La corrupción es inseparable
del poder, de cualquier poder, aunque ahora parece haber aflorado de manera
incontenible como ariete electoral en la confrontación política.
Hay corrupción cuando se
utiliza el dinero público para formar una clientela electoral: si eres de los nuestros, si nos votas,
recibirás beneficios. Hay corrupción cuando hay que recurrir a “los
conseguidores” si alguien pretende una contrata, una licencia, una
recalificación urbanística. Hay corrupción cuando se solicita dinero para un
partido, aunque el dinero se quede en el bolsillo del intermediario. Hace poco
han aparecido otras formas de corrupción como el tinglado del sindicato “Manos
Limpias” y el de la asociación de
usuarios de banca, “ Ausbanc”.
Pero también hay corrupción
cuando hay quien está de baja sin estar enfermo o figura como desempleado y
está trabajando, por ejemplo. Hay empresas corruptas que contratan a los
trabajadores por unas horas y les hacen trabajar más allá de la jornada
completa y profesionales que ayudan a defraudar a quienes les pagan,
aprovechando la intrincada maraña de leyes fiscales, sociales, autonómicas y
municipales.
Todos estamos dispuestos a
ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Los corruptos siempre
son los otros y deseamos que se les castigue, no tanto por amor a la justicia
como por resentimiento y envidia.
En este insano caldo de
cultivo no hay que extrañarse de que surjan los que están dispuestos a
capitalizar el descontento de todos los que se sienten maltratados en estos
tiempos de crisis, enarbolando la bandera de la regeneración.
Nuestra democracia ha
funcionado en un bipartidismo en el que se producía el cambio cuando una
cantidad suficiente de votantes quitaba el gobierno a un partido para
entregárselo al otro, esperando en cada ocasión que el nuevo gobierno lo haría
mejor que el anterior y vuelta a empezar.
Ahora surgen otro par de
partidos que se consideran libres de corrupción y se aprestan a salvar a España y por segunda vez en seis meses se
enfrentan en las urnas. Está claro que lo que todos buscan es el poder, solo el
poder y nada más que el poder.
No hay duda que necesitamos
una regeneración pero ésta es mucho más profunda de lo que parece. Los últimos
gobiernos, por acción u omisión, han destruido los valores que pueden dar
consistencia a la sociedad. Se ha destruido la familia que ha sido siempre el
núcleo fundamental en el que cada persona es aceptada por sí misma y preparada
para integrarse en la sociedad, donde se aprende a ser hombre o mujer, desde la
unidad de sus padres, donde se inculcaba la fraternidad, cuando había hermanos
para convivir y compartir en lugar de ser niños solos en familias desestructuradas.
Los niños hay que educarlos
en casa y en la escuela lo más que pueden recibir es instrucción sobre diversas
materias, algunas veces absolutamente inadecuadas. El problema se agrava tanto
por la fragilidad o inexistencia de la familia como por la carencia de
auténticos valores de las generaciones inmediatas, educadas en el más mostrenco
relativismo, donde se da primacía a la voluntad (hago lo que se me antoja) en
lugar de a la razón (qué debo hacer, qué es la verdad)
De esto no hablan para nada
los partidos que piden nuestro voto para alcanzar el poder y sus ventajas.
Francisco Rodríguez Barragán
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