Según los datos del CIS los cristianos
pasan en España del 70% y los que van a misa los domingos en toda España,
quizás pasen de ocho millones. Pero todo ello tiene un escaso reflejo en la
vida de cada día, en la política, en las leyes que se publican en los numerosos
boletines oficiales de distintos ámbitos o en la opinión pública.
Lo secular y lo sagrado
marchan por caminos distintos, incluso los creyentes y los que no lo son,
piensan que ello debe ser así, que la democracia ya es suficiente para
organizar la convivencia.
Pero algo debemos estar
haciendo mal cuando hay mucha gente que vive mal y recurre a la ayuda de
Cáritas, cuando hay manifestaciones de violencia de todo género, cuando las
familias estables están desapareciendo, la natalidad se hunde, cuando disminuye
la población y somos un país de viejos.
Los cristianos seguimos
diciendo que Dios es el Señor, ¿pero de qué? ¿De nuestras fiestas patronales,
de nuestras procesiones, de nuestras romerías?
Cuando lo secular y lo
sagrado se dividen, la religión queda reducida a poca cosa y quizás en fase de
extinción. Lo secular, representado por la política, las leyes, los partidos,
la economía o los tratados internacionales, no quiere saber nada de Dios y los
cristianos, por el momento, no parece que seamos capaces de anunciar el reino
de Dios, la santificación del mundo. Casi nos parece suficiente que nos dejen sacar
nuestras procesiones.
No se trata de que los
cristianos queramos imponer a los demás determinadas soluciones, pero sí de que
advirtamos en toda ocasión que una economía, bien se denomine liberal o
comunista, si favorece a unos y perjudica a otros se opone al plan de Dios. Que
hay soluciones políticas, ya ensayadas, que han resultado nefastas para
generaciones enteras y no deben volver. Que la tierra es un don de Dios para
todos los hombres y no puede dañarse impunemente a pueblos enteros dejándolos
en el hambre y el subdesarrollo.
Los cristianos de todo el
mundo rezan el padrenuestro, pero no parece que se lo tomen en serio. Piden que
venga el reino de Dios y que se haga su voluntad así en la tierra como en el
cielo, pero hacer la voluntad de Dios aquí en la tierra es preguntarse antes de
actuar si nuestras conductas concuerdan con nuestra fe, que exige el amor a los
demás y el seguimiento de Cristo.
No es posible ser un cristiano
que cree que la vida es sagrada y un don de Dios y transigir con el aborto, la
eutanasia, los vientres de alquiler o la ideología de género, aunque los promocione
la ONU, la Comunidad Europea y toda la progresía mundial.
Invocando la democracia como
razón última que rige el mundo secular se está llegando a verdaderas
aberraciones como decidir en los parlamentos sobre lo bueno y lo malo, la
verdad y la mentira y ¡hasta el sexo!
Pero la ciudad y el mundo es
mucho más grande que los parlamentos y ahí es donde los cristianos tienen que
estar para gritar que Dios es el Señor de todo lo creado y que dar la espalda a
Dios no nos llevará a la felicidad sino al desastre. Dios no cercena nuestra
libertad sino que la garantiza. La gloria de Dios es que el hombre viva y viva
en la plenitud del bien y la verdad, aunque el mal trate de impedirlo, y la
vida del hombre consiste en la visión de Dios.
Francisco Rodríguez Barragán
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