En mi anterior artículo decía
que si dejamos de usar una palabra parece como si lo que tal palabra
significaba dejara de existir en la realidad, en concreto me refería a la palabra
Dios, cuya desaparición tiene enormes repercusiones, nos creemos liberados de
sus leyes para aceptar las que nuestras instituciones democráticas se les
ocurra establecer, incluso más allá de lo que creo dijo algún inglés sobre el
parlamento: “que podía hacerlo todo menos convertir un hombre en mujer”.
Dirigí mi reflexión sobre
los diez mandamientos, pero solo llegué al cuarto. Hoy retomo desde el quinto
que dice: no matarás y en nuestro
civilizado mundo occidental creemos que lo tenemos superado, ya que
establecimos la abolición de la pena de muerte para los delincuentes, pero en
cambio hemos dado vía libre para condenar a muerte a los inocentes que están
creciendo en el seno de sus madres a las que se reconoce “su derecho” a eliminarlos si ello puede reportarles molestias o
incomodidades. En el otro extremo se van abriendo paso leyes que, con
rebuscados eufemismos, autoricen a eliminar a viejos y enfermos mediante la
eutanasia disfrazada de muerte digna.
Acerca del sexto y el noveno
mandamientos que prohíben fornicar y
desear la mujer del prójimo, hemos eliminado la palabra fornicar,
seguramente porque nos parece fea y así en la vida real se habla de hacer el amor, con quién sea y como sea.
Si alguno nos atrevemos a decir que eso es lujuria, nos mirarán con lástima y
si le decimos que para ser personas es indispensable la castidad en el noviazgo
y en el matrimonio, a lo mejor se enfadan. La palabra castidad ¿no ha
desaparecido también de nuestro mundo? ¿Dominar nuestros instintos o darles
rienda suelta? ¿Vivir la fidelidad de
una relación amorosa de por vida o hacer el amor mientras dure el placer? ¿Y si
encuentro placer con la mujer de otro? Cristo dijo a propósito de esto que si
la ley prohibía el adulterio, el exigía más, pues quien mirara a una mujer con
mal deseo, ya adulteró en su corazón.
El séptimo mandamiento habla
de no robar y el décimo de no codiciar los bienes ajenos. ¡Hay
tantas maneras de robar! Aquí las leyes humanas se han dedicado a tipificar con
prolijidad las conductas, pero no parece que tengan mucho éxito. La codicia y
la envidia son pasiones que no queremos o no sabemos erradicar de nosotros
mismos. Las leyes punitivas pueden llegar a castigar a algunos, pero de los
tribunales humanos podemos librarnos con mil y una argucias, pero de la cuenta
final no podremos escaparnos. Pensamos más en delitos que en pecados pero ¿eso
de los pecados no está pasado de moda?
Ha quedado para el último el
octavo, que prohíbe mentir, ni dar falso
testimonio. Nadie quiere ser engañado pero si la verdad me perjudica pues a
ocultarla, a disfrazarla. Pero ya es casualidad que mi reflexión sobre la
mentira coincida con un proceso electoral. No quiero decir, de ninguna manera,
que todos los políticos mientan, pero
tampoco estoy seguro de que ofrezcan trabajar para cumplir sus promesas y si no
pueden cumplirlas reconocerlo y marcharse. Las mentiras de los políticos y de
los ciudadanos también son pecados… ¿o no?
Francisco Rodríguez Barragán