domingo, 27 de octubre de 2013

La huelga de la eseñanza



 

La huelga de la enseñanza, por lo que he visto en la televisión, me resulta un alarde de barbarie, imitación de las huelgas laborales, con piquetes coactivos, encapuchados, quema de contenedores, pedradas, enfrentamientos con la policía, agresiones a los que querían dar clase, etc.

Según nuestra Constitución la huelga es un derecho de los trabajadores para la defensa de sus intereses. Los profesores como trabajadores pueden ejercer este derecho en defensa de sus intereses, pero buscar el apoyo y la complicidad de los alumnos y sus padres, invocando recortes en becas, me parece reprobable. La huelga de estudiantes no tiene ninguna cobertura legal en la Constitución, que yo sepa.

Los profesores partidarios de la huelga, han utilizado su posición dominante para conseguir el apoyo de los alumnos y contabilizar como seguimiento a los que previamente sus profesores les han anunciado que no van a dar clase.

No se ha respetado el derecho de los profesores y de los alumnos que querían tener las clases correspondientes y se han visto insultados como esquiroles, fachas y otras lindezas del argot sindical, como he visto en los telediarios.

Que nuestro sistema educativo es manifiestamente mejorable parece algo fuera de toda duda. El fracaso escolar, los pobres resultados alcanzados frente a otros países y el fraccionamiento autonómico, son realidades que debían de llevar al profesorado a una sería reflexión en vez de a la movilización política.

El eslogan “Escuela pública de todos y para todos”, repetido como un mantra, no parece responder al temor de que la escuela pública esté en peligro, sino más bien al deseo de suprimir la concertada. Conocer el coste y resultados de una y otra sería ilustrativo para todos los contribuyentes.

Según la Constitución la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales y los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. (art. 27. 2 y 3)

Pero los principios democráticos de convivencia resultan vulnerados cuando se destroza el mobiliario urbano o se ensucian las paredes de casas y monumentos con grafiti y pintadas, sin que se haga pagar a los autores o a sus padres por estos desmanes ni tampoco a las organizaciones convocantes  de las huelgas o manifestaciones que tanto se prodigan.

Es más, la educación está sirviendo para inculcar a los alumnos las ideologías de los enseñantes, sus filias y sus fobias, con la eficacia manipuladora de quien juega con ventaja. Por supuesto que serán mayoría los enseñantes que no lo hagan, pero haberlos, haylos, y asignaturas más proclives que otras para ello, también.

El derecho de huelga, de no ir a trabajar, arrolla el derecho de los que quieren ir a trabajar, a enseñar o a aprender, lo cual no me parece muy democrático.

Frente al proyecto de ley del ministro, me gustaría conocer lo que proponen los enseñantes de la escuela pública para mejorar la calidad de la enseñanza, pues si lo que desean es dejarla como está, estamos arreglados. Parece que se trata de echar al ministro y desgastar al gobierno, ni más ni menos.

Francisco Rodríguez Barragán




 

 

 

miércoles, 23 de octubre de 2013

Dios, el mundo y los cristianos



En su visita a Asís el Papa ha alertado a la Iglesia del peligro de la mundanidad, frente al que no cabe otra solución que despojarse, renunciar al espíritu del mundo para asumir el espíritu de Jesús, el espíritu de la bienaventuranzas.

Para los cristianos, dice el Papa,  no hay otro camino que el que siguió Cristo que se despojó a sí mismo y se humilló hasta la cruz. Seguramente los que se declaran creyentes, vayan o no a misa, no están por la labor. Pienso que preferimos un cristianismo dulzón, sin cruz y sin renuncias, mera fachada sin compromiso. Si acaso podemos colaborar con Cáritas mediante una módica cantidad y poner la cruz en la declaración de la renta, que no nos va a costar nada.

Cristo afirmó sin rodeos que nadie puede servir a dos señores, que no era posible servir a Dios y al dinero y nosotros estamos más preocupados por el dinero que por servir a Dios. No hay duda que el espíritu del mundo es el dinero sobre el que se habla constantemente. La mundanidad se nutre del dinero, de  la riqueza.

El dinero es el señor más tiránico y absoluto que existe: unos buscando multiplicarlo, otros conservarlo y otros, los pobres, esperando recibirlo para subsistir.

El dinero, convertido en algo absoluto, nos lleva a la injusticia, a la corrupción, al robo, incluso al crimen. Ni Dios ni el prójimo cuentan para los que viven para acumular riqueza y poder.

El egoísmo se instala en nosotros y hace que nos despreocupemos de las necesidades ajenas, reclamando que sea el Estado quien resuelva la falta de trabajo, el hambre y la pobreza.

Es clara la incompatibilidad entre el mundo y Jesús. Pero Jesús vino para salvar al mundo, el mundo no lo recibió y lo condenó a morir en la cruz, aunque resucitó al tercer día. Con esta muerte y resurrección se producía la salvación de todos los que creyeran en Él y lo siguieran.

Seguir a Jesús puede resultarnos difícil si pretendemos hacerlo sin renunciar a servir idolátricamente al mundo. Estamos en el mundo y vivimos en el mundo  ¿tendremos que huir de él y hacernos anacoretas del desierto?

La constitución pastoral sobre la iglesia y el mundo actual del último concilio, sobre la que deberíamos volver una y otra vez, nos dijo que los cristianos no podían descuidar las tareas temporales que estábamos obligados a cumplir perfectamente, según lo vacación de cada uno, pero que sería un grave error entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si fueran ajenos a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a los actos de culto y subrayó que el divorcio entre la fe y la vida diaria, es uno de los más graves errores de nuestra época.

Los cristianos tenemos que actuar en el mundo pero no como adoradores del poder, del tener, del poseer sino como agentes decididos de la verdad, de la justicia y de la caridad. Más dispuestos a soportar la injusticia o la persecución que a renunciar a mostrar nuestra fe con nuestra vida.

Francisco Rodríguez Barragán






http://www.aragonliberal.es/noticias/noticia.asp?notid=73314

A vueltas con la fe en el Dios de Jesús


Creer en el Dios anunciado por Jesús ¿es razonable? Si nadie ha visto a Dios con sus propios ojos ¿cómo podremos creer en Él? ¿Qué será más sensato creer o no creer? ¿Creer en Dios puede significar abdicar de nuestra responsabilidad personal ante la verdad de nuestra vida, que es lo único que tenemos en nuestras manos?

Si entramos dentro de nosotros mismos nos encontramos con tendencias contradictorias. Existimos sin que esa existencia dependa de nosotros. Ansiamos una vida plena y gozosa pero a menudo nos encontramos limitados y desgraciados. Nuestra vida exige un fundamento. Formamos parte de la naturaleza, pero sentimos que somos algo distinto y más valioso que los animales, las plantas, las estrellas. Todas las especies siguen pautas ciegas de comportamiento. Ningún animal, ninguna planta, se interroga sobre sí mismo.

No hemos visto a Dios pero la creación entera que se muestra a nuestros ojos nos da noticia de su autor. Alguien ha tenido que dar el ser a todo lo que existe. Es razonable buscar respuestas a nuestros interrogantes existenciales. Buscad y encontraréis nos dice el evangelio de Jesús. Es un acto de nuestra voluntad libre la decisión de creer, un acto radical y arriesgado, pero imprescindible para encontrar a Dios que siempre sale al encuentro del que lo busca.

Si por el contrario nuestra decisión es no creer, la resistencia a la fe en Dios no nace de la falta de razones para creer, no es una cuestión de inteligencia, sino que nace en el corazón que no está dispuesto a reconocer a nadie que pueda pedirle cuenta de su vida, pequeña y limitada vida,  que se alza orgullosa llena de amor a sí mismo.

Solo el orgullo, el deseo irracional de ser dueño absoluto de la propia vida, sin querer reconocer la soberanía de Dios, explica la negación formal de la fe en Dios y en su enviado Jesucristo. El rechazo de Dios es la consecuencia del amor desmesurado de sí mismo, de loa propia independencia y de los bienes de este mundo.[i]

Nuestra ansia humana de plenitud y de verdad, sólo puede ser colmada por Aquel que nos llamó a la existencia por amor. Este es el mensaje de Jesús: que Dios nos ama, nos perdona y nos salva del mal si nos unimos a él en su vida, muerte y resurrección. Pero ¿podemos creer en Jesús que vivió hace dos milenios? ¿No será un mito, una bella fábula?

Es curioso que nadie dude de la existencia y las obras de los filósofos griegos,  pero haya quienes ponen en duda la de Jesús, cuando una ininterrumpida sucesión de testigos ha hecho llegar hasta nosotros su mensaje, avalado con sus propias vidas.

Pilatos preguntó displicente ¿qué es la verdad?  Tenía delante la verdad de Jesús, pero su apego al poder, al cargo, le impidió verla y dejó morir a quien sabía que era inocente, aunque con ello cumpliera lo profetizado: que Cristo moriría en la Cruz, pero resucitó al tercer día y su mensaje sigue llegando a todos los que quieren creer.

Francisco Rodríguez Barragán

 

 

Los católicos españoles



Según los barómetros mensuales del CIS  los españoles se definían, en materia religiosa, como católicos el 78 % en el año 2005 y en septiembre de 2013 ha descendido al 72.4 %. Los que se definían como no-creyentes han pasado del 12.3 % al 15.2 %  y los que se confesaban ateos han pasado del 6.2 % al 8.6 % en el mismo periodo.

Desde un punto de vista superficial podíamos decir que los católicos siguen siendo mayoría, pero si atendemos al dato que también nos ofrece el CIS respecto a la práctica religiosa de los mismos, la asistencia semanal a misa vemos que ha ido descendiendo desde el 18 % en 2005 al 13.3 % actual, y los que declaraban que no iban casi nunca a misa, han crecido del 50,8 % al 58.7 % en el mismo periodo.

Si se considera que la asistencia a la Eucaristía de cada domingo sería la práctica religiosa mínima que podía esperarse, resulta bastante desolador el panorama que se deduce de estos datos. Sin duda los que se definen católicos estarán bautizados, serán devotos de alguna advocación mariana e incluso miembros de alguna cofradía, pero lo que se percibe es el alejamiento de la iglesia y sus sacramentos por falta de una fe asumida, formada y vivida.

La minoría que se declara no-creyente o atea es la que está imponiendo su forma de pensar en nuestra sociedad. La fe religiosa se señala como algo del pasado, anacrónico, incompatible con la cultura moderna y democrática. Se le tolera siempre que se trate de algo privado, pero se rechaza que se reclame para sus valores una vigencia universal y permanente.

Desde el relativismo imperante ser o no religioso es lo mismo. La incredulidad es hoy como el sustrato común sobre el que se construye una sociedad cuyos valores se deciden en el juego político, en la influencia de los medios de comunicación, en las redes sociales, en la idolatría científica.

Dios resulta innecesario para la mayoría. Somos nosotros mismos los que nos dotamos de leyes y mandamientos, esperamos más en los avances científicos que en la ayuda de Dios, muchos que fueron educados cristianamente abandonan la fe con la sensación de sentirse liberados de preceptos y obligaciones. Siempre con la pretensión de una absoluta autonomía, vamos contra la fe y la religiosidad.

Pero nuestra sociedad va mal, nos quejamos del egoísmo, de la corrupción, de la política de este o aquel signo o de ambos. El sistema democrático, en el que tanto se confiaba, no parece capaz de generar más justicia, más equidad, más bienestar para los ciudadanos. La familia es cada vez más frágil, la población más envejecida, la natalidad no es capaz de conseguir la tasa de reposición. Hay hasta quien se atreve a decir que el aborto es sagrado.

Si realmente las tres cuartas partes de la población fuéramos cristianos, si tuviéramos fe como un grano de mostaza, si amáramos al prójimo como a nosotros mismos, no hay duda de que esto podría ir cambiando.

Pero aunque sólo seamos el 13 % que vamos a misa cada domingo, si nos lo tomáramos en serio y anunciáramos, sin miedo, el mensaje de Jesús también sería posible el milagro. Nueva evangelización, año de la fe, por favor, que no sean palabras que se lleva el viento.

Francisco Rodríguez Barragán