jueves, 26 de septiembre de 2013

¿Quién nos induce al mal?



Creer que Dios existe puede ser una deducción razonable y especulativa, pero amarlo sobre todas las cosas es otra cosa. Para creer en Dios, en su amor, en su perdón, en la redención obtenida por la muerte y resurrección de Cristo el Hijo del Padre, es necesario aceptar y acoger la fe como don, como regalo de Dios mismo.

Cuando tendemos hacia el bien, la verdad o la belleza podemos entender que es Dios quien puso tales afectos en nuestro corazón, pero cuando observamos  que también en nuestro corazón está presente el mal en sus más variadas formas, debemos preguntarnos quién lo ha puesto ahí.

El problema del mal ha inquietado siempre al hombre que ha fabricado las más variadas respuestas: deducir la existencia de dos principios, el bien y el mal en permanente lucha, mantener que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad lo corrompe, que el mal es el resultado de las estructuras económicas, que la sociedad sin clases será una vuelta al paraíso, que el mal, en definitiva es consecuencia de nuestras deficientes organizaciones sociales y políticas.

Cuando afirmamos que el mal es obra del demonio seguramente nos encontraremos poca gente que se lo tome en serio, pues Satanás ha conseguido con éxito que la gente no crea en su existencia. A fuerza de presentarlo con rabo y cuernos se ve como un monigote ridículo del que no hay que preocuparse. Aunque se hable de posesiones diabólicas y exorcismos, para muchos no serán otra cosa que problemas psiquiátricos.

Pero los demonios están activos y presentes desde el inicio del mundo. Son parte de los ángeles, seres espirituales creados por Dios, que se rebelaron contra Él al conocer que los hombres, seres inferiores a ellos, iban a gozar también de la gloria de Dios, por lo que se dedicaron desde la aurora del paraíso a dañar a la toda la humanidad, pero desde el mismo momento Dios prometió que seríamos redimidos del mal.

Podemos preguntarnos si no hubiera sido mejor que Dios eliminara de forma radical a estos ángeles rebeldes, pero cuando Dios regala la existencia a hombres o ángeles no se retracta, por eso todos seguiremos viviendo eternamente en la gloria o en el infierno.

La primera tentación que formuló el demonio fue prometerles: “seréis como dioses” y ahí seguimos, queriendo ser nuestros propios dioses. En lugar de aceptar la salvación de Dios, merecida por Cristo, nos empeñamos en encumbrarnos por nuestras propias fuerzas, siguiendo las insinuaciones del Maligno: no necesitamos a Dios sino un entrenador (coach) que nos enseñe técnicas eficaces, máquinas y artilugios que alarguen nuestras manos, nuestros pies, nuestra vista, gracias a la ciencia y a la técnica y a triunfar.

 Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, no parece entrar en los cálculos, programas y objetivos de mucha gente que desea poder, tener, gozar… El demonio en el que pocos creen está teniendo éxito, pero los que creemos que la buena noticia del evangelio ofrece mucho más que Satanás, no podemos cruzarnos de brazos. Todos los días cuando rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del Maligno y no nos deje caer en sus tentaciones.

Francisco Rodríguez Barragán






 

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