El debate sobre el estado de la nación resultó al final de la jornada una bronca pelea entre las dos figuras relevantes del cartel. El Presidente del gobierno hizo una amplia exposición de datos y cifras para acreditar la bondad de su gestión económica, ya que realmente de eso fue de lo que habló. No pongo en duda que quizás haya dejado la hacienda pública algo más saneada de cómo la encontró.
Pero si la deuda acumulada
por las distintas administraciones estuvo a punto de tener que pedir a la UE su
rescate, ignoro si puede volver a repetirse ya que no escuché nada sobre la
necesidad de reducir el gasto de tantas administraciones repletas de
gobernantes, consejeros, funcionarios, asesores, fundaciones, empresas públicas
y un largo etcétera.
El Presidente del gobierno
anunció una serie de medidas para resolver la debilidad de nuestra economía y
el volumen de desempleados, sin que, a mi parecer, hayan producido ningún
entusiasmo, pues las promesas de futuro no resultan demasiado creíbles.
El debutante Sr. Sánchez
intervino en un tono bronco e insultante que no le acredita como una persona
ecuánime y dialogante, un estadista capaz de dirigir los destinos de un país.
Naturalmente sus excesos verbales no justifican la desabrida réplica del Sr.
Rajoy, diciéndole que no vuelva por allí, sin tener ningún poder para
impedírselo, lo cual empequeñece y daña irremediablemente la figura del
Presidente.
Pero si el Sr. Rajoy no
presentó ningún programa ilusionante, el presentado por el Sr. Sánchez resulta
detestable. Pretende reformar la constitución para hacer un estado federal,
viaje cantinela de su partido, sin que sepamos si tal federalismo sería más o
menos que el autonomismo actual. Promete blindar el estado del bienestar aunque
no sabemos cómo, pues el problema es que cada vez resulta más insostenible por
culpa de la demografía: somos más los viejos y nacen menos niños y por culpa
además de la globalización, de la que nadie quiere hablar.
También dice el Sr. Sánchez
que va a destruir las reformas del actual gobierno, afirmación al parecer
destinada a los populistas. Pero si no mejora nuestro nivel educativo, si no
somos capaces de crear ni producir cosas que puedan ser demandadas por todo el
mundo, si nuestra productividad deja mucho que desear, etc. seguiremos sin
industria propia y las empresas comprarán en Asia los productos que nos ofrecen
en las grandes superficies. Basta comprobar el país de origen de las cosas que
compramos.
Una mejor ley electoral, una
justicia más despolitizada y más rápida, una administración más reducida y
eficiente, un sistema educativo duradero cuyo objetivo sea transmitir el saber
y la ciencia y no la manipulación política, una protección efectiva de la
familia y de la vida del niño en gestación, no he escuchado que forme parte del
quehacer de los gobernantes que ayer peroraban en el Congreso de los diputados,
para cubrir un trámite y comenzar las campañas electorales que nos aguardan.
Me parece necesario que
sobre las cosas contingentes se ofrezcan diversas soluciones, pero una cosa es
ser diferentes y otra distinta ser contrarios. Una ciudad divida en partidos
contrarios va a la ruina, se puede leer en el evangelio. Los diferentes pueden
colaborar, los contrarios solo se satisfacen con la derrota del adversario.
Francisco Rodríguez Barragán
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