En su visita a Asís el Papa ha
alertado a la Iglesia del peligro de la mundanidad, frente al que no cabe otra
solución que despojarse, renunciar al espíritu del mundo para asumir el
espíritu de Jesús, el espíritu de la bienaventuranzas.
Para los cristianos, dice el
Papa, no hay otro camino que el que
siguió Cristo que se despojó a sí mismo y se humilló hasta la cruz. Seguramente
los que se declaran creyentes, vayan o no a misa, no están por la labor. Pienso
que preferimos un cristianismo dulzón, sin cruz y sin renuncias, mera fachada
sin compromiso. Si acaso podemos colaborar con Cáritas mediante una módica
cantidad y poner la cruz en la declaración de la renta, que no nos va a costar
nada.
Cristo afirmó sin rodeos que
nadie puede servir a dos señores, que no era posible servir a Dios y al dinero
y nosotros estamos más preocupados por el dinero que por servir a Dios. No hay
duda que el espíritu del mundo es el dinero sobre el que se habla
constantemente. La mundanidad se nutre del dinero, de la riqueza.
El dinero es el señor más
tiránico y absoluto que existe: unos buscando multiplicarlo, otros conservarlo
y otros, los pobres, esperando recibirlo para subsistir.
El dinero, convertido en algo
absoluto, nos lleva a la injusticia, a la corrupción, al robo, incluso al
crimen. Ni Dios ni el prójimo cuentan para los que viven para acumular riqueza
y poder.
El egoísmo se instala en
nosotros y hace que nos despreocupemos de las necesidades ajenas, reclamando
que sea el Estado quien resuelva la falta de trabajo, el hambre y la pobreza.
Es clara la incompatibilidad
entre el mundo y Jesús. Pero Jesús vino para salvar al mundo, el mundo no lo
recibió y lo condenó a morir en la cruz, aunque resucitó al tercer día. Con
esta muerte y resurrección se producía la salvación de todos los que creyeran
en Él y lo siguieran.
Seguir a Jesús puede
resultarnos difícil si pretendemos hacerlo sin renunciar a servir
idolátricamente al mundo. Estamos en el mundo y vivimos en el mundo ¿tendremos que huir de él y hacernos
anacoretas del desierto?
La constitución pastoral sobre
la iglesia y el mundo actual del último concilio, sobre la que deberíamos
volver una y otra vez, nos dijo que los cristianos no podían descuidar las
tareas temporales que estábamos obligados a cumplir perfectamente, según lo
vacación de cada uno, pero que sería un grave error entregarse totalmente a los
asuntos temporales, como si fueran ajenos a la vida religiosa, pensando que
ésta se reduce meramente a los actos de culto y subrayó que el divorcio entre
la fe y la vida diaria, es uno de los más graves errores de nuestra época.
Los cristianos tenemos que
actuar en el mundo pero no como adoradores del poder, del tener, del poseer
sino como agentes decididos de la verdad, de la justicia y de la caridad. Más
dispuestos a soportar la injusticia o la persecución que a renunciar a mostrar
nuestra fe con nuestra vida.
Francisco Rodríguez Barragán
http://www.aragonliberal.es/noticias/noticia.asp?notid=73314
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