Cuando
tantas plumas autorizadas han escrito sobre la llegada al trono de España de
Felipe VI y su discurso inicial, es un atrevimiento por mi parte decir algo al
respecto, pero el mismo día de la abdicación de Don Juan Carlos escribí que
dado que nuestra Constitución encarga al Rey arbitrar y moderar el
funcionamiento de las instituciones, esto solo puede ejercerse desde la auctoritas,
que es un saber socialmente reconocido, que hay que adquirir mediante un esfuerzo
sostenido, para estar por encima y más allá de las luchas de poder, de los
intereses partidarios.
Decía
también que el nuevo Rey necesitaría de un bien desarrollado sentido común y de
una conducta intachable, desprendida, generosa, capaz de acercarse a los
ciudadanos y comprenderlos, capaz de señalar los fallos y las equivocaciones
que cometan las instituciones y que podría moderar y arbitrar cuando sus
observaciones y sugerencias tengan el suficiente peso para ser escuchadas por
los que detentan la potestas, es decir el gobierno de la nación.
He
leído atentamente el discurso del nuevo rey que se presenta como una monarquía
renovada para un tiempo nuevo, lo cual suena bastante bien y lo que dice
respecto al modo como ejercerá el papel que la Constitución asigna a la Corona,
su compromiso con la sociedad, su aspiración a ser fiel intérprete de las
aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos y compartir y sentir como propios
sus éxitos y sus fracasos, me parece un laudable deseo.
Dice
el Rey que hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los
principios éticos y morales inspiren nuestra vida pública. Esta rotunda
afirmación demuestra que estamos padeciendo una profunda crisis de principios y
valores y su llamamiento a que la ejemplaridad presida la vida pública, toca la
parte más sensible de la situación que hay que resolver con principios y valores
consistentes, como el derecho a la vida, el papel de la familia o la
erradicación de la corrupción, aunque no haya hecho ninguna referencia al
respecto.
El
deseo de que los ciudadanos recuperen
y mantengan la confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo, la tolerancia y la
honestidad, me parece asimismo un buen programa pero, si hay que recuperar
alguna cosa, es porque se ha perdido. Los ejemplos de vandalismo, intolerancia
y deshonestidad nos los sirven cada día los noticiarios. Se recoge lo que se
siembra.
Reconocer
que España es una y diversa es una obviedad que ha dejado de serlo cuando hay
trozos que quieren dejar de ser españoles. Después de una larga etapa en la que
se han desarrollado los nacionalismos excluyentes y sembrado odio y división,
hará falta algo más que buenas palabras para volver a vivir la igualdad, la solidaridad
y el respeto a la ley entre los pueblos en una España en la que quepamos todos.
Quizás
para marcar la aconfesionalidad del estado han sido eliminadas de todas las ceremonias cualquier referencia religiosa en
esta sucesión, no obstante la Conferencia Episcopal ordenó celebrar la misa por
el nuevo rey. El apóstol San Pedro nos dice a los cristianos en su primera
carta: honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios y honrad al rey.
Trataré de cumplirlo.
Francisco
Rodríguez Barragán