lunes, 31 de diciembre de 2012


Revisar un año que acaba


 

Un año termina y otro empieza en una sucesión constante de días que pasan a prisa y vuelan y con ellos nuestra vida. En los viejos relojes de pared campeaba la frase latina tempus fugit que acuñó Virgilio en sus Geórgicas y es que el tiempo se nos escapa de la manos entre un pasado irrecuperable y un futuro que,  cuando llegue a existir, se convertirá en pasado de inmediato.

Quizás para poder manejar de alguna forma el tiempo lo vamos troceando en paquetes de distinta duración: días, semanas, meses, años. Lo que hicimos en cualquier momento del pasado puede prolongar sus efectos hasta la delgada raya del presente y continuar en el futuro. Podemos recordar el pasado, añorarlo o repudiarlo, pero jamás volverlo a vivir.

El indeterminado regalo de tiempo que recibimos al nacer es un don, un regalo, que podemos aprovechar o dilapidar, pero del que se nos pedirá cuenta por Aquel que nos llamó a la existencia y nos hizo libres y responsables.

Al final de cada año se suele hacer balance, pero esta palabra suena demasiado a economía del tener. Puede resultar más útil hacer examen de conciencia respecto a nuestro ser como personas. Tenemos que examinar si en el año que se acaba hemos buscado siempre la verdad, la belleza, la bondad y crecido en sabiduría o por el contrario nos hemos dedicado a buscar cosas, más allá de lo necesario para vivir, con ansias crecientes de comodidades y placeres.

Estamos sometidos a una continua presión despersonalizadora desde las más variadas instancias. Mientras nos hablan de derechos y libertades quieren que pensemos, deseemos, reclamemos y aceptemos lo que decidan los que mandan, o los que quieren mandar, a los cuales apenas conocemos y siempre nos decepcionan, aunque los hayamos votado.

La famosa igualdad ante la ley no puede confundirse con el igualitarismo. Cada persona es única e irrepetible y tiene que irse modelando, tallando, en el tiempo de su vida, de acuerdo con sus propias posibilidades, proyectos y valores. Somos mucho más que ciudadanos, contribuyentes, votantes o espectadores, porque tenemos un destino eterno que empieza aquí y ahora. Ser lo que queremos ser y lo que debemos ser, es la tarea irrenunciable a la que estamos llamados y que hay que revisar cada día, mejor que cada año.

Nuestro ser personas se va haciendo con los otros, pero estos otros no son la masa anónima de la gente, sino nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros, a quienes podemos conocer y conocernos, con los que podemos establecer relaciones auténticas. Somos el resultado de los lazos que establecemos con los demás. Hay que examinar por tanto si existen tales lazos, si son positivos, si les ayudamos y nos ayudan o si vivimos aislados dentro de nuestro egoísmo.

El examen de conciencia que sugiero, en definitiva, es saber en lo que creemos, lo que esperamos, lo que amamos. Amar de verdad es ser felices haciendo felices a los demás. Esperar y creer de verdad es confiar en el mismo que nos creó, nos sostiene y nos espera.

Les deseo un nuevo año para mejorar.

Francisco Rodríguez Barragán

 

 

 

 

 

Proponer la fe aquí y ahora.

 

Hay ateos que niegan la existencia de Dios porque su razón no ha encontrado argumentos válidos para creer en El. Otros piensan que quizás exista pero que no se cuida de nosotros. Otros rechazan ocuparse de la cuestión para no complicarse la vida. Muchos creen que los avances científicos lo hacen innecesario, incluso que representa una limitación para el hombre. A pesar del dolor, del sufrimiento y de la muerte, presentes siempre, no quieren creer que puedan ser salvados por el que los llamó a la existencia.

Aunque muchos ateos respetan a los cristianos, van creciendo minorías poderosas que están decididas a acabar con el cristianismo y con la Iglesia. En todos los tiempos la Iglesia ha tenido enemigos y adversarios. El mismo Cristo ya nos anunció que seríamos perseguidos por los poderes de este mundo.

Estas minorías combativas se han ido introduciendo en todos los centros de decisión política y educativa para dominar a las nuevas generaciones desde la infancia. Los grandes obstáculos para llevar a cabo su designio son la familia y la Iglesia. El ataque a la familia, sus derechos y su influencia está en marcha y hay que lamentar que en España y en gran parte de Europa están teniendo éxito.

La institución del matrimonio, base de la familia, está siendo desvirtuada y sustituida por frágiles situaciones de pareja, escasamente fecundas, que no son lo más adecuado para la educación de los hijos, que se delega cada vez más en los centros de enseñanza, desde las guarderías a las universidades.

La Iglesia católica es el otro gran enemigo a abatir. El ateísmo ha dejado de ser una mera negación de la existencia de Dios para convertirse en una nueva religión, que ofrece liberar a las personas incluso del sentimiento del mal o de la culpa. Gozar sin límites del placer, de cualquier placer, en un mundo feliz en el que los avances de la ciencia, lo resuelvan todo.  Quieren raer todo vestigio del cristianismo, por eso tratan de suprimir la Navidad, de quitar el crucifijo de todos los sitios, de eliminar la religión como asignatura, etc.

España y toda Europa se construyeron sobre el armazón del cristianismo. La progresiva desaparición de sus valores de la vida pública está produciendo esta formidable crisis que es no solo económica sino de identidad. No solo está desapareciendo la fe entre la gente sino también nuestra propia cultura. Sin conocimiento de la religión cristiana cada vez será más difícil entender lo que representan nuestras mejores obras de arte, cultura, música, literatura, los retablos de nuestras catedrales y nuestros templos…

La Iglesia ha proclamado un año de la fe como una llamada urgente a una nueva evangelización. Los cristianos estamos seguros de que la Iglesia no va a desaparecer, aunque se la combata. Puede entrar en crisis en unos lugares y florecer en otros,  puede desaparecer de Europa como desapareció o se redujo en Asia Menor, Siria o el norte de África.

La fe no puede imponerse. Dios ha concedido a cada persona la libertad para acogerla o rechazarla, pero los cristianos tenemos el deber de anunciarla, de proponerla, de predicarla, con nuestra palabra, nuestro ejemplo, nuestra vida y eso debemos hacerlo sin demora, sin tregua, sin descanso. Unos aceptaran a Cristo y otros lo rechazarán y nos perseguirán. No importa, ya lo sabíamos.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

 

 

 

 

 

UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO



Si medito acerca del progreso alcanzado por la humanidad a lo largo del tiempo puedo sentirme orgulloso. El hombre ha aumentado sus conocimientos acerca de la vida y del universo, hasta unos niveles formidables. Ha alcanzado metas inimaginables en los campos del saber y el conocimiento. Ha buscado la belleza y la ha plasmado en multitud de creaciones, que atraviesan el tiempo para seguir causando asombro a los que las contemplan.

Si contemplo la historia de los pueblos que han ido sucediéndose a lo largo del tiempo quedo sobrecogido por la cantidad de muerte, dolor y sufrimiento que nos hemos causado unos a otros. Imperios poderosos y grandes construcciones políticas, han ejercido su dominio sobre pueblos y territorios, para desaparecer a manos de otros, sustituyéndose entre guerras y muerte, victorias y derrotas, explotaciones y genocidios, sin llegar a alcanzar nunca el equilibrio de una paz perpetua y justa.

Podemos creer en algunos momentos que puede establecerse un sistema de paz, armada o desarmada, pero pronto comprobamos que se vuelven a producir enfrentamientos, que surgen guerras y las armas se activan para matar, aunque no dejemos de hablar de medidas de seguridad desde altos organismos, incapaces de organizar un gobierno mundial efectivo.

Cada persona que llega a la vida desea ser feliz, aunque no tenga ninguna idea clara de cómo lograrlo. Unos buscarán la felicidad en la posesión de cosas, en el consumo compulsivo de bienes y placeres. Otros serán felices haciendo felices a los demás porque habrán encontrado el amor. Algunos entenderán que la felicidad puede encontrarse en la verdad, la belleza y la bondad, ─en definitiva en Dios─ y se entregarán con humildad a su búsqueda.

Aunque estemos programados para ser felices, inevitablemente encontraremos en nuestras vidas el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la muerte. El que nos llamó a la existencia y a la libertad, anunció que nos salvaría de todo ello a través de su Hijo, Jesucristo, cuyo nacimiento en Belén, hace dos milenios celebramos ahora. La Palabra eterna de Dios tomó la naturaleza humana con todas sus debilidades y pecados para salvarnos de ellos. Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a Dios y gozar de una bienaventuranza eterna.

Ya sé que no se llega a creer en esto sin la fe, sin fiarse de Dios que se ha revelado en Jesús. Esta es la buena noticia que anuncia la Iglesia y cada uno de sus miembros vivos. Cada persona es libre para acoger el anuncio o rechazarlo.

Muchos esperan que los salve la ciencia, aunque lo más que puede hacer es alargarnos algo la vida. Muchos piensan que no necesitan ninguna salvación pues con la muerte todo se acaba, pero no explican la razón de que la suerte de los asesinos y los inocentes resulte idéntica. Hay quienes creen en la existencia de reencarnaciones sucesivas para abismarse en la nada.

Nos puede parecer extraño que Dios se haga hombre para morir por los hombres y a manos de los hombres y a través de su muerte y resurrección  salvarnos, pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Confío que Dios que me llamó a la existencia me salvará en Jesús. Deseo que llegue a todos esta esperanza.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Una democracia deficiente


 


Mi idea de los partidos políticos como  cauce de participación en la formación de la voluntad popular, vista con la perspectiva del tiempo, ha resultado bastante equivocada. Acepté que los grandes partidos ofrecían opciones de gobierno bien contrastadas de acuerdo con idearios claros y comprensibles, en base a los cuales formulaban sus programas para cada proceso electoral.

Entendí que los programas venían a ser, algo así como una especie de contrato entre los votantes y quienes saliesen elegidos. Nunca existió tal contrato entre electores y elegidos que, por otra parte, era imposible, pues ningún miembro de las Cortes puede estar ligado por mandato imperativo alguno, según la Constitución.

Por tanto una vez investido de su cargo, el diputado, senador, diputado autonómico o concejal, no representa en modo alguno a sus votantes sino, teóricamente, al parlamento nacional o autonómico, senado o corporación local, pero en  realidad representa los intereses del partido del que forma parte, cuyo mandato imperativo en cada ocasión resulta irresistible, aunque sea nocivo para el bien común, caso de los nacionalistas, en algunas ocasiones.

Por tanto los partidos pueden dejar de redactar sus programas ya que, como dijo alguna vez Tierno Galván, no se hacen para cumplirlos.

Tampoco los grandes partidos actuales, a mi entender, representan un pluralismo político real. Las distinciones entre izquierda y derecha son cada vez más confusas. Persiguen lo mismo: disfrutar del poder. Son igual de intervencionistas: unos y otros mantienen el mismo aparato de gobierno cada vez más pesado e ineficiente. Los gobiernos autonómicos de uno u otro color no presentan diferencias esenciales. Ninguno cuestiona la falta de independencia de la organización judicial, ni la utilidad del Tribunal Constitucional, ni la ley electoral vigente, etc.

Los políticos de izquierda viven exactamente lo mismo que los de derecha y los de derecha piensan casi lo mismo que los de izquierda, de ahí el continuismo que podemos observar, a pesar del cambio de partido gobernante.

En una situación de crisis como la actual no veo que existan programas diferentes para remontarla, entre gobierno y oposición. Unos y otros se agarran a las recetas social-demócratas del estado de bienestar, sin aceptar que hay que buscar nuevas fórmulas, que hay que poner todo en cuestión y repensarlo todo, aunque los poderes económicos y financieros se opongan.

Que la clase política sea vista como problema por los españoles, debería ser una vigorosa advertencia para cambiar de rumbo. Si queremos vivir en un sistema democrático efectivo necesitamos poder elegir a personas a quienes avale su conducta, su buen hacer, su competencia profesional y no a listas cerradas, decididas inapelablemente por las cúpulas de los partidos.

Parece que solo deseamos un gobierno que nos cuide desde la cuna a la tumba, aunque ello signifique que ellos decidan el centro educativo para nuestros hijos, la pensión que nos va a corresponder, el hospital y la fecha en que nos podrán operar, etc.

Por mi parte deseo un gobierno que abra espacios de libertad para decidir lo que cada cual quiere hacer con su vida, su familia, sus proyectos personales, sin ser manipulados, adoctrinados, encuadrados, de acuerdo con lo que decida el gobierno de turno por medio de un aparato de gobierno siempre creciente y oneroso.

Francisco Rodríguez Barragán





 

Derechos y deberes de los españoles



Si leemos la Constitución podremos comprobar el amplísimo catálogo de derechos y garantías que se reconocen a los españoles, pero encontraremos bastante poco referido a sus deberes y obligaciones. Solo se dice que tienen el deber de conocer el castellano, de defender a España y el de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos.

Para la efectividad de todos los derechos se asignan a los poderes públicos el deber de promoverlos, garantizarlos, organizarlos y hacerlos efectivos, con el dinero que todos tenemos que pagar. Si no se puede recaudar lo suficiente, pues se endeudan los poderes públicos, es decir, lo tendremos que pagar después, o lo pagaran nuestros hijos, con los intereses correspondientes.

Llevamos demasiado tiempo adormecidos con la nana de los derechos, sin que nadie nos haga despertar para cumplir con los deberes. El deber de pagar al fisco ya lo hacen efectivo las diversas administraciones gravando el consumo o haciendo que los empresarios nos lo vayan descontando cada mes del sueldo, lo cual parece más indoloro que tener que abonarlo de una vez. Si además Hacienda nos devuelve algo que nos cobró en demasía,  nos ponemos la mar de contentos.

No fumar en sitios públicos, respetar las normas de tráfico o reciclar la basura doméstica, parecen el no va más de nuestros deberes.

El derecho constitucional a la huelga, repetido hasta la náusea estos días, no implica, al parecer, ningunos deberes a los organizadores ni a los asistentes. Así hemos visto las coacciones de los piquetes, la inutilización de los cajeros automáticos, la rotura de lunas de los escaparates, el destrozo del mobiliario urbano, la quema de contendores, el vandalismo de encapuchados apedreando a la policía, el asalto a comercios y hasta un grupo que come en un restaurante y se niega a pagar alegando que están de huelga. No se puede desligar la manifestación de la huelga organizada por los sindicatos, a mi parecer.

Es probable que entre los promotores de la huelga estuvieran los sindicalistas que, hasta hace poco, formaban parte de los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorros que prestaron dinero sin responsabilidad y callaron cuando comenzaron los embargos de viviendas.

Seguramente muchas personas se han esforzado por adquirir una vivienda y pagar la hipoteca. Otros por la crisis no han podido hacerlo. Seguramente firmaron sus contratos, convencidos arteramente por promotoras a las que nadie pide responsabilidad y les pareció estupendo que la irresponsabilidad de las entidades prestamistas valorara la vivienda por encima de su valor real para comprar a la vez casa y coche.

Las deudas de las familias y de las administraciones, tendrán que pagarlas los ciudadanos a los que se les pueda cobrar. Seguramente no habrá otra solución, pero no puede ser que el famoso estado de bienestar, consista en que cada uno viva con la mano metida en el bolsillo de los demás. Los grandes beneficiarios de la época dorada del ladrillo me temo seguirán intocables e impunes.

Creo que si cada cual, desde su puesto, se pregunta sobre sus deberes como persona y deja de confiar en los poderes públicos para que le resuelvan sus problemas, las cosas marcharían mucho mejor, pues cuanto menos dependamos de ellos para vivir, más libres seremos.

Francisco Rodríguez Barragán







 

 

 

Niños congelados y niños abortados


El hallazgo de los cadáveres de dos niños recién nacidos en el congelador de la casa, ha herido nuestra sensibilidad. De inmediato se ha puesto en marcha la maquinaria investigadora y judicial y la gente espera que la persona culpable sea castigada.

En cambio poca gente  se escandaliza de la muerte de más de cien mil niños al año, masacrados en el seno materno, cuyos cadáveres son incinerados como residuos de quirófano de las clínicas “autorizadas para la interrupción del embarazo”

Destruir los huevos del halcón peregrino, matar una cría de lince ibérico, un lagarto o un sapo de colores, es un delito que debe ser perseguido, ya que no puede ponerse en peligro el equilibrio ecológico, ni la reproducción de las especies. Pero la especie humana, culmen de toda la creación, no goza de tantas garantías. Es más, para algunos activistas, el género humano es una especie de cáncer que le ha salido a la “madre tierra” que debe ser controlado y reducido a través de medios anticonceptivos, incluido el aborto.

Luego celebraremos el Día de los Derechos del niño, aunque millones de niños no gozarán de ninguno ya que fueron eliminados antes de nacer, ante la indiferencia de la gente, de la misma gente que se escandaliza con los niños del congelador.

La gente tiende a creer que lo que una ley autorice hay que aceptarlo como correcto. Las leyes se aprueban por mayoría de nuestros representantes, pero no podemos pensar que la democracia nos obliga a creer que la mayoría parlamentaria tenga siempre razón y  ni siquiera la mayoría de la población que vota un referéndum.

El aborto por muy legalizado que sea, es una desgracia que está destruyendo a toda Europa, cada vez más envejecida, con una tasa de natalidad tan baja que no garantiza la reposición generacional. No pasarán muchos años para que otros pueblos nos ocupen y desaparezcamos, pues nos estamos suicidando, mientras hablamos de economía.

Es curioso que la palabra “matrimonio” está desapareciendo de nuestra lengua sustituido por la palabra “pareja”, aunque se utilice extrañamente paras las uniones de personas del mismo sexo. Todos los elementos que configuraban la célula básica de la sociedad es están diluyendo, por mor de las leyes que han eliminado las hermosas palabras de esposo y esposa, por el ambiguo contrayente, las de padre y madre por progenitor uno y progenitor dos y para borrar de raíz la palabra familia, se ha eliminado la expedición del Libro de Familia. Todo lo aceptamos pasivamente.

Es necesario desmitificar los poderes de los que nos gobiernan. Los hemos elegido para que administren la cosa pública con economía, transparencia y honestidad y se responsabilicen del resultado de su gestión. Pero ¿se da algo de esto?

No lo hemos elegido, pienso yo,  para que decidan por nosotros acerca del bien y el mal, ni para que nos otorguen nuevos derechos inventados, sino para que respeten los que cada uno tenemos por ser personas libres.

Francisco Rodríguez Barragán





 

Hace 50 años



Los medios de comunicación y diversas instituciones han recordado el medio siglo transcurrido desde la apertura del Concilio Vaticano II. Para buena parte de la población actual el acontecimiento no forma parte de sus recuerdos personales por no haber nacido o ser de corta edad. No es mi caso. Hace 50 años estaba a punto de cumplir los 25 y me preparaba para contraer matrimonio, con lo que iba a terminar mi etapa de militancia en la Juventud de Acción Católica en la que ingresé de adolescente.

En aquel año viviamos con entusiasmo los cursillos de cristiandad y discutíamos con apasionamiento si debía mantenerse una Acción Católica general con base parroquial, que nos parecía bastante desfasada, o debíamos convertirnos en movimiento especializados, como la JOC,  creada por monseñor Cardijn, que parecía más eficaz para el trabajo apostólico.

El Concilio se abría como una gran esperanza para los cristianos comprometidos y lo de aggiornamiento, ponerse al día,  nos sonaba bien. Parece que se utilizó esta palabra para evitar el término reforma. Nada más empezar las deliberaciones se pusieron de manifiesto dos posturas: renovadores y conservadores, progres y carcas. Por supuesto, en lo mejor de mi juventud, estaba del lado de los renovadores.

El primer documento que salió del Concilio, a finales de 1963, fue la Constitución sobre la sagrada liturgia, con decidida finalidad reformadora, pero con la clara advertencia de que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia, en la liturgia. También se ordenó que se conservara el uso de la lengua latina, aunque autorizando el uso de la lengua vulgar para lecturas, moniciones, oraciones y cánticos, cuando fuera útil para el pueblo.

Rápidamente toda la liturgia se expresó en las lenguas de cada lugar y el latín fue quedando abandonado. Nos pareció un gran avance la celebración de la misa de cara al pueblo en lengua vernácula. Cuando años después he asistido a celebraciones en lenguas que no entiendo, siento añoranza del viejo latín en el que todos podamos sentirnos unidos.

Al año siguiente apareció la Constitución Dogmática sobre la Iglesia donde se hacía un canto estupendo del sacramento del matrimonio y de la familia a la que se consideraba como iglesia doméstica. Como ya tenía una familia y estaba encuadrado en un movimiento familiarista, esto me alegró mucho. Se dedicó un capítulo a los laicos, revalorizando su papel dentro de la iglesia como agentes de evangelización en el mundo, empezando por la propia familia.

Al final de 1965 aparecieron la Constitución sobre la divina revelación y la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, en la que se abordaron todas las cuestiones que afectaban y siguen afectando a la sociedad y se insistía de forma luminosa sobre la dignidad del matrimonio y la familia, sobre la fecundidad y el amor conyugal. Páginas que me siguen pareciendo maravillosas, aunque hoy se ignoren por la sociedad.

Recuerdo que me quede confuso y sorprendido cuando empezó la secularización masiva de los sacerdotes. La primavera que se esperaba no llegó. El ofrecimiento de diálogo al mundo creo que no fue escuchado. Mayo del 68, el feminismo, la difusión de los anticonceptivos, el relativismo, el envejecimiento y descristianización de Europa y tantas otras cosas,  parecen haber hecho inútiles las ideas del Concilio.

No obstante pienso que siguen siendo válidas aquellas ideas y florecerán cuando Dios quiera. Mis caminos no son vuestros caminos, dice el Señor. El triunfo de Jesús fue en la cruz, los que lo seguimos no podemos esperar otra cosa que luchas y contradicciones. Los decepcionados, conservad la esperanza.

Francisco Rodríguez Barragán







 

 

 

Cómo defender una asistencia sanitaria sostenible


 

La prestación de la asistencia sanitaria se ha convertido en un arma arrojadiza en manos de la izquierda a la que le parece inconcebible que la derecha pueda gobernar. No es que crea que hay demasiadas diferencias entre derecha e izquierda, ya que unos y otros coinciden en que lo importante es tomar el poder y ninguno de los dos sepa muy bien lo que ha de hacer para sacarnos de nuestra triste situación.

En la calle, en los periódicos, en la televisión, en todas las tertulias y debates, el tema permanente es la mal llamada privatización de la asistencia sanitaria, ya que a mi entender lo que pretende la comunidad de Madrid es conseguir una gestión más barata, ya que el gasto es cada vez más insostenible. Lo mismo han hecho otras comunidades autónomas, con gobiernos de diferente signo, sin que se hayan producido tan feroces contestaciones, seguramente porque se hicieron antes de que los socialistas perdieran las elecciones.

He puesto atención a las intervenciones de algunos facultativos en debates televisivos. Creo entender que para ellos y los que se manifiestan con lemas tales como la “sanidad pública no se vende, se defiende”, lo que les parece inaceptable es que pueda haber empresas que  obtengan beneficios con la gestión de esta prestación.

Recuerdo, porque soy viejo,  que los hospitales del Seguro tenían en sus plantillas limpiadoras y cocineros, hasta que vieron la conveniencia de contratar la limpieza y la cocina con empresas, que naturalmente acudieron a los concursos correspondientes pensando en su beneficio. Esta práctica generalizada debe haber funcionado ya que no conozco que se haya abandonado en ningún sitio para volver al sistema anterior.

Decían los facultativos que escuché que había que distinguir en la asistencia hospitalaria lo que podría ser el alojamiento de la atención facultativa. Para el alojamiento me pareció entender que no veían mal su externalización, pero nunca para la atención facultativa que se vería mermada por culpa de las empresas concesionarias que evitarían gastos de tratamiento para obtener mayores beneficios.

Estos defensores a ultranza de “lo público” parecen pasar por alto que los funcionarios del estado y fuerzas armadas pueden elegir entre la sanidad pública y la sanidad privada, la organizada por empresas de seguros médicos, y en un alto porcentaje elijen la sanidad privada.

Quizás la búsqueda de soluciones para una gestión más barata de los servicios públicos lo que pone de manifiesto, una vez más, es la dificultad de la administración para conseguir un rendimiento más eficiente.

El inmoderado crecimiento de la administración en todas sus esferas, durante un periodo de aparente prosperidad, resulta en época de crisis un gasto insostenible. Hay que ahorrar en gastos y hay que buscar la manera de hacerlo y para este ahorro no veo ninguna propuesta del personal sanitario, ni de los sindicatos, alternativa a la externalización que propone el gobierno de la comunidad.

Los recursos humanos de la sanidad, o de cualquier otra área, ¿no necesitan reformas? Pero si los que podrían proponerlas les interesa más preservar su propia situación de privilegio…

Francisco Rodríguez Barragán