jueves, 19 de marzo de 2015

Las obras de misericordia ¿son una antigualla?


Al leer que el Papa Francisco abre dentro de poco un Año Santo de la Misericordia, he recordado aquel utilísimo catecismo de Ripalda, de preguntas y respuestas, en el que aprendí de memoria las catorce obras de misericordia. Seguramente habrá gente de mi edad que también las recuerde. Para los que la recuerden y para los que no hayan oído hablar de ellas, puede ser útil y oportuno comentarlas.

Las dividía aquel catecismo en dos series, las siete corporales y las siete espirituales. Las corporales recordaban la obligación de todos los cristianos de visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Las espirituales establecían la obligación de enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo ha menester, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos y rogar a Dios por los vivos y los muertos.

No creo que hacer tales cosas haya pasado de moda, aunque la forma de practicarlas pueda haber cambiado.

Visitar a los enfermos es cosa que hacemos ocasionalmente cuando se trata de nuestros familiares o nuestros amigos, pero cada vez hay más personas que alcanzan una vejez necesitada no solo de visitas, sino de asistencia y cuidados permanentes, que en otros tiempos facilitaban las familias y hoy es una prestación que exigimos del gobierno como un aspecto más del problemático estado de bienestar prometido.

Pero aunque consigan una plaza de residencia donde los cuiden, nuestros ancianos necesitan del contacto frecuente con sus familiares que a veces se espacia demasiado. Hay que ser misericordiosos para dedicarles todo el tiempo que podamos y hacerles menos duros los años que sobrevivan arrancados del medio en que vivieron.

Sigue habiendo gente con hambre que necesitan comer, beber, vestirse, tener una vivienda. El problema de tantos es la falta de trabajo. La gran obra de misericordia será hoy dar trabajo al desempleado, ya que es más importante que una persona se gane el sustento que tenga que mendigarlo.

Nuestro sistema económico alterna periodos de prosperidad y de crisis y siempre hay excluidos a quienes alimentar y es la Iglesia la que organiza comedores y pide la ayuda de la gente, pero pienso que dar de comer al hambriento es algo más que comprar en el supermercado unos cuantos kilos de alimentos, para entregarlos en Navidad. Hacer una sociedad más justa y solidaria sigue siendo una tarea pendiente para todo el que sienta misericordia de su prójimo.

Hubo tiempos en que unas personas podían estar en cautiverio y salir de él mediante la entrega de dinero, incluso se constituyeron órdenes religiosas para la redención de cautivos. Hoy hay también muchas personas cautivas del alcohol, las drogas o el sexo, que también necesitan de personas e instituciones que realicen la obra de misericordia de redimirlos de su lamentable situación.

Enterrar a los muertos quizás sea la obra de misericordia que hoy puede resultar innecesaria ya que, al parecer, nadie se queda sin enterrar, pero no podemos ignorar que hay gente que vive en la calle y que muere también en la calle, quizás porque nadie tuvo misericordia de ellos.

En un próximo artículo podemos reflexionar sobre las obras de misericordia que el catecismo llamaba espirituales.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

Liberación sexual y control político



Entre las muchas tendencias que actúan sobre las personas hay dos que lo hacen con fuerza singular: el deseo de dominar a otros y la sexualidad.

El deseo de los varones por dominar a las mujeres es paralelo al de las mujeres por dominar a los hombres. Pasar de una relación de dominio a otra de cooperación, de armonía, de amor, exige una larga educación que me da la impresión que se imparte poco, ya que muchas parejas se rompen en menos tiempo que la garantía de una lavadora, por incompatibilidad de caracteres, es decir cada uno quiere hacer su voluntad y la convivencia es imposible.

El ejercicio de la sexualidad, dentro de un orden moral y en función de la familia, saltó por los aires con la revolución sexual y su programa de abolir normas, prohibiciones y tabúes que, no hay duda, que está triunfando en nuestro mundo.

El gobierno de los pueblos, de las naciones, de la sociedad, se ha justificado siempre como necesario, pero todo poder tiende fatalmente a la dominación y al control de los ciudadanos por los gobiernos. Este control ha sido contestado en muchas ocasiones con inestabilidad, revoluciones y guerras hasta que han encontrado la forma de usar la sexualidad como forma de control social.

La liberación sexual implicaba necesariamente anular la generación, impedir el embarazo y si se producía, eliminar al concebido y se ha  llegado a eso de forma progresiva pero rápida.

El viejo anticlericalismo se ha modernizado en elegantes fórmulas presentadas como inapelables filosofías y certezas científicas, cuyo objetivo no es otro que expulsar la idea de Dios y la idea de pecado de nuestro mundo. Si Dios era el obstáculo para gozar del placer de forma ilimitada, se le elimina y el gobierno de los estados se convierte en la última instancia de nuestras conductas. El individuo y la familia, como realidades anteriores y pre-políticas, van siendo suprimidos cada vez con menor esfuerzo.

Observen como los partidos políticos de todas las tendencias, en su casi totalidad, aceptan el aborto y desde casi todos los medios se insiste en que cualquier intento de reducirlo va en contra del progreso y es perder votos.

Este desarme moral de la sociedad se ha producido por la acción de los gobernantes que manipulan la educación desde el jardín de infancia, que dictan leyes proclamando como derechos el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el divorcio exprés, la ideología de género, las mil y una forma de sexualidad, etc. Una prueba de este desarme pueden ser las sombras imaginadas por una mente sucia y sado-masoquista que triunfan en los cines.

No deberíamos elegir a los gobernantes para que decidan sobre la manera de ejercer su control sobre nosotros sino para servir con honestidad y economía al bien común a los ciudadanos. No todo es economía, también hay valores que vale la pena conservar si queremos seguir siendo personas dotadas de razón y de conciencia.

Estamos en año de elecciones varias. ¿A quién votar? Pues no lo sé. Vamos a ver qué pasa.

Francisco Rodríguez Barragán







 

 

 

sábado, 7 de marzo de 2015

España desvencijada



Recuerdo al actor y cantante Fernando Esteso que nos hacía reír con aquella canción que empezaba: “Ya estamos metidos en la democracia, a Dios damos gracias” al comienzo de la transición. Desde que vimos que se superaba el miedo a otro posible enfrentamiento entre españoles, nos alegramos todos de que hubiera para nosotros un futuro democrático, que tanto habíamos anhelado y se proclamara una constitución de consenso, sin vencedores ni vencidos.
Ha pasado el tiempo y siento, por mi parte, un gran desencanto. No sé si Ortega hubiera repetido ahora aquello de “no es esto, no es esto”, referido a la desgraciada segunda república que, inexplicablemente, hay quien pretende revivirla, sin tener en cuenta que el tiempo marcha siempre hacia adelante.
Los que redactaron la Constitución del 78 y los que luego dimos nuestra aprobación en el referéndum del 6 de diciembre de 1978, pensábamos que se había dado con la fórmula adecuada para satisfacer a todos los españoles, incluidos los nacionalistas vascos y catalanes.
No fue así. Si el artículo primero declaraba que “España se constituye en un Estado social y democrático de derecho”, qué pasó para que ahora esté dividida en diecisiete autonomías, mini-estados, que andan siempre a la greña frente a un cada vez más escuálido poder central, incapaz de garantizar la igualdad entre todos los españoles de acuerdo con la misma Constitución. Por desgracia las concesiones constitucionales a los nacionalistas vascos y catalanes, en lugar de satisfacerlos, les abrió un voraz apetito que también se ha extendido al resto, provocando que en la actualidad me parezca que vivimos en una España desvencijada, inestable, ruinosa.
Creo que por muchas elecciones que se convoquen, no mejorará por ello la calidad de nuestra democracia que necesita sustentarse en valores permanentes en lugar de crear “nuevos valores”, alentados por ideologías disolventes de la persona, de la familia, de la convivencia.
¿Cree alguien que la llamada liberación sexual es más beneficiosa para la sociedad que el amor conyugal permanente y fiel? ¿Cree alguien que es bueno que se produzcan más de cien  abortos al año? ¿Piensa alguien que puede sostenerse un estado de bienestar en un país demográficamente envejecido?
Apenas si conocemos a las personas a quienes votamos, pero vemos que muchos de ellos llevan toda la vida comiendo bastante bien de los distintos presupuestos, en el mejor de los casos. Han sido demasiados años en que ha existido una sensación de corrupción e impunidad terrible.
Desde los fastos del V Centenario y la Expo de Sevilla todo ha sido un derroche permanente a todos los niveles, por algo será…
Al principio de nuestra democracia existió una sopa de letras,  correspondiente a los más variados partidos, que fueron desapareciendo. Solo quedaron dos con posibilidades de gobernar en los ayuntamientos, autonomías y gobierno central más los nacionalistas convertidos en partidos bisagra, que aprovecharon su situación para obtener prebendas que están resultando muy negativas para el conjunto de España.
Ahora cuando nuestra situación desvencijada se hace palpable la obsolescencia de los dos grandes partidos, aparecen otros que ignoramos cuales sean sus intenciones: si pretenden quebrar de una vez el estado, participar de las prebendas del poder, iniciar alguna pirueta aventurada, ¡vaya usted a saber!
Francisco Rodríguez Barragán


El estado de la nación ¿debate o combate?


El debate sobre el estado de la nación resultó al final de la jornada una bronca pelea entre las dos figuras relevantes del cartel. El Presidente del gobierno hizo una amplia exposición de datos y cifras para acreditar la bondad de su gestión económica, ya que realmente de eso fue de lo que habló. No pongo en duda que quizás haya dejado la hacienda pública algo más saneada de cómo la encontró.

Pero si la deuda acumulada por las distintas administraciones estuvo a punto de tener que pedir a la UE su rescate, ignoro si puede volver a repetirse ya que no escuché nada sobre la necesidad de reducir el gasto de tantas administraciones repletas de gobernantes, consejeros, funcionarios, asesores, fundaciones, empresas públicas y un largo etcétera.
El Presidente del gobierno anunció una serie de medidas para resolver la debilidad de nuestra economía y el volumen de desempleados, sin que, a mi parecer, hayan producido ningún entusiasmo, pues las promesas de futuro no resultan demasiado creíbles.
El debutante Sr. Sánchez intervino en un tono bronco e insultante que no le acredita como una persona ecuánime y dialogante, un estadista capaz de dirigir los destinos de un país. Naturalmente sus excesos verbales no justifican la desabrida réplica del Sr. Rajoy, diciéndole que no vuelva por allí, sin tener ningún poder para impedírselo, lo cual empequeñece y daña irremediablemente la figura del Presidente.
Pero si el Sr. Rajoy no presentó ningún programa ilusionante, el presentado por el Sr. Sánchez resulta detestable. Pretende reformar la constitución para hacer un estado federal, viaje cantinela de su partido, sin que sepamos si tal federalismo sería más o menos que el autonomismo actual. Promete blindar el estado del bienestar aunque no sabemos cómo, pues el problema es que cada vez resulta más insostenible por culpa de la demografía: somos más los viejos y nacen menos niños y por culpa además de la globalización, de la que nadie quiere hablar.
También dice el Sr. Sánchez que va a destruir las reformas del actual gobierno, afirmación al parecer destinada a los populistas. Pero si no mejora nuestro nivel educativo, si no somos capaces de crear ni producir cosas que puedan ser demandadas por todo el mundo, si nuestra productividad deja mucho que desear, etc. seguiremos sin industria propia y las empresas comprarán en Asia los productos que nos ofrecen en las grandes superficies. Basta comprobar el país de origen de las cosas que compramos.
Una mejor ley electoral, una justicia más despolitizada y más rápida, una administración más reducida y eficiente, un sistema educativo duradero cuyo objetivo sea transmitir el saber y la ciencia y no la manipulación política, una protección efectiva de la familia y de la vida del niño en gestación, no he escuchado que forme parte del quehacer de los gobernantes que ayer peroraban en el Congreso de los diputados, para cubrir un trámite y comenzar las campañas electorales que nos aguardan.
Me parece necesario que sobre las cosas contingentes se ofrezcan diversas soluciones, pero una cosa es ser diferentes y otra distinta ser contrarios. Una ciudad divida en partidos contrarios va a la ruina, se puede leer en el evangelio. Los diferentes pueden colaborar, los contrarios solo se satisfacen con la derrota del adversario.
Francisco Rodríguez Barragán


Temer a la muerte o temer la inmortalidad

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando

Hoy miércoles de ceniza, el oficio de lectura de la  Liturgia de las Horas, comienza con las coplas que Jorge Manrique escribió a la muerte de su padre.

Hablar de la muerte resulta incómodo, solo hablamos de la muerte de los demás pero poco de la propia, salvo que la sintamos próxima, pero nuestros interlocutores tratarán enseguida de distraernos, de quitar gravedad a la situación, de recomendarnos algún médico, algún tratamiento que puede permitirnos seguir vivos como sea.

Si nos ofrecieran algún seguro, algún brebaje, para no morirnos nunca, seguramente lo aceptaríamos encantados y es que tenemos miedo, mucho miedo, a nuestra propia muerte.
Aunque sea confusamente lo que haya más allá del último suspiro nos asusta, pues si la vida hemos sido capaces de irla capeando, no tenemos ni idea de lo que podamos hacer después de muertos, si es que podemos hacer algo. Quizás nos gustaría que nuestro cuerpo descompuesto vuelva a la tierra como fertilizante y ahí acabe todo, en la nada.
Pero, ¿y si es verdad que además del cuerpo tenemos un alma inmortal? Lo mismo que desearíamos seguir viviendo en este mundo, sin morirnos, nos asusta seguir viviendo más allá de la muerte en una situación desconocida, irreversible, inacabable, quizás sin tiempo o fuera del tiempo, donde no servirá para nada nuestra ciencia, ni nuestras riquezas.
Durante la vida nos ocupamos con plena dedicación a nuestro cuerpo, a satisfacer sus deseos y apetitos, pero poco a nuestra alma inmortal. Habremos dedicado más tiempo y esfuerzo a lo caduco que a lo inmortal. Si lo pensamos, nos entrará el miedo, pues hemos derrochado el tiempo más en lo que pasa y se acaba, que en aquello que resultará permanente. Es más cómodo, más tranquilo, no pensar en ello, creer que no hay nada, que todo son fábulas.
Poco sentido tendría la vida si el destino de las víctimas, de los inocentes, vaya a ser el  mismo que el de los verdugos, los explotadores, los criminales. No podemos eludir la existencia de lo bueno y lo malo, más allá de que queramos reducir lo bueno a lo que nos beneficia y lo malo lo que nos perjudica, pues si lo hacemos debería intranquilizarnos: después de muertos todos seremos juzgados por nuestras acciones en un juicio inapelable, sin segunda instancia, para una situación definitiva: salvado o condenado.
Ahora que, un año más, comienza la cuaresma deberíamos escuchar una llamada insistente a la conversión, a convertirnos de un modo de vida material, egoísta, que necesariamente se acabará, a otro en el que pongamos todo nuestro empeño en asegurar el futuro que no pasa.
Estamos muy ufanos de que la esperanza de vida de las personas va subiendo cada vez más, pero por mucho que suba esta vida se acabará y peor que desearnos la muerte sería desearnos que no pudiéramos morir nunca.
Todos los años que vivamos, son una oportunidad que nos da Quien nos regaló la existencia para llegar a encontrarnos con El, pues no volveremos a la nada, aunque muchos quizás lo deseen.
Francisco Rodríguez Barragán