Las encuestas del CIS nos dicen,
desde hace algún tiempo, que los
españoles señalan a los políticos en general, la política y los partidos, la
corrupción y el fraude, como los problemas más importantes que nos afectan
juntamente con el paro y la economía.
Las pasadas elecciones al
Parlamento europeo arrojaron unos resultados preocupantes, ya que un importante
número de votantes optaron por secundar los llamamientos a la demagogia más
populista. A continuación el secretario general del partido socialista dejó su
puesto con un complicado problema sucesorio y el Jefe del Estado decidió
abdicar.
La necesidad de reformar la
Constitución se agudizó, en este difícil momento, pues tal reforma necesitaría un amplio consenso de todas las
fuerzas políticas o al menos de los dos grandes partidos, que se ha producido, quizás por última vez,
en el proceso de relevo en la Jefatura del Estado, aunque hayamos oído voces
que reclamaban un cambio en la forma de estado: el retroceso a la república de
1931 y su bandera tricolor.
La existencia de dos grandes
partidos, que se han turnado en el poder durante más de treinta años, ha ido
produciendo una semejanza entre ambos que ha atenuado e incluso borrado sus
diferencias. Más allá de los programas que, según Tierno Galván, se hacen para no cumplirlos, los cambios de
gobierno no han significado ninguna variación importante en la vida y la
esperanza de los españoles.
Para los populares lo único que
parece preocuparles es la economía y cuando gobiernan, se aplican a ello con
entusiasmo. Otras cuestiones, como pueden ser la educación, la familia, la
vida, no parece importarles demasiado. De hecho siguen rigiendo las leyes que
hizo el partido socialista sin que sean capaces de modificarlas
sustancialmente, como ya profetizó en alguna ocasión el señor Rubalcaba.
Si los socialistas se decantan
por la ideología de género, el anticlericalismo, el aborto o la liberación
sexual, los populares los secundan para que no parezca que ellos no son
modernos y avanzados, como el que más. Los que creen en otros valores quizás
tendrán que seguir votándolos o quedarse en casa como en las europeas.
Sobre la corrupción, el fraude
y el despilfarro tampoco parece que existan diferencias decisivas. Mucho hablar
de leyes de transparencia, pero nadie renuncia al privilegio del aforamiento, ¡por
algo será!
Tanto un partido como otro
cuando gobiernan son unos intervencionistas que merman la libertad de los
ciudadanos con leyes y más leyes. Se habla de los emprendedores, pero quién se
atreve a emprender algo que necesita permisos, autorizaciones, licencias, de
los gobiernos municipales, de los autonómicos o del gobierno central. Luego
resulta que después de tantos controles y auditorias de cuentas, nadie se entera
de que este o aquel chiringuito es una estafa hasta que los afectados salen a
la calle indignados.
Los casos de corrupción que
acaban en los juzgados, que me temo no serán todos, duran más que los seriales
de la televisión, años y años que se prolongan sin término. ¿No pueden ir más
rápidos los casos o es mejor que duren y duren?
Como se aproximan otras
elecciones y al gobierno y a la oposición les dura el susto del resultado de
las europeas, se dedican a buscar soluciones urgentes. Los socialistas novatos
quizás piensen que tienen que virar más a la izquierda y aproximarse a los
demagogos de las soluciones imposibles. Los populares a vender como grandes
logros unas décimas más o menos de esos misteriosos indicadores macroeconómicos
y la disminución de las cifras del paro que tampoco sabemos cómo se cuentan.
Francisco Rodríguez Barragán