Hay gente que dice que cree en
Dios, otros dicen que no creen que exista, otros ni se lo plantean. De los que
dicen que creen, a muchos no se les nota que ello signifique algo serio e
importante en sus vidas. De los que dicen que no creen, unos luchan por
convencer a los demás de su inexistencia, aunque no es fácil comprender el
tesón que ponen en su ateísmo, en buscar razones para negarlo y propagarlas.
Los que ni siquiera se lo plantean, viven el sin sentido de preferir el bien al mal o la verdad a la
mentira, sin tener nada en que apoyar su propia razón.
Nuestra razón es suficiente
para descubrir que algo tan grande como el universo, tan maravilloso y
complicado como la vida, la tendencia de todo lo creado a ser de mejor manera,
exigen un punto de partida fuera del universo y del tiempo, de Alguien capaz de
llamar a la existencia a toda la creación, una creación que el hombre comprueba
está hecha con número, peso y medida, con sabiduría inabarcable.
Este Alguien existente en sí
mismo ─ yo soy el que soy ─ en quien
vivimos, nos movemos y existimos, creó al hombre a su imagen: dotado de
inteligencia, dotado de razón y semejante a Él por su capacidad de amar. La
creación del hombre es un acto del amor de Dios que espera ser correspondido.
Pero la relación amorosa de
Dios con los hombres no podríamos conocerla si Él mismo no nos la hubiera
manifestado. Amor de Dios que va más allá de la rebeldía del hombre que creyó
poder ser como Dios e introdujo en nuestro mundo el mal, el dolor, el
sufrimiento y la muerte. Es curioso que los que dicen no creer en la existencia
de Dios, tampoco expliquen la terrible presencia del mal en el mundo.
Creer que Dios ha hablado a los
hombres y prometido salvarnos del mal, forma parte del contenido de la fe. La
fe no es el resultado de ningún esfuerzo humano, sino un don, un regalo, del
mismo Dios que lo ofrece muchas veces a lo largo de nuestra vida y que podemos
acoger o rechazar. Dios quiere establecer con cada uno de nosotros lazos de
amor, lazos de salvación, pero Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti. La
paciencia de Dios es nuestra salvación dice una carta de San Pedro, pero si
alguno se condena es porque se empeñó en condenarse.
Si creemos que Dios se nos ha
revelado, lo que nos haya dicho a lo largo del tiempo y por último a través de
Jesucristo, su Hijo, muerto y resucitado por nosotros, adquiere una enorme
importancia y trascendencia. Amar a Dios sobre todas las cosas no es un simple
consejo sino una necesidad vital. Muchos de los que lo recitan cada domingo no
parece que se lo tomen en serio, su vida no es radicalmente diferente de los
que no creen.
Si Dios es la verdad, es esta
verdad la luz definitiva para orientar nuestra vida. Todo lo demás hay que
examinarlo a esta luz. Jesús nos mostró al Padre que nos ama y nos dijo que Él
es el camino, la verdad y la vida y nos invitó a seguirle sin excusas, sin
demoras, amando a nuestros prójimos como a nosotros mismos.
Creer o no creer, esa es la
cuestión. Pero creer de verdad.
Francisco Rodríguez Barragán