Creer que Dios existe puede ser
una deducción razonable y especulativa, pero amarlo sobre todas las cosas es
otra cosa. Para creer en Dios, en su amor, en su perdón, en la redención
obtenida por la muerte y resurrección de Cristo el Hijo del Padre, es necesario
aceptar y acoger la fe como don, como regalo de Dios mismo.
Cuando tendemos hacia el bien,
la verdad o la belleza podemos entender que es Dios quien puso tales afectos en
nuestro corazón, pero cuando observamos que
también en nuestro corazón está presente el mal en sus más variadas formas, debemos
preguntarnos quién lo ha puesto ahí.
El problema del mal ha inquietado
siempre al hombre que ha fabricado las más variadas respuestas: deducir la
existencia de dos principios, el bien y el mal en permanente lucha, mantener
que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad lo corrompe, que el mal
es el resultado de las estructuras económicas, que la sociedad sin clases será
una vuelta al paraíso, que el mal, en definitiva es consecuencia de nuestras
deficientes organizaciones sociales y políticas.
Cuando afirmamos que el mal es
obra del demonio seguramente nos encontraremos poca gente que se lo tome en
serio, pues Satanás ha conseguido con éxito que la gente no crea en su existencia.
A fuerza de presentarlo con rabo y cuernos se ve como un monigote ridículo del
que no hay que preocuparse. Aunque se hable de posesiones diabólicas y
exorcismos, para muchos no serán otra cosa que problemas psiquiátricos.
Pero los demonios están activos
y presentes desde el inicio del mundo. Son parte de los ángeles, seres
espirituales creados por Dios, que se rebelaron contra Él al conocer que los
hombres, seres inferiores a ellos, iban a gozar también de la gloria de Dios,
por lo que se dedicaron desde la aurora del paraíso a dañar a la toda la
humanidad, pero desde el mismo momento Dios prometió que seríamos redimidos del
mal.
Podemos preguntarnos si no
hubiera sido mejor que Dios eliminara de forma radical a estos ángeles
rebeldes, pero cuando Dios regala la existencia a hombres o ángeles no se
retracta, por eso todos seguiremos viviendo eternamente en la gloria o en el
infierno.
La primera tentación que
formuló el demonio fue prometerles: “seréis como dioses” y ahí seguimos,
queriendo ser nuestros propios dioses. En lugar de aceptar la salvación de
Dios, merecida por Cristo, nos empeñamos en encumbrarnos por nuestras propias
fuerzas, siguiendo las insinuaciones del Maligno: no necesitamos a Dios sino un
entrenador (coach) que nos enseñe técnicas eficaces, máquinas y artilugios que
alarguen nuestras manos, nuestros pies, nuestra vista, gracias a la ciencia y a
la técnica y a triunfar.
Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a uno mismo, no parece entrar en los cálculos, programas y objetivos de
mucha gente que desea poder, tener, gozar… El demonio en el que pocos creen
está teniendo éxito, pero los que creemos que la buena noticia del evangelio
ofrece mucho más que Satanás, no podemos cruzarnos de brazos. Todos los días
cuando rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del Maligno y no nos
deje caer en sus tentaciones.
Francisco Rodríguez Barragán
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