Cuando hablo o escribo algo
sobre la fe inmediatamente hay quien se pone en guardia o dice que “pasa” de todo
lo religioso, pero la fe, antes que acto religioso, es una experiencia humana que hace
posible la convivencia entre las personas.
Nuestra vida está trenzada con
los lazos que establecemos con los demás. De las personas con las que
convivimos hay algunas que nos merecen confianza, creemos en ellas porque
tenemos una cierta seguridad de que nos dicen la verdad y desean nuestro bien.
La verdad y el bien abren las puertas de nuestra intimidad a otros que, a su
vez, nos la abren a nosotros, estableciendo así relaciones de amor o de
amistad.
La decisión de creer en alguien
es mía, mi razón y mi voluntad estuvieron de acuerdo en abrirle las puertas de
mi intimidad, pero si descubro que esa
persona me miente o me utiliza, me siento traicionado y desgraciado.
Los desengaños siempre son
causados por alguien en quien creíamos, en quien teníamos fe y confianza y nos
defraudó. Las personas que no tienen fe en nadie tienen que llevar una vida
difícil. Si estamos hechos para vivir con los demás y llegamos a la conclusión
de que todos están en nuestra contra, seguramente seremos nosotros los que nos
pongamos en contra de todos y convirtamos nuestra vida en un infierno de miedo,
odio y desconfianza.
Si buscáramos activamente el
bien de nuestro prójimo y fuéramos felices con ello, todo cambiaría. Pero si es
nuestro egoísmo el que nos empuja a buscar lo que creemos nuestro interés, caiga
quien caiga, dejaremos de tener fe, de creer en nadie y nadie creerá ni confiará
en nosotros.
La fe en Dios y en su enviado
Jesucristo parte también de esta experiencia humana de creer y confiar en
Alguien y acogerlo en nuestra intimidad para ser acogido a su vez en la
intimidad divina, en una relación de amistad y de amor.
Si creemos y confiamos en otras
personas, aunque puedan fallarnos, también podemos creer y confiar en el Dios
que nos mostró Jesús, con la seguridad de que por parte de Dios, que es amor,
nunca fallará la relación y si falla por parte nuestra, también encontraremos
siempre la misericordia y el perdón para restablecerla.
Habrá quien piense que puede
amar a sus hijos, a su mujer o a sus amigos, porque los ve y los conoce, pero
como a Dios no lo ve, duda y se resiste. Dios nos habla de forma permanente a
través de toda la creación: el universo entero pregona su grandeza, en Dios
vivimos, nos movemos y existimos. Se ha revelado de muchas maneras a través de
los tiempos y finalmente a través de Jesucristo, muerto y resucitado, de quien
nos dan testimonio los testigos que recibieron su mandato de anunciar a todos
los hombres el amor de Dios Padre, la salvación de Jesús el Hijo y la
permanente asistencia del Espíritu Santo.
Si creemos a las personas que
nos merecen confianza, ¿en quién podemos creer y confiar más plenamente que en
el Dios de Jesús? La fe en que Dios nos ama solo nos exige que respondamos a su
amor amando a los demás.
Francisco Rodríguez Barragán
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