El ingente conjunto de esfuerzos realizado por el hombre a lo largo de los siglos han ido encaminados a conseguir mejores condiciones de vida, pero no todos los hombres participan por igual en el esfuerzo ni en el disfrute de los resultados.
Siempre se ha producido una
acusada diferencia entre los que cuentan con medios para realizar los avances y
el resto de la gente, señores y siervos, libres y esclavos, ricos y pobres, lo
cual se ha sobrellevado con paciencia en unas épocas y en otras ha termina
estallando en rebeliones y revoluciones.
Pero las luchas se producen
no solo entre ricos y pobres sino entre países que se disputan las materias
primas, el área de influencia, la expansión de los territorios. La historia es
una sucesión de luchas y guerras que llegan hasta hoy.
El sueño de conseguir un
mundo en paz como obra de la justicia no ha llegado a realizarse nunca. Un país
bien situado y con una alta capacidad técnica puede conseguir para sus ciudadanos
un aceptable nivel de vida, que en más de una ocasión se obtiene gracias a la
explotación de las riquezas naturales de otros países que no han llegado a ser
capaces de utilizarlas. Pensemos en la permanente rebatiña por África.
La creación de grandes
organismos internacionales, capaces de encontrar y proponer fórmulas de
convivencia eficaces, hasta el momento no han conseguido su objetivo ni
siquiera en orden a evitar de manera efectiva las guerras entre naciones, aunque
anden siempre proponiendo otros objetivos, siempre discutibles, como el control
de la población, el calentamiento global, la ideología de género, etc.
Carlos Marx aportó su
análisis económico señalando que todo depende de las relaciones de producción,
lo cual parece bastante exacto: los cambios sociales han llevado aparejado siempre
un cambio de tales relaciones. Pensaron sus seguidores que si la mayoría de los
desposeídos, los proletarios, alcanzaban el poder podría llegarse a una especie
de paraíso, la sociedad sin clases. Aquel sueño resultó una atroz pesadilla de
setenta años que Solzhenitsyn han contado al mundo, sin que hayan desaparecido
los que siguen pensando en el comunismo como solución.
Los países occidentales,
vencedores de la segunda guerra mundial, han sido lo bastante hábiles para
producir una sociedad más rica, con una vida más confortable, el estado de
bienestar, y con un exitoso sistema de gobierno democrático.
Pero no todo el mundo es el
próspero occidente. Otros países, otras culturas, otras masas ingentes de población,
padecen hambre, enfermedades y malas condiciones de vida, cada vez más
inaceptables en tanto se conocen nuestros avances y adelantos. Saltar las
vallas de Ceuta y Melilla forma parte de este deseo de escapar a un mundo mejor
que el suyo.
No tengo ni idea de cómo
podrá organizarse el mundo para que sea más justo y habitable para todos,
aunque sé que hay soluciones fracasadas que no debemos aceptar nunca: ni el
sistema comunista, ni el sistema capitalista del estado de bienestar, sujeto a
frecuentes crisis, que cada vez resulta más insostenible. La misma democracia,
o la vivimos con seriedad y responsabilidad o servirá para traernos los males
que tememos. Recuerden los nefastos regímenes que alcanzaron el poder
utilizando la democracia y el
descontento.
Francisco Rodríguez Barragán