanas en lugar de determinarse por la Ley de Dios. Pero las leyes humanas pueden cambiarse a gusto de los gobernantes, la de Dios no admite cambios ni relativismo.
Si hacemos un recorrido por los diez mandamientos resulta desolador. Amar a Dios sobre todas las cosas, ¡a quién se le ocurre! Poner a Dios por testigo de nuestros juramentos, pero si ya no se jura sino que se promete, aunque nadie resulta castigado por incumplimiento de sus promesas, ya sea de cumplir y hacer cumplir las leyes, o de guardar fidelidad al cónyuge. ¿Qué será eso de santificar las fiestas?
Honrar a los padres y educar a los hijos exige la existencia de una familia estable pero no provisional y cambiante, con padre y madre. El Estado pretende sustituir a los padres para ser único educador de las nuevas generaciones. La institución familiar, base de la sociedad, está destruyéndose a marchas forzadas. Después de la reforma del derecho de familia de nuestro viejo código civil ¿qué ha quedado del matrimonio o de los derechos y obligaciones recíprocos entre padres e hijos?
Habrá que seguir reflexionando en un próximo artículo, si es que los que me lean quieran reflexionar.
Francisco Rodríguez Barragán
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=33736

viernes, 8 de mayo de 2015

Los partidos buscan el poder más que el bien común



Los partidos políticos tienen, a mi parecer, el objetivo de alcanzar el poder y disfrutarlo en forma de sueldos, prebendas e influencia de los militantes, que designados por  las cúpulas dirigentes, lleguen a ocupar puestos de representantes o gobernantes, consejeros o cargos de confianza o a formar parte de los mil y un organismos inventados para  colocar a sus leales.

Un buen amigo me ha hecho notar que los que gobiernan siempre lo hacen mal, en opinión de la oposición, que asegura tener soluciones para todo, pero cuando el gobierno cambia de signo pasa exactamente lo mismo: los que gobiernan son torpes, malos o vendidos y la oposición es la que sabe lo que habría de hacerse.

Preocupados por ganarle a los contrarios, no son capaces de proponerle a los ciudadanos ideas sobre lo que nos pasa para buscarle soluciones. Quizás es que no tienen ideas que proponer, salvo aburrirnos con datos económicos y estadísticos, echarle la culpa a los ricos o a los bancos o a los sindicatos, al gobierno de Bruselas, o al de Estados Unidos y denunciar la corrupción de los contrarios y olvidar la propia.

Al mismo tiempo unos y otros destruyen el tejido humano y social que nos ha constituido como personas a lo largo del tiempo con ideologías disolventes, sexualidad malsana, familias inestables, envejecimiento de la población, disminución criminosa de la natalidad. Realidades pre-políticas que había que defender y conservar a toda costa, pero han sido vulneradas en nombre de no sé qué progresismo que inventa nuevos derechos con olvido de los auténticos y manipula a los ciudadanos desde la guardería a la Universidad.

Se han creado muchas universidades pero el saber no aumenta, aumenta el número de matriculados pero no sé si aumenta el número de los que se esfuerzan y estudian. El abandono escolar es pavoroso, los titulados no consiguen trabajo. No veo a los partidos políticos preocupados por el  bien común, ni decididos a estudiar las soluciones que otros países hayan aplicado con éxito. Cada parcela educativa, sanitaria, científica o funcionarial defiende a capa y espada sus derechos o sus egoísmos corporativos, sin que puedan presumir de estar en cabeza de cualquiera de las clasificaciones de excelencia internacionales que se publican.

Ningún partido ofrece una reducción de la enorme carga organizativa de nuestra demencial administración. Por el contrario, los que llegan, al parecer, piensan en aumentarla.

Los viejos planteamientos socialistas, comunistas o capitalistas resultan incapaces de  organizar la producción y distribución de los bienes con eficacia y justicia en un mundo globalizado. ¿Hay algún partido al que preocupen los problemas de la globalización?

Si la alternancia imperfecta de dos grandes partidos ha sido incapaz de resolver nuestros problemas, que quizás ellos mismos han creado, ¿podrán resolverlo los partidos nuevos o resultará un país más ingobernable?

El objetivo de cualquier partido no debería ser alcanzar el poder a toda costa, con buenas o malas artes, sino aportar ideas, soluciones, estudios para el bien común… pero mientras se pueda vivir de la política con buenos sueldos e influencias, para qué complicarse la vida ¿verdad?

Francisco Rodríguez Barragán





 

domingo, 3 de mayo de 2015

Aquellas municipales de 1979

 

Cuando nos aproximamos a celebrar, con cierta aprensión, la décima convocatoria electoral de los ayuntamientos, después de aprobada la Constitución, recuerdo con nostalgia la primera de ellas, que tuvo lugar el 3 de abril de un lejano año 1979 y en las que fui candidato de la Unión de Centro Democrático (UCD) en un modesto puesto catorce, casi de relleno para completar los 27 concejales de Granada, mi ciudad.

Ningún partido obtuvo la mayoría absoluta. El partido más votado fue la UCD que obtuvo 11 concejales, siguiéndole el Partido Andalucista y el socialista con seis puestos cada uno, distribuyéndose el resto entre otros partidos de la izquierda comunista.

El acuerdo entre socialistas y andalucistas para ocupar la alcaldía el que de ellos obtuviera mayor número de votos, debió entregar el puesto al que encabezaba el partido andalucista, pero ello no fue así ya que los dirigentes de ambos partidos a nivel andaluz, cambiaron la alcaldía de Granada por la de Sevilla. Para los andalucistas Sevilla y Granada para los socialistas, con sus seis concejales, quedando en la oposición la UCD con 11.

En la provincia UCD obtuvo muchos más concejales que los socialistas, lo que le permitió ocupar la presidencia de la Diputación. En aquel tiempo la red clientelar socialista y de izquierdas no estaba tan desarrollada como lo estuvo después.

En la UCD hubo bajas, corrió la lista y llegó hasta mí, que tomé posesión en el año 1980. También el alcalde socialista presentó su dimisión y como su partido decidió que ocupara la alcaldía el sexto de su candidatura, se produjo una curiosa sucesión de llamamientos y renuncias hasta llegar al designado por la voluntad de su partido en noviembre de 1979. No éramos conscientes todavía de que más que una democracia había empezado la partitocracia.

De aquellos años en que fui concejal de mi ayuntamiento recuerdo que, con independencia del color político de cada cual, me llevé bien con todos y sigo teniéndolos por amigos. Las discrepancias políticas no afectaban a las relaciones personales ni terminaban en los tribunales como ahora ocurre.

También recuerdo la noche del 23-F que la pasamos en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. Uno de los concejales trajo un televisor y con una improvisada antena llegamos a tiempo de escuchar al Rey y quedarnos más tranquilos.

Con la corporación municipal recibimos al Papa Juan Pablo II en la puerta de la basílica de la Patrona. Llegó en un autobús de viajeros, por avería del papamóvil, nos saludó uno por uno y nos regaló un rosario.

En aquel tiempo se produjo el triunfo de Felipe González y la UCD de Adolfo Suarez se hundió a manos de las diversas fuerzas que no fueron capaces de convivir en armonía. Quienes habíamos apostado por la UCD, sin pertenecer a ningún grupo,  quedamos descolgados y desolados. No volví a militar en ningún otro partido y en plan de broma digo; que le estoy guardando el luto a la UCD.

Como traca final de mi paso por el Ayuntamiento se produjo en la madrugada del 31 de diciembre de 1982 el importante incendio de la Curia y del Palacio Arzobispal, provocado por alguno de los vendedores de juguetes que montaban sus tenderetes todos los años en plaza de Bib-Rambla, y para combatir el frío encendieron lumbres cuyas llamas prendieron en los balcones de los edificios y llegaron hasta los tejados. Los concejales que aprobamos en el pleno la instalación de los tenderetes, terminamos en el banquillo de los acusados, aunque afortunadamente el juez nos absolvió.

Son recuerdos que a pocos interesarán,  pero que serán compartidos por los que también vivieron aquella etapa, si es que me leen.
Francisco Rodríguez Barragán