sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Sigue siendo el cristianismo una religión en Europa?



Con motivo de la visita del Papa a Turquía se han publicado muchos artículos pero me ha impactado leer en Páginas Digital, que la Santa Sede no se plantea pedir la restitución de los bienes confiscados por Ataturk, sino el simple reconocimiento jurídico y que, preguntado sobre esta cuestión, el ministro turco de urbanismo, ha respondido que el asunto se había vuelto superfluo, ya que el cristianismo ya no es una religión, sino más bien una cultura, por lo que no procedía su reconocimiento jurídico como entidad religiosa.

Esta afirmación contundente de que el cristianismo ya no es una religión, por más que desde una visión islamista tenga la idea de que la religión es algo que se inserta en la organización misma del estado, me ha dejado preocupado.

Para el Islam radical que persigue a los cristianos que viven dentro del área musulmana, está claro que entienden que se trata de una religión a la que destruir, y los cristianos unos infieles que merecen la muerte por no abrazar el Corán o por haberse separado de él.

Pero Turquía, a caballo entre Europa y Asia, que ha mostrado sus deseos de formar parte de la Comunidad Europea, debe referirse a su percepción del cristianismo en nuestros países occidentales en los que hemos de reconocer que estamos perdiendo, o ya hemos perdido, el alma cristiana que nos constituyó.

Aunque conservemos catedrales y monumentos, fiestas populares y fachadas cristianas,  vivimos muy lejos de los valores cristianos. Impera el relativismo más absoluto, todo vale, no se acepta nada como verdadero, se imponen valores de nuevo cuño, extraños derechos como el matrimonio homosexual, la ideología de género, el aborto, el cambio de sexo,  el respeto a las no sé cuantas orientaciones sexuales, la anticoncepción que está envejeciendo a nuestros países…

 La familia, piedra fundamental de la sociedad, sufre constantes ataques para reducir su papel de transmisora de valores, aunque quizás haya cada vez menos familias que puedan transmitirlos: aumentan las parejas sin hijos o con un solo hijo. El consumismo, el hedonismo, la sexualidad sin responsabilidad, se van enseñoreando del ambiente y hablamos del estado de bienestar, nuestra gran aportación,  que cada vez es más insostenible en un mundo globalizado y desigual.

Hay una irresistible presión para que el cristianismo se reduzca a espacios privados, mientras que los musulmanes, que van ocupando las ciudades de Europa, hacen cada vez más pública ostentación de su religión.

La profecía de Gadafi de que Europa caerá en manos del Islam como una fruta madura, conquistada por los vientres de sus mujeres, parece en camino de cumplirse. Las musulmanas tienen más hijos que las europeas y con sus velos y vestidos se consideran mejores que las europeas que no paren y exhiben sus cuerpos sin pudor.

La respuesta del ministro turco que considera que el cristianismo no es ya una religión no podemos pasarla por alto, todos tendríamos que reflexionar seriamente sobre los valores que se nos imponen y los que hemos perdido.

Creemos solo en nuestras propias realizaciones y hemos abandonado a Dios, el único que es garantía del bien y de la libertad.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una buena formación no es suficiente


El caso de los sacerdotes presuntamente pederastas de mi ciudad, ha provocado que muchas conversaciones giren sobre la cuestión y se pregunten escandalizados: ¿cómo es posible que, habiendo recibido una buena formación,  puedan dejarse llevar por un vicio tan repugnante?

Por mi parte respondo, que la formación por sí sola no es suficiente para estar a salvo de las tentaciones que el demonio nos presenta cada día, aunque buena parte de los que me escuchan no creen en la existencia del demonio.

También arguyo que todos los corruptos, que andan por los tribunales por haberse enriquecido ilícitamente,  no carecen de formación, aunque nunca se hace mención de ello en el mismo sentido que los curas, pero tanto unos como otros sabían perfectamente que lo que hacían era malo.

Pienso que todos tenemos bastante claro lo que está bien y lo que está mal, de lo que hacemos cada día, aunque nuestras acciones no lleguen a estar tipificadas en el Código Penal. Los curas pederastas son malos, malísimos, los corruptos son también malísimos, pero cada uno de nosotros ¿estamos acaso justificados, esperando nos canonicen?

Nadie está libre de ser tentado por el demonio y caemos una y otra vez cada día, pero tenemos una gran habilidad para justificarnos con las más variadas y falsas argucias.

La mentira la usamos de forma habitual, sin ningún remordimiento de conciencia, siempre que el embuste nos sea favorable. Lo mismo la otra clase de mentira que es la ocultación de la verdad en el ámbito familiar, en el ámbito laboral o el fiscal.

La fornicación y otros vicios han tomado carta de naturaleza en nuestra sociedad. Gozar de la sexualidad sin trabas ni responsabilidad, incluso respetando, como ahora se dice, la orientación sexual de cada cual. Todo vale, si no media violencia declarada o de género. Si no creemos que el fornicio y otros vicios sean pecado, tampoco creeremos que el demonio nos esté tentando todos los días. El gran éxito de Satanás es haber conseguido pasar desapercibido.

Nuestra naturaleza, que teóricamente debía tender al bien y a la verdad, podemos comprobar que se complace en el mal y en la mentira, siempre que con ello nos libremos de cualquier esfuerzo personal.

Andamos averiguando los misterios del universo, pero no tratamos de saber lo que haya podido ocurrir para que nuestra naturaleza esté sujeta a la seducción del mal. Peor aún: rechazamos las explicaciones que se nos ofrecen si llevan implícitas el esfuerzo del dominio de sí mismos o la exigencia de reconocer  a un Dios-Creador que nos pedirá cuentas.

Los cristianos recitamos a menudo, más o menos distraídos, la oración que el mismo Jesús nos enseñó: el padrenuestro, que termina pidiendo a Dios que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal. Porque el mal existe, actúa en el mundo y se opone a que los hombres alcancemos la gloria que ellos perdieron por su soberbia.

Empieza el Adviento, tiempo de esperanza, pero ¿qué esperamos? ¿el estado de bienestar? ¿consumir hasta reventar? ¿diversión y vacaciones?... Si no reconocemos nuestra situación de pecadores no habrá salvación para nosotros.

Francisco Rodríguez Barragán






 

jueves, 27 de noviembre de 2014

¿Qué tal la familia?


La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 determinó que la familia es el elemento fundamental de la sociedad, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea en el años 2000 estableció que se garantizaba la protección de la familia en los planos jurídico, económico y social y el artículo 39 de la Constitución Española de 1978 dice que los podres públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia.

Después de tan altisonantes declaraciones ¿cómo está la familia aquí y ahora? El Instituto de Política familiar ha publicado su Informe sobre la evolución de la Familia en España 2014.

Si la familia se compone de un matrimonio, padre y madre, y sus hijos este Informe pone de manifiesto que en España cada vez se producen menos matrimonios, lo que ha supuesto el desplome de la tasa de nupcialidad. Si en el año 2000 era 5,37 matrimonios por cada 1000 personas se ha reducido a 3,56 en el 2012 y ello gracias a los matrimonios con extranjeros que representan el 18% de los contraídos. Por Comunidades autónomas la que tiene una tasa de nupcialidad menor es Canarias con 2,82 por cada 1000 personas y la más alta Cantabria con 3,96.

Es interesante el dato de que los españoles cada vez se casan más tarde a los 37,4 años de media y que de cada cinco matrimonios tres lo hacen por lo civil.

Hay muchas parejas que no se casan ni por lo civil ni por la iglesia, son las parejas de hecho, que ya alcanzan más de millón y medio de hogares, de las que el 22,7% tienen hijos.

Las rupturas familiares en 2012 fueron 110.000. Dice el informe que se rompen 303 matrimonios cada día. Las rupturas acumuladas superan las 2,7 millones desde 1981, las cuales afectan a más de dos millones de hijos. Desconozco si las rupturas de parejas de hecho están contabilizadas en esa cifra, ya que se habla de divorcios, lo que implica que existía una unión legal previa. Las población de divorciados y separados supera el 6% de la población mayor de 16 años.

Los datos de natalidad demuestran que existe un gran déficit de niños, de hijos, pues nacen 116.000 niños menos que en 1980 a pesar del incremento de población y la inyección de la natalidad de madres extranjeras. Si en 1980 nacieron 571.018 niños, en 2012 solo nacieron 454.648, que habría que reducir a 367.703 sin la natalidad de las madres extranjeras.

El índice de fecundidad, número de hijos por mujer, es de 1,32, muy alejado del nivel de reemplazo generacional que habría de ser de 2,1 Solamente Portugal y Polonia están por debajo de España. La pirámide de población está cada vez más invertida, es decir, más viejos y menos jóvenes, lo que hace insostenible el estado del bienestar del que tanto se habla.

Otros datos inquietantes son: Cada vez se tiene los hijos más tarde 31,56 años de media y que dos de cada cinco hijos son extramatrimoniales. Más grave aún es la evolución de los abortos: 112.000 en el año 2012, lo que lo convierte en una de las principales causas de mortalidad así como del bajo índice de natalidad.

Los problemas económicos que padecemos seguramente se arreglarán pero la familia, base de la sociedad, nadie parece estar interesado en promocionarla, ni ayudarla, ni conciliar la vida laboral y familiar, ni proteger la maternidad, ni la vida del no-nacido,  nada de nada, a pesar de todas la promesas electorales.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

Demagogia o Moralidad



Necesitamos tener algunas certezas fundamentales que nos sirvan de guía en nuestro vivir, pero da la impresión de que todo se ha desdibujado. Ya no sabemos lo que es bueno ni lo que es malo, ni lo que es un hombre y una mujer, ni lo que es un matrimonio, ni lo que es una familia...

Tampoco sabemos si el marco legal en que se desenvuelve la sociedad resulta ya tan fijo como pensábamos. La Constitución de la que estábamos bastante satisfechos las personas de mi generación, está en crisis. Unos quieren reformarla aunque no saben bien cómo ni para qué. Los últimos en llegar a la escena dicen que es un candado que hay que romper, aunque tampoco tengo muy claro si lo que desean es imponer algún sistema asambleario, la anarquía o algo peor.

Nunca había pensado en la Constitución como un candado aunque, sin duda, pretendía echar definitivamente el cierre a los enfrentamientos entre españoles: una constitución hecha entre todos, sin vencedores ni vencidos.

Los derechos y libertades que garantizan la convivencia han sido utilizados para hacerla imposible, con constantes intentos de reescribir la historia en lugar de aprender de ella. Toda la estrategia de la memoria histórica es mantener vivo el enfrentamiento de hace más de ochenta años. La rotura del candado constitucional servirá, sin duda, para dar salida de nuevo a todos nuestros demonios familiares.

En las aguas corrompidas podemos observar como bullen los microbios, las bacterias, los bichos infecciosos. En el inmenso y cenagoso charco de nuestra vida política no puede extrañarnos de que hayan aparecido y se multipliquen  las más variadas bacterias, capaces de contagiarnos cualquier clase de dolencias y enfermedades, inclusive algunas de las que pensábamos erradicadas en Europa desde que cayó el muro hace 25 años.

Los españoles estamos padeciendo males de muchas clases y nos estamos quedando sin defensas para resistirlos, esas certezas fundamentales sobre la verdad y la mentira, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, más allá de las leyes y códigos penales que pueden alterarse por voluntad de efímeras mayorías, más allá de ingenierías sociales, de “nuevos derechos” disolventes o de nuevas tecnologías genéticas.

Nadie se siente culpable de nada, los culpables son siempre los otros. Pero en realidad todos somos culpables del mal que crece a nuestro alrededor, que crece dentro de nosotros mismos, hasta nuestras ansias de justicia están teñidas de odio, de revancha, de soberbia.

No nos van a salvar los que buscan el poder, pero podemos salvarnos si buscamos humildemente la verdad y el bien. Cuando todas las voces nos gritan que tenemos derecho a gozar sin límites, es difícil decidirse por llevar una vida sobria, austera, de servicio a los demás, de dominio de nuestros instintos, de respeto por la vida, de honestidad, de responsabilidad.

Pero no hay otro camino: ¿o moralizamos la vida pública desde nuestra propia moralidad personal o sufriremos las consecuencias?  Que lo que estoy proponiendo es algo anticuado: sin duda, tan antiguo como Dios mismo que nos creó, tan antiguo como el diablo que está presente y actuando para difundir el mal ¿o es que no se nota?

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

Todos hemos perdido



La representación del 11-N, entre cómica y bufa, en el más repelente estilo del esperpento nacional, nos ha llevado a todos a tristes reflexiones: ¿Quién ha ganado? ¿Quién ha perdido? Creo que hemos perdido todos.

Aunque hable, sacando pecho, el matasiete de Artur Mas, solo puede constatar que ha aumentado el número de independentistas pero muy lejos de la mayoría de los catalanes. Ha desafiado las leyes que prometió guardar (y que quizás guardó en un baúl del desván y perdió la llave a propósito). Ha desafiado al gobierno, un gobierno débil e irresoluto, presidido por un señor que fuma puros y lee el Marca, que decía que no se iba a celebrar la consulta y se celebró.

Como si se tratara de un mantra milagroso unos y otros repiten que hay que sentarse y negociar, (parece que lo de sentarse es algo ineludible) Y en cuanto a negociar yo creo que ya se ha negociado demasiado por unos gobiernos y otros que cedieron muchas cosas a cambio de los votos catalanes. Por estas componendas, bastante inconfesables, los gobiernos de España han sido incapaces de hacerle cumplir a Cataluña ninguna sentencia, ya sea del Constitucional como del Supremo.

El gobierno español, desde hace mucho tiempo, no gobierna en esa parte de España que es Cataluña. Mi confianza de vivir en un estado social y democrático de derecho y bajo el imperio de las leyes, se me ha venido abajo.

Desde que la educación quedó en manos de los nacionalistas, se ha manipulado a las nuevas generaciones en el odio a España y se les ha imbuido  falsedades constantes. Como, además, los medios de comunicación están sometidos y financiados por el nacionalismo es normal que vaya creciendo el número de los rupturistas a los que se le ha hecho creer que la independencia resolvería lustros de mal gobierno y corrupción de Cataluña.

Puestos a vulnerar cualquier ley, el “campeón” Sr. Mas decidió que votaran los chicos desde los 16 años, que están debidamente aleccionados y manipulados por sus educadores y además concedió voto a los extranjeros que tanto saben de la historia de Cataluña y a pesar de todo, los votos de la consulta no confirman que la mayoría de los catalanes quieran la independencia. Los que la quieren son una minoría que no debe imponer sus ideas a los demás.

Pero el enfrentamiento dentro de la región catalana está servido. Los gobernantes siguen empeñados en conocer qué ciudadanos son nacionalistas y los que no lo son, seguramente con las más aviesas intenciones.

Creo que los españoles no sentimos ninguna aversión hacia Cataluña ni hacia los catalanes, a pesar de tantas cosas desagradables que se dijeron y se dicen de los andaluces, los castellanos o los extremeños.

El nivel de autogobierno de Cataluña, el legal y el que ellos se toman, es muy superior al de las regiones europeas. La cantinela del federalismo, que nadie explica en qué consiste hoy, ya nos llevó al desastre cantonal en el siglo XIX.

Quizás sea necesario reformar la Constitución por los cauces establecidos en la misma, aunque me parece más urgente hacer una nueva ley electoral que impida que un partido, que solo se presenta en una región, pueda tener en sus manos la gobernabilidad de toda España. Los gobernantes que se vendieron a los nacionalistas para alcanzar el poder, espero sean tratados duramente por la historia.

Francisco Rodríguez Barragán






 

¿Cómo podemos controlar a las administraciones?


Se habla mucho de lo que habría de hacerse para conseguir una mayor transparencia en la gestión de las diversas administraciones que padecemos, desde modificar la Constitución a dar por muerto nuestro sistema político a manos de iluminados populistas.

Por mi parte propongo algo bastante fácil de hacer: solicitar que cada administración publique las cuentas de cada ejercicio, ingresos y gastos, con la diferencia resultante de lo que queda en caja y lo que queda debiendo a contratistas, proveedores, instituciones financieras, etc.

Los presupuestos que cada administración prepara en los meses finales de año, puede resultar cuadrada, ya que el papel lo soporta todo, pero los ciudadanos que somos los que ponemos el dinero nunca llegamos a enterarnos de nada. Se dice, se comenta, se publica que el ejercicio terminó con déficit o superávit, pero poder verlo sería lo que necesitamos y entonces comparar los resultados con el presupuesto.

Ya sé que existe un Tribunal, que se dice revisa las cuentas de toda la administración, pero con un retraso de varios años, y no he oído que haya puesto en conocimiento del Ministerio Fiscal los casos que hayan detectado de malas prácticas, malversaciones y latrocinios.

Quizás habría que encargar de la revisión de las contabilidades de todas las administraciones a la Guardia Civil ya que es quien viene detectando las corrupciones que nos dejan asombrados y furiosos.

Los organismos encargados de vigilar han fallado estrepitosamente desde hace bastantes años. El Banco de España, que tendría que velar por el buen funcionamiento de los bancos y demás instituciones financieras, tampoco parece haberlo hecho y así nos desayunamos con tarjetas negras, preferentes, sueldos y bicocas de los administradores que nos dejan estupefactos, mientras que los trabajadores no consiguen que se revisen los convenios colectivos que les afectan.

Ahora que todo el mundo tiene acceso a internet por qué no aparecen en las páginas webs de cada administración: lo que recauda, lo que gasta, en qué lo gasta, lo que debe, a quién lo debe. Los políticos y los funcionarios son administradores de los medios que ponen en sus manos los ciudadanos  a los que hay que rendir cuentas de la gestión de forma exhaustiva y detallada.

Hay que abandonar la falacia de que basta con las elecciones, cada cuatro años, para aprobar o reprobar la gestión de los políticos. Los políticos, que se han presentado voluntariamente a representar a sus votantes, tienen el deber insoslayable de rendirles cuentas, de forma periódica, de la utilización de las cantidades que han sido puestas en sus manos.

Cuando entramos en las páginas webs de cualquier pueblo, ciudad, autonomía o ministerio podemos encontrar muchos datos de las más variadas cosas, pero poca o ninguna información económica.

Parece que tenemos que contentarnos con las variaciones que nos ofrecen de una serie de indicadores que la gente corriente no controlamos, pero sí podríamos entender el volumen de cada partida de ingresos y en qué se gastaron.

Por favor, los ciudadanos tenemos que conocer el destino de cada euro que sale de nuestros bolsillos, sin tener que esperar a que un juez dicte una sentencia, después de varios años, declarando que los políticos, de aquí o de allá,  cometieron tales o cuales delitos, que puede ser que estén hasta prescritos.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

jueves, 30 de octubre de 2014

Gobernantes justos, sabios y prudentes

Esta mañana escuché a Fernando Onega comentar en Onda Cero la petición de perdón de D. Mariano Rajoy y le recordaba que para obtener tal perdón, el catecismo exigía además el propósito de la enmienda. Añado yo que el mismo catecismo establece tambián la obligación de hacer examen de conciencia, tener dolor de corazón, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.

Pero eso de la confesión ¿sigue vigente? Si hemos borrado a Dios de nuestro horizonte personal y no creemos que hayamos de darle cuenta de nuestra vida cuando muramos, pues naturalmente la confesión está en desuso, es inútil, y así nos va.

Como repiten machaconamente los salmos, Dios es la roca firme que todo lo sostiene. Sin Dios todo entra en crisis, especialmente el hombre, que puede pensar equivocadamente que se ha emancipado. Pero hemos recibido la existencia de Alguien que nos pedirá cuentas.

Muchos están empeñados en hacernos creer que cuando muramos volveremos simplemente a la nada, lo cual es un pensamiento horrible ya que si el destino de las víctimas y los verdugos, los buenos y los malos es el mismo, la vida se devalúa y nada tiene sentido. Comamos y bebamos que mañana moriremos.

El discurso del Rey en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias me pareció oportuno e interesante. Dijo que la sociedad necesita referencias morales a las que admirar y respetar, principios éticos que reconocer y observar, valores cívicos que preservar y fomentar. Todo ello es lo que necesitamos para superar nuestra crisis. Pero si hablamos de moral, de ética y de valores es necesario que tengan un fundamento más sólido que el relativismo que nos invade.

Aquí cada cual se fabrica una moral a su gusto, una ética acomodaticia y unos valores que no todos podemos compartir. Cuando las cosas vienen mal invocamos la Constitución, las leyes, los códigos, los tribunales, los derechos humanos, pero no buscamos mas justicia que la que puedan dictar los jueces, no sabemos cuándo.

El libro de la Sabiduría comienza diciendo: Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. También dice que la sabiduría no entra en el alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado.

¿Dónde está la sabiduría de los que nos rigen? Alguien dijo que los buenos estadistas son los que actúan pensando en las próximas generaciones, los que no lo son piensan solo en las próximas elecciones. Es una buena sugerencia para cuando haya que votar.

Desde luego ninguno piensa en las próximas generaciones, pues a pesar de que la población española está disminuyendo y envejeciendo, como ha alertado el INE,  no se toma medida alguna para evitarlo ni paliarlo.

Las palabras no son talismanes que producen por arte de magia su significado. Aunque la Constitución diga que somos un estado democrático, pienso que no hemos llegado a serlo. Nuestro sistema electoral necesita una sabia reforma, nuestro modelo autonómico lo mismo y así podemos decir de todas las instituciones.

La constitución de 1812 establecía en su art. 6º  que los españoles deberían ser justos y benéficos, ¿lo fueron? ¿lo somos? Hace falta algo más que ponerlo en un papel.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

 

Patria potestad, natalidad, envejecimiento


El pasado mes de septiembre el Catholic Family and Human Rights Institute, única organización no gubernamental de carácter católico, presente en la ONU, informaba que la Comisión judicial de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos estudiaba la necesidad de una reforma constitucional para proteger los derechos inherentes a la patria potestad amenazados por  la intrusión de las normas que se filtran desde la ONU, que impulsan a poner al gobierno por encima de la familia, dictando normas de obligado cumplimiento opuestas a lo que los padres pretenden transmitir a sus hijos en cuestiones afectivo-sexuales, matrimonio, contracepción o aborto.

Los grandes grupos de presión a escala mundial saben que si logran inculcar sus ideas a un par de generaciones no habrá marcha atrás: la población estará en sus manos y podrá ser manipulada a su antojo, especialmente en el mundo occidental tarado de hedonismo y relativismo.

Hay un decidido propósito de eliminar a la familia como célula básica de la sociedad. Si las familias se propagaban mediante la generación, cuidaban de sus hijos dotándolos del esquema básico de valores y normas orientadoras y los acompañaban hasta ponerlos en condiciones de asumir sus propias vidas, esto les parece anticuado y fuera de lugar a los “grandes expertos” que prefieren manipular a los niños desde la guardería infantil y librarlos de la “mala influencia” de sus padres.

Parecen decididos a borrar para siempre aquello de “creced y multiplicaos, llenad la tierra” alegando el peligro de la superpoblación. Por supuesto, si esto queda borrado pues, a disfrutar de la sexualidad sin cortapisas ni responsabilidades.

Pero al mismo tiempo desde la ONU nos advierten del envejecimiento de la población y aconsejan a los gobiernos que activen planes para cuidar a los viejos. Claro que si la población está cada vez más envejecida es porque no nacen niños, gracias a la política antinatalista propiciada desde la misma ONU y puesta en práctica por sumisos gobiernos progresistas que legislan a favor del aborto, la contracepción, la sexualidad libre, etc. En los países occidentales la tasa de fecundidad, número de hijos nacidos por mujer, no cubre para reponer a los que se mueren. Para España esta tasa es del 1,2, inferior a Francia o Italia.

El Occidente somos una civilización, que abandonó sus raíces y está empeñada en suicidarse, pero antes de dejar de existir veremos llegar, ─ya están aquí─,  otros pueblos y civilizaciones que nos sustituirán.

La familia tenía también como tarea cuidar de sus mayores, lo que ha devenido cada vez más imposible y se espera que el insostenible estado del bienestar se encargue de ello, liberando a las familias de tal obligación.

Si no trae hijos al mundo ni cuida de sus mayores, no es extraño que la familia pueda estar en vías de extinción. Las generaciones futuras pueden ser fabricadas en laboratorios, como anticipó Aldous Huxley en su terrible “Mundo Feliz”.

Del Sínodo sobre la familia, convocado por el Papa, los cristianos esperamos que se proclamen alto y claro, el papel insustituible de la familia, los derechos de los padres sobre sus hijos y la necesidad de parejas estables, una sola carne, que se preparen con seriedad para cumplir su misión de ser la célula básica de la sociedad. Rezo por ello.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

 

¿Nuestras obras asistenciales evangelizan?


Hace muchos años, quizás más de 50, vi una obra de teatro con el título El comprador de horas, escrita por el francés Jacques Deval y adaptada por Pemán, en la que un cura destinado a un barrio lleno de lupanares consiguió que las prostitutas acudieran una vez por semana a la iglesia, pero una de ellas se negó en redondo a escucharle, pero el cura se presentó en la mancebía en la que ésta ejercía, cobrando a sus clientes un precio por hora y fue comprando horas, incluso pidiendo prestado, para continuar hablándole de Dios y de la Virgen a aquella prostituta.

He recordado aquella obra teatral al leer que un enfermero geriátrico, llamado Salvador Íñiguez, dedica una noche a la semana a evangelizar a prostitutas, travestis y chulos en la ciudad mexicana de Guadalajara, anunciándoles que Dios los ama y que Jesús dio su vida por ellos. Les pregunta ¿cuánto cobras hermanita? ¿Tan poquito?  ¿Nadie te ha dicho que vales toda la sangre de Cristo?

Dice este hombre que siente que es su deber anunciar la Buena Nueva a quienes no conocen el amor de Dios en sus vidas, a quienes no lo conocen porque pocos o casi nadie se atreven a compartirlo con ellos.

Me ha hecho pensar que los cristianos nos sentimos muy ufanos de nuestras obras asistenciales, del número de personas a las que les facilitamos comida o ropa gracias a nuestras limosnas, del número de nuestros voluntarios dedicados a estas cosas, pero no sé si llegamos a evangelizar a estas personas, si le comunicamos la buena noticia de que Dios nos ama, a ellos y a nosotros; no sé tampoco si nosotros los amamos, ni los sentimos, de verdad, como hermanos.

Cuando leemos en el capítulo 25 del evangelio de Mateo la descripción del juicio final en la que Cristo dice venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme y estos le responden ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, forastero, enfermo o preso? Los cristianos, que habrán escuchado este evangelio muchas veces, conocen la respuesta de Jesús: Cuando lo hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Creo que los que benditos que preguntan son los otros, los que no llegaron a ser cristianos pero amaron a sus prójimos, quizás más que nosotros.

Los cristianos tenemos la obligación ineludible de amar al prójimo y al mismo tiempo ofrecerle la buena nueva, la gran noticia, de que Dios nos ama y de que por Cristo hemos sido salvados. Id al mundo entero y predicad el evangelio.

Y esta noticia de amor y salvación hay que llevarla hasta los rincones más alejados, hasta las periferias de que habla el Papa. Solo podremos hacerlo si estamos abiertos a la acción de Dios, si estamos dispuestos a correr el riesgo de ser cristianos con todas sus consecuencias, como este enfermero mejicano, y esto va mucho más allá de unas monedas en la colecta, mucho más allá de dedicar unas horas a la acción voluntaria, aunque, lamentablemente, muchos siempre encontraremos excusas para huir de los compromisos y tranquilizar nuestra conciencia.

 Francisco Rodríguez Barragán

 







 

martes, 7 de octubre de 2014

Déficit de valores



Se habla bastante del déficit presupuestario, del déficit de la balanza comercial o del déficit de la seguridad social, pero pienso que el gran déficit que padecemos es de decencia, de honradez, de honestidad, de los valores imprescindibles para la convivencia que la razón humana puede conocer por si misma o acaso la gente ¿prefiere el robo a la honradez, la mentira a la verdad, la muerte a la vida?

Todos los días nos enteramos de algún embrollo por el que se evapora el dinero público, el dinero que todos hemos puesto a disposición de las variadas administraciones que padecemos. La regla de oro de que las cosas públicas hay que tratarlas con más cuidado que las propias, no sé si es que ha sido abolida, pero resulta inquietante la cantidad de casos que llegamos a conocer de despilfarro del dinero público o de apropiación indebida por parte de políticos, sindicatos, patronos y un largo etcétera.

Sin duda que en tales colectivos habrá gente que no haya robado, malversado o traficado con fondos ajenos, pero si conocían lo que pasaba en sus propias organizaciones y callaron no dejan de ser encubridores y cómplices del desmadre.

Se nos vendió el establecimiento de las autonomías diciendo que era la mejor forma de aproximar la administración a los ciudadanos. Pues me parece que han servido para multiplicar los inconvenientes, trabas e intervenciones que sufrimos, y para multiplicar la nómina de políticos que viven del presupuesto, más la de los funcionarios y asimilados de las empresas y organismos públicos creados, no sé bien si para agilizar las cuestiones o para alejarlos de los oportunos controles.

La palabra autonomía igual que democracia han sido los mantras de esta época. Las competencias que se transfirieron a las autonomías ¿han mejorado su funcionamiento? Los informes que miden el rendimiento escolar nos son francamente desfavorables y no sé si se debe a los programas de estudios, la capacidad de los profesores o la falta de atención de los padres, que no saben cómo educar a sus hijos. Las listas de espera en la asistencia sanitaria ¿han descendido?

La autonomía universitaria tampoco parece habernos aupado a los puestos de excelencia en el ranking de las mejores universidades. Lo que parece haber aumentado, según me dicen, es la endogamia, al mismo tiempo que ha descendido el nivel.

La permanente exaltación de “lo público” no sé si se justifica. El caso de las cajas de ahorros, instituciones centenarias, creadas para luchar contra la usura, y que tenían un marcado carácter benéfico social, son el ejemplo más elocuente de lo que ha sucedido al ser manejadas por unos consejos de administración muy públicos: partidos, sindicatos, patronales. No es necesario relatar el resultado.

Ya que empecé hablando de valores, qué podemos decir de la frase: la superioridad moral de la izquierda. Hay muchas izquierdas y muchas derechas, sin que pueda predicarse superioridad moral de ninguna, ni ahora ni repasando la historia. Por otro lado creo que más de un político sería intercambiable. Los de un lado y otro piensan más en el poder que en otra cosa. Las leyes de Rodríguez Zapatero me parecieron espantosas respecto a la familia, pero los que la han sucedido no hacen nada por cambiarlas. Unos y otros están por la familia, sin duda por la suya.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

 

Reflexiones sobre el nacionalismo



En mundo cada vez más globalizado, buscar razones para la disgregación de cualquier país me parece el retorno a un tribalismo trasnochado, auspiciado por políticos desquiciados que creen que siendo independientes vivirían mejor, sobre todo ellos.

El resultado del referéndum escocés puede haber evitado un grave problema para el Reino Unido y para la Comunidad Europea, pero será difícil que los partidarios del sí y del no, olviden el incidente y echen pelillos a la mar. Lo más probable es que se continúe invocando el resultado de la consulta en la lucha política y envenenando la convivencia, especialmente entre los activistas de cada postura.

Me resulta una barbaridad que la decisión de un territorio de separarse del país del que formaba parte pueda resolverse con el resultado de la mitad más uno. Ya que se había pactado el referéndum, el gobierno del Reino Unido debía, quizás, haber exigido una mayoría cualificada, el 75% por ejemplo y establecido una cláusula de salvaguarda de no poder repetir el referéndum en los siguientes 25 años.

La mitad más uno puede servir para las cuestiones ordinarias pero, cuando se trata de cosas importantes, nuestra Constitución establece la necesidad de mayorías cualificadas. Los proyectos de reforma constitucional deben aprobarse por una mayoría de tres quintos de cada una de las Cámaras; cuando se trate de una revisión total o que afecte a cuestiones tan fundamentales como la unidad de España, es necesario que sea aprobado por los dos tercios de cada Cámara. No creo que haya nada más importante que la decisión de romper una nación.

Como estamos amenazados en España por un proceso de secesión, parecido aunque diferente, sería oportuno hacer una profunda reflexión sobre el derecho a decidir que representa una subversión total de la democracia, pues si este derecho puede ser aplicable a todos, cualquier ciudad, comarca o pueblo podría exigir su independencia bien del estado, de la comunidad autónoma o de la provincia. No estaría de más recordar el desastre del movimiento cantonal de la I República española.

También habría que reflexionar acerca del proceso que ha llevado a la amenaza de la secesión catalana. Creo que se cometió en la transición el profundo error de pensar que el Título VIII de la Constitución iba a satisfacer las apetencias de los trasnochados separatismos, por el contrario estimuló su voracidad y esparció sus semillas por todas las regiones.

La bolsa de  competencias que el Estado podía delegar en las Comunidades Autónomas ha servido a los sucesivos gobiernos para obtener el apoyo de los partidos nacionalistas, en pactos vergonzosos. Prácticamente todo está transferido a las CC. AA. y el escuálido gobierno central solo sirve de percha de los palos, que le propinan tales comunidades cuando son incapaces de gestionar, con honradez, su ámbito competencial.

Las transferencias en materia educativa a las comunidades infectadas del virus separatista, han servido para imponer a todos sus habitantes un idioma y una historia obligatoria, para inculcar a las generaciones jóvenes su credo nacionalista, sin que los sucesivos  gobiernos de España hayan reaccionado, quizás más preocupados de pactos y componendas para mantenerse en el poder, que de defender la unidad de España.

A quien quiera ilustrarse sobre el problema de los nacionalismos en Europa y en España, les recomiendo el libro Desde Santurce a Bizancio de Jesús Lainz que lleva por subtitulo El poder nacionalizador de las palabras.

Francisco Rodríguez Barragán






 

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