sábado, 14 de febrero de 2015

¿Cómo construir en paz un mundo más justo?


El  ingente conjunto de esfuerzos realizado por el hombre a lo largo de los siglos han ido encaminados a conseguir mejores condiciones de vida, pero no todos los hombres participan por igual en el esfuerzo ni en el disfrute de los resultados.

Siempre se ha producido una acusada diferencia entre los que cuentan con medios para realizar los avances y el resto de la gente, señores y siervos, libres y esclavos, ricos y pobres, lo cual se ha sobrellevado con paciencia en unas épocas y en otras ha termina estallando en rebeliones y revoluciones.

Pero las luchas se producen no solo entre ricos y pobres sino entre países que se disputan las materias primas, el área de influencia, la expansión de los territorios. La historia es una sucesión de luchas y guerras que llegan hasta hoy.

El sueño de conseguir un mundo en paz como obra de la justicia no ha llegado a realizarse nunca. Un país bien situado y con una alta capacidad técnica puede conseguir para sus ciudadanos un aceptable nivel de vida, que en más de una ocasión se obtiene gracias a la explotación de las riquezas naturales de otros países que no han llegado a ser capaces de utilizarlas. Pensemos en la permanente rebatiña por África.

La creación de grandes organismos internacionales, capaces de encontrar y proponer fórmulas de convivencia eficaces, hasta el momento no han conseguido su objetivo ni siquiera en orden a evitar de manera efectiva las guerras entre naciones, aunque anden siempre proponiendo otros objetivos, siempre discutibles, como el control de la población, el calentamiento global, la ideología de género, etc.

Carlos Marx aportó su análisis económico señalando que todo depende de las relaciones de producción, lo cual parece bastante exacto: los cambios sociales han llevado aparejado siempre un cambio de tales relaciones. Pensaron sus seguidores que si la mayoría de los desposeídos, los proletarios, alcanzaban el poder podría llegarse a una especie de paraíso, la sociedad sin clases. Aquel sueño resultó una atroz pesadilla de setenta años que Solzhenitsyn han contado al mundo, sin que hayan desaparecido los que siguen pensando en el comunismo como solución.

Los países occidentales, vencedores de la segunda guerra mundial, han sido lo bastante hábiles para producir una sociedad más rica, con una vida más confortable, el estado de bienestar, y con un exitoso sistema de gobierno democrático.

Pero no todo el mundo es el próspero occidente. Otros países, otras culturas, otras masas ingentes de población, padecen hambre, enfermedades y malas condiciones de vida, cada vez más inaceptables en tanto se conocen nuestros avances y adelantos. Saltar las vallas de Ceuta y Melilla forma parte de este deseo de escapar a un mundo mejor que el suyo.

No tengo ni idea de cómo podrá organizarse el mundo para que sea más justo y habitable para todos, aunque sé que hay soluciones fracasadas que no debemos aceptar nunca: ni el sistema comunista, ni el sistema capitalista del estado de bienestar, sujeto a frecuentes crisis, que cada vez resulta más insostenible. La misma democracia, o la vivimos con seriedad y responsabilidad o servirá para traernos los males que tememos. Recuerden los nefastos regímenes que alcanzaron el poder utilizando la democracia y el descontento.

Francisco Rodríguez Barragán




 

 

 

 

 

El conocimiento del hombre


El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Si se nos pregunta sobre ello, sin duda, responderemos que preferimos el bien y la verdad antes que el mal o la mentira. No obstante ello, lo cierto es que con frecuencia hacemos el mal, aunque busquemos y encontremos argumentos para justificarnos.

Discernir sin error es una  ardua tarea ya que estamos influidos por multitud de ideas, solicitaciones y presiones que nos impiden conseguir un auténtico conocimiento de la realidad en que vivimos, por lo que terminamos aceptando las ideas que se nos ofrecen en nuestro ambiente, en los medios de comunicación que frecuentamos y más aún si nos convencen de que se trata de la opinión de la mayoría, aunque es dudoso que la mayoría tenga siempre razón.

En el relato del Génesis, la astuta serpiente convence a Eva de que comiendo de aquella fruta serán como dioses, conocedores del bien y del mal y en eso estamos: empeñados en ser como dioses y decidir sobre lo bueno y lo malo. En otros tiempos recurríamos a la ley natural como regla de conducta, pero filósofos, políticos y revolucionarios consiguieron arrumbarla.

Se ha ido imponiendo la blanda opinión de que cada cual puede pensar lo que le parezca, que todo es relativo, que todo vale lo mismo, que el hombre es su propio dios y decide en cada momento lo que le conviene, sin ninguna relación a Alguien que pueda pedirle cuentas.

Como los derechos de unos pueden interferir los derechos de otros, hemos encargado al omnipotente Estado que legisle sobre ello y así, las cosas serán buenas o malas según lo que determinen los códigos y leyes aprobadas “democráticamente” y aplicadas por los jueces.

Los que sigamos pensando que existe Alguien que representa la fuente de todo bien y de toda verdad seremos tolerados, siempre que no choquemos con lo que decidan los gobernantes. Si pensamos que la vida es sagrada, desde su concepción hasta la muerte natural y que no puede ningún poder político decidir sobre ella, pues no nos harán caso, dirán que los que así piensen que no aborten ni pidan una muerte rápida, aunque no es seguro de que terminen imponiendo el aborto y la eutanasia como derechos.

El caso del aborto es clarísimo. Se comenzó despenalizándolo, es decir, que aunque se trataba de un mal no se le imponía ninguna pena, para convertirlo en un derecho: ¡el derecho al aborto! que cada vez hay más gente que lo acepta sin un mínimo discernimiento.

Para mucha gente el auténtico conocimiento no es sobre el bien y el mal sino el científico. Cada descubrimiento hace pensar a mucha gente que el verdadero dios es el hombre que, en su evolución, cada vez sabe más y tiene un mayor dominio de las fuerzas naturales, de la tecnología o de la medicina. Otros pensamos que cada avance nos muestra un Dios cada vez más grande a quien adorar, amar y obedecer.

El aumento de la esperanza de vida no ha eliminado la muerte, aunque algunas novelas de ciencia-ficción hayan hablado de congelar el cuerpo, de quien tenga dinero para ello, y volverlo a la vida cuando convenga.

Francisco Rodríguez Barragán







 

 

 

 

 

 

Trabajo vitalicio


Llevamos un largo periodo de tiempo hablando de las personas que no tienen trabajo y por tanto resultan excluidas de esta rueda del progreso indefinido en el que unos empresarios fabrican cosas que otros compran, mientras el gobierno calcula índices de producción y de consumo, hasta aburrir a los ciudadanos..

Los que producen quisieran que hubiera más personas consumidoras pues si los consumidores no crecen la economía se estropea. Si los que producen pagaran más a sus empleados, estos podrían comprar más cosas, pero el coste de la producción se elevaría.

La única solución, al parecer, es que haya más personas que trabajen. Para juzgar de la bondad de las medidas del gobierno, cada mes andan contando las personas que han conseguido un trabajo, las que lo han perdido y las que no es fácil que lo consigan, los mayores no tienen muchas posibilidades de que los contraten y los jóvenes tampoco cuentan con facilidades para obtener su primer empleo.

También los políticos y los sindicatos examinan si los contratos que se firman cada mes son temporales o indefinidos, si son a jornada completa o por horas, para sacar las consecuencias favorables o adversas de su escrutinio. Al leer todas estas informaciones que el gobierno nos ofrece, he recordado lo que leí en un libro que escribió Hilarie Belloc hace más de un siglo, con el título El Estado Servil.

Copio sus palabras: “Si a los millones de familias que hoy día viven de un salario se les propone un contrato vitalicio de trabajo que les garantice la perpetuidad en el empleo, con el salario íntegro que cada uno considere que gana normalmente, ¿cuántos lo rechazarían?”

Añado yo, aquí y ahora: Si la propuesta de tal contrato vitalicio se hiciera a los millones de parados, ¿cuántos lo rechazarían?

En nuestro país y en los de nuestro entorno no hay duda que existe una mayoría que firmaría este contrato y una minoría empresarial y dirigente que los ofrecería, si creyeran que con ello consolidarían su posición y aumentarían sus ganancias.

También dice Belloc que la gran masa de asalariados (añado: y parados) sobre la que se asienta nuestra sociedad miraran como un bien todo aquello que los ponga a cubierto de los peligros de inseguridad que le acechan.

Para conjurar tales peligros se montó por los gobiernos occidentales un vasto sistema de seguridad social, espoleados por el miedo que les infundían las ideas socialistas, pero cada vez más sujeto a frecuentes crisis. El estado de bienestar, en el fondo un Estado Servil,  en un mundo globalizado está resultando inviable, al parecer.

Para evitar que los asalariados comprendieran la fragilidad de su posición, se lanzó la buena nueva de la democracia: somos un país soberano. Dado que podemos emitir nuestro voto cada periodo, todos quedamos convencidos de que estábamos eligiendo a nuestros gobernantes, pero la realidad es que los que de verdad mandan, llegan al poder por otros caminos.

Los que resultan investidos democráticamente, la mayoría serán buena gente, aunque su poder será bastante limitado, lastrado de incompetencia, de sumisión a las cúpulas partidarias, de ocasiones para corromperse. Tengo la impresión, seguramente errónea, de que nuestros políticos podrían jugar con la camiseta del equipo contrario, sin mayor problema.

Se nos anuncian consultas democráticas variadas que pueden cambiar a los políticos, pero a los que mandan, creo que no.

Francisco Rodríguez Barragán







 

¿Depende solo de nosotros que el mundo mejore?

Existe la creencia generalizada de que todo depende de nosotros mismos, ya sea la organización  de la sociedad, triunfar en la vida, ser feliz o vivir sano y que el mundo, la ciencia o la política siguen una línea ininterrumpida de avance y perfeccionamiento. Realmente ¿es así? Tengo mis dudas.

Cada uno trata de vivir su vida sin tener muy claro ni siquiera para qué vive, aunque, como todos los seres, busca por todos los medios permanecer en su ser frente a los peligros que le acechan. Su existencia va modelándose a través de sucesivas etapas, influencias y situaciones. Lo que deseaba de niño tiene poco que ver con lo que ansía de adolescente, de joven, de adulto o de viejo.

Aunque no podamos expresarlo, desde que empieza nuestro corazón a latir en el seno materno, deseamos vivir y ser amados, aunque muchos, por desgracia, no lo conseguirán. Confusos entre tener y ser, pensamos que seremos más si tenemos más cosas. Pero a todos les llega su hora y nos moriremos como han muerto los que nos han precedido, dejaremos aquí todo y después ¿qué?

Si echamos una mirada al mundo que nos ha tocado vivir y a su historia no podemos asegurar que haya sido una marcha ascendente, aunque haya quien nos quiera convencer de ello. En los últimos 500 años, nuestra propia historia nos presenta  desde el imperio español con su siglo de oro, a la decadencia. El siglo de las luces alza la guillotina en Francia, y a la revolución le sigue el imperio de Napoleón y sus guerras que nos alcanzan de lleno.

Nuestro siglo XIX está lleno de convulsiones pronunciamientos, revoluciones y miseria y en el XX tampoco parece que se alcance una situación idílica. La guerra civil, precedida de actos revolucionarios, marca a los españoles que la vivieron y sigue siendo motivo de enfrentamiento para los que no la vivimos.

Sin duda que se han producido avances materiales, pero no se ha conseguido erradicar la pobreza y la infelicidad, que afecta a sectores más o menos amplios de población. Tampoco estamos a cubierto de crisis económicas y políticas que golpean a unos y benefician a otros, ni a la tentación de querer empezar de nuevo den cada ocasión.

A escala mundial tampoco podemos decir que hayamos conseguido un orden mundial más justo, es más, el Nuevo Orden Mundial que preconizan los organismos internacionales, me parece bastante nefasto: manipulación de las conciencias desde el egoísmo, triunfo del relativismo y eliminación de toda idea de trascendencia.

Si los musulmanes creen que pueden ordenar el mundo con el Corán como bandera, los cristianos no podemos pensar en nuevas cruzadas para imponer la Cristiandad.  Cristo dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo, el hablaba del reino de los cielos y para conseguirlo era necesario negarse a sí mismo, tomar cada uno su cruz y pasar por el calvario para llegar a la resurrección. No es esto lo que se ofrece en el mundo.

Cristo llamó dichosos y prometió el reino de los cielos a los pobres, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los limpios de corazón y todo esto no depende solo de nosotros mismos, sino del amor de Dios. La buena noticia del evangelio ¿quién está dispuesto a aceptarla?

Francisco Rodríguez Barragán







 

  

Algunas reflexiones sobre el hoy de España



El pasado día 2 de enero acudí, como todos los años, a la conmemoración de la Toma de Granada por los Reyes Católicos, que puso fin a la presencia musulmana en España en 1492. Unos grupos, no muy numerosos pero sí ruidosos, estuvieron mostrando su rechazo a esta celebración por razones que prefiero desconocer.

Cuando comenzó la ceremonia, los aplausos de los granadinos a la tremolación del pendón de Castilla desde el balcón del Ayuntamiento, ahogaron los gritos subversivos, sin ningún incidente. No obstante, la televisión andaluza abrió sus informativos diciendo que se había celebrado el Día de la Toma de Granada  pese a la oposición de gran parte de la población. Es evidente que la Junta de Andalucía está a favor de Boabdil y en contra de los Reyes Católicos.

El acoso y amenaza constante de la Junta de expropiar la mezquita de Córdoba, que es un templo católico desde el siglo XIII, es un dato a tener en cuenta. A pocos visitantes se les explica que la mezquita fue construida en el en el lugar que ocupaba la basílica visigótica de San Pedro Mártir.

El Ideal de Granada del día 5 publica a toda página el impactante titular: “El islam dominará España y la Constitución será reemplazada por la sharía”. Leo el artículo en el que se informa que una nueva web yihadista, en castellano proclama como su objetivo imponer en España la ley islámica más radical y recuperar Al Andalus para el gran califato mundial y en su entrada del 16 de diciembre los administradores de la página escribieron la frase antes citada a la que añadieron que “bajo el sistema del islam recuperaremos nuestra dignidad y seremos libres de la opresión de los políticos”. Estas prédicas del islamismo radical no caen en saco roto: hay españoles que marchan a luchar por el estado islámico y otros que, en esta ceremonia de la confusión, parecen desear la vuelta del islam a España.

Mientras escribo estas líneas estoy escuchando en las noticias el atentado islamista en Paris que ha causado una docena de muertos, al atacar una revista satírica que se había publicado caricaturas de Mahoma. En España no parece que se atrevan a ello y, si hay que zaherir a alguna religión, ya tienen a la católica, pues no hay miedo a que los cristianos cometamos ningún atentado por muy ofensivas que sean las burlas que se nos hagan.

Leo también que un imán radical quiere que el Real Madrid y el Barcelona eliminen la cruz que aparece en sus escudos, aunque me llegan noticias de que las autoridades españolas están aceptando demasiadas reclamaciones de los musulmanes españoles, o que residen en España, respecto a nuestras fiestas, símbolos y tradiciones, que los ciudadanos aceptamos pasivamente.

Para terminar les recomiendo la lectura de la Resolución de 26 de noviembre de 2014, del Ministerio de Educación Cultura y Deporte,  (B.O.E. del 11 de diciembre de 2014)  que publica el currículo del área de Enseñanza de la Religión Islámica de la Educación Primaria, a propuesta de la Comisión Islámica de España. Son 26 páginas que garantizan a los alumnos musulmanes y a sus padres a recibir Enseñanza religiosa Islámica en los centros docentes públicos y privados, en los términos del tal currículo. No he encontrado nada parecido para los que elijan la religión católica, aunque puede que yo sea torpe en la búsqueda. Tampoco imagino a los cristianos de los países islámicos que se le reconozcan derechos como estos.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

El demonio existe, aunque no creamos en él


Los demonios existen, son seres espirituales dotados de una inteligencia muy por encima de los hombres, aunque han conseguido, en un alarde de sublime sutilidad, pasar desapercibidos. Dice Baudelaire que es más difícil amar a Dios que creer en Él y por el contrario nos resulta más difícil creer en el diablo que amarlo pues todo el mundo le sirve y nadie cree en él.

La historia nos ofrece una continuada lucha entre pueblos, razas, civilizaciones o religiones y como razonamos que todo lo que ocurre ha de tener una causa, también los pensadores y filósofos nos ofrecen una extensa variedad de explicaciones de las luchas y de las guerras que padece la humanidad sin solución de continuidad.

El ansia de poder, la voluntad de conquista, el expansionismo de los imperios, la lucha de clases, la infraestructura económica o la rebatiña para quedarse con las riquezas de otros continentes, de otros pueblos, han desembocado en cruentas guerras, esclavitudes y colonialismos.

No se nos ocurre señalar al demonio como el gran atizador de todos los conflictos, pero la soberbia que nos lleva a considerar que somos los hombres y solo los hombres los que construimos el mundo, es la misma soberbia de Satán que no quiere someterse a Dios, ni quiere que los hombres lo busquen y lo amen.

La gran habilidad demoníaca consiste en su capacidad para jugar en los dos lados del tablero. Pensemos en el actual conflicto entre la cultura occidental y el islam. Como el más devoto de todos los musulmanes agita si tregua la esperanza de que el mundo lo que necesita es la sumisión a Alá, la obediencia a la sharia y la necesidad de la guerra santa para vencer a los infieles.

Al mismo tiempo, el demonio,  como el occidental más progresista, se dedica a convencernos de que somos la civilización del siglo XXI, respetuosa de los todas las libertades y todos los derechos humanos, la que se enfrenta a una civilización atrasada, que no ha pasado por las luces de la ilustración y sigue anclada en el nefasto integrismo religioso del que occidente se libró.

Los actos terroristas son reivindicados por organizaciones musulmanas, aunque muchos musulmanes no los compartan, al mismo tiempo que todos los medios de propaganda occidentales reivindican el progreso de nuestras libertades sin cuestionarlas, sin examinar si efectivamente son tan buenas como decimos.

Nuestra realidad occidental, enferma de relativismo, pierde valores y pierde población. La natalidad disminuye mientras el aborto crece. La familia está en crisis mientras una sexualidad irresponsable se impone. El estado de bienestar, del que estamos tan orgullosos, cada vez resulta más insostenible. Hay sectores de la población desencantados de los políticos y dispuestos a entregarse a demagogos irresponsables. Para qué seguir.

Nos creemos emancipados, liberados de las religiones, nos basta nuestra razón para construir un mundo ¿feliz? en el que Dios no es necesario y el demonio triunfa en toda la línea.

Amar a Dios significa amar al prójimo de verdad, cara a cara, sin ONGS interpuestas, y esto es difícil sin la ayuda de Dios. Claro, que el demonio puede sugerirnos a los cristianos multitud de iniciativas en las que creamos que estamos amando a Dios sin las molestias del prójimo.

Francisco Rodríguez Barragán