jueves, 26 de septiembre de 2013

Revalorizar el matrimonio y la familia



 

No hemos podido dejar de hablar de la crisis económica que padecemos desde hace quizás siete años. Abrimos la prensa cada día, oímos los variados debates televisivos o radiados, conversamos con nuestros compañeros; los temas son siempre los mismos: la crisis económica, el paro, los impuestos, los casos de corrupción.

En cambio se habla menos de la crisis que están padeciendo dos instituciones mucho más importantes para el éxito de la vida personal y de la sociedad: el matrimonio y la familia.

Según el informe del Instituto de Política Familiar en el año 2012 se produjeron 127.362 rupturas familiares, es decir se rompieron cada día 349 matrimonios. Hay que tener en cuenta que sólo se contabilizan las rupturas ante los tribunales de matrimonios contraídos legalmente y no las de las parejas de hecho, forma eufemística de llamar a los que deciden vivir juntos sin ningún vínculo legal, ya que no tienen que acudir a ningún tribunal si rompen su convivencia.

En los últimos diez años el total acumulado de separaciones y divorcios antes los tribunales alcanza la pavorosa cifra de 1.343.760 parejas, es decir más de dos millones y medio de personas han pasado por crisis y enfrentamientos que han puesto de manifiesto la fragilidad y el fracaso de sus proyectos de convivencia familiar y su repercusión en los hijos.

Muchas de estas personas, después de su fracaso, han vuelto a contraer matrimonio civil, formar pareja de hecho una o más veces y otras se han mantenido con sus hijos como familia mono-parentales, de forma temporal o definitiva.

Quienes contrajeron válidamente matrimonio canónico, aunque hayan obtenido el divorcio de un tribunal civil, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia no pueden volver a casarse, pero se casan y si se sienten cristianos se encuentran en una situación irregular y dolorosa, no pueden recibir la comunión, pero siguen siendo miembros de la Iglesia que les prestará la ayuda que pueda y los invitará a participar en todas las actividades parroquiales y evangelizadoras.

 El Movimiento Familiar Cristiano que desde su ideario hace profesión de fe en el matrimonio y la familia como pilares inconmovibles de la vida humana y social, defiende los valores de amistad profunda, amor desinteresado, entrega incondicional al otro, la solidaridad vivida, la unión permanente e indisoluble de la pareja, las alegrías y penas compartidas, la comunicación de bienes y la preocupación por los demás, ha decidido para el curso que ahora comienza, ofrecer a  sus militantes y cualquier persona interesada, un pequeño librito titulado “Familias en situaciones difíciles: un abrazo desde la Iglesia”, escrito por el matrimonio Robert Kimball y Mª Carmen Zurbano, presidentes europeos de la Confederación Internacional de Movimientos Familiares Cristianos y editado por la Editorial CCS.

Hay que constatar que las generaciones jóvenes no han tenido una eficaz iniciación cristiana, capaz de triunfar sobre un ambiente laicista, relativista y hedonista, que ha desvalorizado el matrimonio, la transmisión de la vida  y la familia,  por lo que se hace necesaria una nueva evangelización a la que nos invita este año de la fe.

Aprovecho este artículo para desear éxito al matrimonio formado por los granadinos José Pajares y Encarnita Villén, nombrados hace unos días Presidentes Nacionales del Movimiento Familiar Cristiano.

Francisco Rodríguez Barragán


 

¿Quién nos induce al mal?



Creer que Dios existe puede ser una deducción razonable y especulativa, pero amarlo sobre todas las cosas es otra cosa. Para creer en Dios, en su amor, en su perdón, en la redención obtenida por la muerte y resurrección de Cristo el Hijo del Padre, es necesario aceptar y acoger la fe como don, como regalo de Dios mismo.

Cuando tendemos hacia el bien, la verdad o la belleza podemos entender que es Dios quien puso tales afectos en nuestro corazón, pero cuando observamos  que también en nuestro corazón está presente el mal en sus más variadas formas, debemos preguntarnos quién lo ha puesto ahí.

El problema del mal ha inquietado siempre al hombre que ha fabricado las más variadas respuestas: deducir la existencia de dos principios, el bien y el mal en permanente lucha, mantener que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad lo corrompe, que el mal es el resultado de las estructuras económicas, que la sociedad sin clases será una vuelta al paraíso, que el mal, en definitiva es consecuencia de nuestras deficientes organizaciones sociales y políticas.

Cuando afirmamos que el mal es obra del demonio seguramente nos encontraremos poca gente que se lo tome en serio, pues Satanás ha conseguido con éxito que la gente no crea en su existencia. A fuerza de presentarlo con rabo y cuernos se ve como un monigote ridículo del que no hay que preocuparse. Aunque se hable de posesiones diabólicas y exorcismos, para muchos no serán otra cosa que problemas psiquiátricos.

Pero los demonios están activos y presentes desde el inicio del mundo. Son parte de los ángeles, seres espirituales creados por Dios, que se rebelaron contra Él al conocer que los hombres, seres inferiores a ellos, iban a gozar también de la gloria de Dios, por lo que se dedicaron desde la aurora del paraíso a dañar a la toda la humanidad, pero desde el mismo momento Dios prometió que seríamos redimidos del mal.

Podemos preguntarnos si no hubiera sido mejor que Dios eliminara de forma radical a estos ángeles rebeldes, pero cuando Dios regala la existencia a hombres o ángeles no se retracta, por eso todos seguiremos viviendo eternamente en la gloria o en el infierno.

La primera tentación que formuló el demonio fue prometerles: “seréis como dioses” y ahí seguimos, queriendo ser nuestros propios dioses. En lugar de aceptar la salvación de Dios, merecida por Cristo, nos empeñamos en encumbrarnos por nuestras propias fuerzas, siguiendo las insinuaciones del Maligno: no necesitamos a Dios sino un entrenador (coach) que nos enseñe técnicas eficaces, máquinas y artilugios que alarguen nuestras manos, nuestros pies, nuestra vista, gracias a la ciencia y a la técnica y a triunfar.

 Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, no parece entrar en los cálculos, programas y objetivos de mucha gente que desea poder, tener, gozar… El demonio en el que pocos creen está teniendo éxito, pero los que creemos que la buena noticia del evangelio ofrece mucho más que Satanás, no podemos cruzarnos de brazos. Todos los días cuando rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del Maligno y no nos deje caer en sus tentaciones.

Francisco Rodríguez Barragán






 

Invitación a la fe



Hay gente que piensa que Dios no le es necesario e incluso lo consideran un estorbo para su vida. Dicen que pueden desarrollarse como magníficas personas por sí mismos, sin recurrir a nada, ni a nadie que no han visto nunca y que a lo mejor ni existe.

Si alguien les pregunta por la razón de la existencia del universo, responden que el universo existe por sí mismo, que carece de sentido cuestionarnos nada y que la ciencia irá dando respuesta a los que estén interesados en meterse en averiguaciones.

Pero aunque no quieran cuestionar nada, ni cuestionarse a sí mismos, preferirán, sin duda, el bien al mal, la verdad a la mentira, la justicia la injusticia, la belleza a la fealdad, el amor al odio, conservar la existencia que volver a la nada. ¿No querrán saber ni preguntarse acaso, quién puso en sus corazones estos sentimientos, quién les dio la facultad de hablar, de sentir, de desear, de temer, de amar?

Pienso que existe un cierto miedo en creer en Dios, pues si existe Alguien que nos dio la existencia, este Alguien puede pedirnos cuenta de nuestras vidas y esto nos asusta, nos incomoda. Si creo en este Alguien, no podré usar mi libertad para el mal, para abusar de los demás, para destruir la belleza de la creación.

Por mucho que tratemos de convencernos de que somos la medida de todas las cosas y que no existe un Dios que nos pida cuentas, si somos honestos con nosotros mismos tendremos que confesar que, en algún rincón del alma, anida un vacío, un ansía de plenitud que no podemos colmar con todos nuestros triunfos, con todos nuestros placeres, con todas nuestras riquezas.

Quizás negamos a Dios porque lo tememos. Mucha gente imagina a Dios como justiciero y castigador, por lo que prefieren no pensar en Él, ignorarlo.

Pero Dios es Amor y se nos ha revelado en Jesús de Nazaret como un Padre clemente y misericordioso, dispuesto al perdón de nuestras faltas, dispuesto a salvarnos del mal que anida en nosotros mismos y darnos la vida eterna.

Preocupados, quizás, por vivir y gozar esta vida que se acaba, pensamos poco en la existencia de otra vida que no se acaba. Craso error. Si después de la muerte no hay otra cosa que la nada ¿Qué valor tendría la vida?

Dios no recorta nuestra realización personal sino que le da consistencia y plenitud. Entrar en relación de amor con Quién nos llamó a la existencia, salvados por la muerte y resurrección de Jesucristo, elevados con él a la categoría de hijos de Dios. Nuestro origen es divino y nuestro destino grandioso, basta que respondamos al amor de Dios amando a los demás.

La fe que necesitamos para creer todo esto es un don del mismo Dios, ofrecido a todos los que están dispuestos a acogerlo. Por mi parte anuncio, a cuantos puedan llegar mis palabras, lo que creo junto con la Iglesia.

Les aseguro que nada se pierde por creer en Dios, pero alejándose de Él nuestra vida se empobrece y puede hasta perderse.

Francisco Rodríguez Barragán






 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Creer en las personas y creer en Dios


Cuando hablo o escribo algo sobre la fe inmediatamente hay quien se pone en guardia o dice que “pasa” de todo lo religioso, pero la fe, antes que acto  religioso, es una experiencia humana que hace posible la convivencia entre las personas.

Nuestra vida está trenzada con los lazos que establecemos con los demás. De las personas con las que convivimos hay algunas que nos merecen confianza, creemos en ellas porque tenemos una cierta seguridad de que nos dicen la verdad y desean nuestro bien. La verdad y el bien abren las puertas de nuestra intimidad a otros que, a su vez, nos la abren a nosotros, estableciendo así relaciones de amor o de amistad.

La decisión de creer en alguien es mía, mi razón y mi voluntad estuvieron de acuerdo en abrirle las puertas de mi intimidad,  pero si descubro que esa persona me miente o me utiliza, me siento traicionado y desgraciado.

Los desengaños siempre son causados por alguien en quien creíamos, en quien teníamos fe y confianza y nos defraudó. Las personas que no tienen fe en nadie tienen que llevar una vida difícil. Si estamos hechos para vivir con los demás y llegamos a la conclusión de que todos están en nuestra contra, seguramente seremos nosotros los que nos pongamos en contra de todos y convirtamos nuestra vida en un infierno de miedo, odio y desconfianza.

Si buscáramos activamente el bien de nuestro prójimo y fuéramos felices con ello, todo cambiaría. Pero si es nuestro egoísmo el que nos empuja a buscar lo que creemos nuestro interés, caiga quien caiga, dejaremos de tener fe, de creer en nadie y nadie creerá ni confiará en nosotros.

La fe en Dios y en su enviado Jesucristo parte también de esta experiencia humana de creer y confiar en Alguien y acogerlo en nuestra intimidad para ser acogido a su vez en la intimidad divina, en una relación de amistad y de amor.

Si creemos y confiamos en otras personas, aunque puedan fallarnos, también podemos creer y confiar en el Dios que nos mostró Jesús, con la seguridad de que por parte de Dios, que es amor, nunca fallará la relación y si falla por parte nuestra, también encontraremos siempre la misericordia y el perdón para restablecerla.

Habrá quien piense que puede amar a sus hijos, a su mujer o a sus amigos, porque los ve y los conoce, pero como a Dios no lo ve, duda y se resiste. Dios nos habla de forma permanente a través de toda la creación: el universo entero pregona su grandeza, en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Se ha revelado de muchas maneras a través de los tiempos y finalmente a través de Jesucristo, muerto y resucitado, de quien nos dan testimonio los testigos que recibieron su mandato de anunciar a todos los hombres el amor de Dios Padre, la salvación de Jesús el Hijo y la permanente asistencia del Espíritu Santo.

Si creemos a las personas que nos merecen confianza, ¿en quién podemos creer y confiar más plenamente que en el Dios de Jesús? La fe en que Dios nos ama solo nos exige que respondamos a su amor amando a los demás.

Francisco Rodríguez Barragán