La representación del 11-N,
entre cómica y bufa, en el más repelente estilo del esperpento nacional, nos ha
llevado a todos a tristes reflexiones: ¿Quién ha ganado? ¿Quién ha perdido?
Creo que hemos perdido todos.
Aunque hable, sacando pecho,
el matasiete de Artur Mas, solo puede constatar que ha aumentado el número de
independentistas pero muy lejos de la mayoría de los catalanes. Ha desafiado
las leyes que prometió guardar (y que quizás guardó en un baúl del desván y
perdió la llave a propósito). Ha desafiado al gobierno, un gobierno débil e
irresoluto, presidido por un señor que fuma puros y lee el Marca, que decía que
no se iba a celebrar la consulta y se celebró.
Como si se tratara de un
mantra milagroso unos y otros repiten que hay que sentarse y negociar, (parece
que lo de sentarse es algo ineludible) Y en cuanto a negociar yo creo que ya se
ha negociado demasiado por unos gobiernos y otros que cedieron muchas cosas a
cambio de los votos catalanes. Por estas componendas, bastante inconfesables,
los gobiernos de España han sido incapaces de hacerle cumplir a Cataluña
ninguna sentencia, ya sea del Constitucional como del Supremo.
El gobierno español, desde
hace mucho tiempo, no gobierna en esa parte de España que es Cataluña. Mi
confianza de vivir en un estado social y democrático de derecho y bajo el
imperio de las leyes, se me ha venido
abajo.
Desde que la educación quedó
en manos de los nacionalistas, se ha manipulado a las nuevas generaciones en el
odio a España y se les ha imbuido falsedades constantes. Como, además, los
medios de comunicación están sometidos y financiados por el nacionalismo es
normal que vaya creciendo el número de los rupturistas a los que se le ha hecho
creer que la independencia resolvería lustros de mal gobierno y corrupción de
Cataluña.
Puestos a vulnerar cualquier
ley, el “campeón” Sr. Mas decidió que votaran los chicos desde los 16 años, que
están debidamente aleccionados y manipulados por sus educadores y
además concedió voto a los extranjeros que
tanto saben de la historia de Cataluña y a pesar de todo, los votos de la
consulta no confirman que la mayoría de los
catalanes quieran la independencia. Los que la quieren son una minoría que
no debe imponer sus ideas a los demás.
Pero el enfrentamiento
dentro de la región catalana está servido. Los gobernantes siguen empeñados en
conocer qué ciudadanos son nacionalistas y los que no lo son, seguramente con
las más aviesas intenciones.
Creo que los españoles no sentimos
ninguna aversión hacia Cataluña ni hacia los catalanes, a pesar de tantas cosas
desagradables que se dijeron y se dicen de los andaluces, los castellanos o los
extremeños.
El nivel de autogobierno de
Cataluña, el legal y el que ellos se
toman, es muy superior al de las regiones europeas. La cantinela del
federalismo, que nadie explica en qué consiste hoy, ya nos llevó al desastre
cantonal en el siglo XIX.
Quizás sea necesario
reformar la Constitución por los cauces establecidos en la misma, aunque me
parece más urgente hacer una nueva ley electoral que impida que un partido, que solo se presenta en una región,
pueda tener en sus manos la gobernabilidad de toda España. Los gobernantes que
se vendieron a los nacionalistas para alcanzar el poder, espero sean tratados
duramente por la historia.
Francisco Rodríguez Barragán
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