Revisar un año que acaba
Un año termina y otro empieza
en una sucesión constante de días que pasan a prisa y vuelan y con ellos
nuestra vida. En los viejos relojes de pared campeaba la frase latina tempus fugit que acuñó Virgilio en sus
Geórgicas y es que el tiempo se nos escapa de la manos entre un pasado
irrecuperable y un futuro que, cuando
llegue a existir, se convertirá en pasado de inmediato.
Quizás para poder manejar de
alguna forma el tiempo lo vamos troceando en paquetes de distinta duración: días,
semanas, meses, años. Lo que hicimos en cualquier momento del pasado puede
prolongar sus efectos hasta la delgada raya del presente y continuar en el
futuro. Podemos recordar el pasado, añorarlo o repudiarlo, pero jamás volverlo
a vivir.
El indeterminado regalo de
tiempo que recibimos al nacer es un don, un regalo, que podemos aprovechar o
dilapidar, pero del que se nos pedirá cuenta por Aquel que nos llamó a la
existencia y nos hizo libres y responsables.
Al final de cada año se suele
hacer balance, pero esta palabra suena demasiado a economía del tener. Puede
resultar más útil hacer examen de conciencia respecto a nuestro ser como personas.
Tenemos que examinar si en el año que se acaba hemos buscado siempre la verdad,
la belleza, la bondad y crecido en sabiduría o por el contrario nos hemos
dedicado a buscar cosas, más allá de lo necesario para vivir, con ansias
crecientes de comodidades y placeres.
Estamos sometidos a una
continua presión despersonalizadora desde las más variadas instancias. Mientras
nos hablan de derechos y libertades quieren que pensemos, deseemos, reclamemos
y aceptemos lo que decidan los que mandan, o los que quieren mandar, a los
cuales apenas conocemos y siempre nos decepcionan, aunque los hayamos votado.
La famosa igualdad ante la ley
no puede confundirse con el igualitarismo. Cada persona es única e irrepetible
y tiene que irse modelando, tallando, en el tiempo de su vida, de acuerdo con sus
propias posibilidades, proyectos y valores. Somos mucho más que ciudadanos,
contribuyentes, votantes o espectadores, porque tenemos un destino eterno que
empieza aquí y ahora. Ser lo que queremos ser y lo que debemos ser, es la tarea
irrenunciable a la que estamos llamados y que hay que revisar cada día, mejor
que cada año.
Nuestro ser personas se va
haciendo con los otros, pero estos otros no son la masa anónima de la gente,
sino nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros, a quienes podemos
conocer y conocernos, con los que podemos establecer relaciones auténticas.
Somos el resultado de los lazos que establecemos con los demás. Hay que examinar
por tanto si existen tales lazos, si son positivos, si les ayudamos y nos
ayudan o si vivimos aislados dentro de nuestro egoísmo.
El examen de conciencia que
sugiero, en definitiva, es saber en lo que creemos, lo que esperamos, lo que
amamos. Amar de verdad es ser felices haciendo felices a los demás. Esperar y
creer de verdad es confiar en el mismo que nos creó, nos sostiene y nos espera.
Les deseo un nuevo año para
mejorar.
Francisco Rodríguez Barragán