Vivimos inmersos en una
realidad que nos aturde, que se nos impone, que quizás no nos gusta, pero que
aceptamos resignadamente. Las cosas son como son, nos repiten unos y otros, mientras
nos encogemos de hombros y solo nos inquietamos cuando nos vemos metidos en
problemas económicos, laborales, familiares o de salud.
Es necesario abrir bien los
ojos para ver la vida que nos rodea, la de verdad, sin conformarnos con verla
en la pantalla del televisor que, casi siempre, nos ofrece una realidad
manipulada o un entretenimiento alienante.
Hay que abrir bien los ojos
para vernos en primer lugar a nosotros mismos, para averiguar si somos lo que
hemos decidido ser o si otros ya decidieron por nosotros, si nuestras ideas son
de verdad nuestras o son otros los que las han metido en nuestra cabeza. Las
preguntas básicas ¿quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de mi existencia? ¿Qué puedo
esperar? ¿Para qué vivo? ¿Amo y soy amado? Responderlas es más interesante que
cualquier examen.
Normalmente, hasta ahora,
las personas tenían padre y madre, hermanos, primos, abuelos, formaban parte de
una familia de sangre. Pero ¿sigue existiendo la familia? Claro que existen
familias, gracias a ellas muchos están sobreviviendo a la crisis, pero quizás
está en proceso de extinción. Esto hay que verlo con atención ya que en ello
nos jugamos el futuro.
Las cosas empiezan a cambiar
cuando cambian las palabras. Podemos observar que se habla más de pareja que de
matrimonio. Las parejas pueden formarlas un hombre y una mujer, o dos hombres o
dos mujeres. La aceptación social de la palabra pareja como personas que viven
juntas frente a la palabra matrimonio, tiene su importancia. Hablar de
matrimonio ha sido siempre hablar de un compromiso estable, de una familia en
marcha, de una situación legalmente reconocida. Hablar de pareja ahora es vivir
juntos para disfrutar el uno del otro con las menos obligaciones posibles y si
no nos va bien pues a buscar otra pareja y vuelta a empezar. Naturalmente si llega
algún embarazo, por equivocación, será un problema a resolver, a menudo en
perjuicio del niño.
No exagero. Si los
matrimonios con cobertura legal se rompen con toda facilidad y frecuencia hasta
llegar a tantas rupturas como enlaces, las parejas que simplemente conviven se
romperán con mayor facilidad ya que no hay que andar de juzgados salvo que haya
que decidir quién se queda con el niño.
El Instituto de Política
Familiar publica sus informes con datos de nupcialidad, natalidad y abortos.
Baja la nupcialidad y la natalidad, es decir, somos una sociedad de viejos y
los abortos crecen, la vida no se respeta y no hay más remedio que hablar de
que no puede sostenerse el tan manoseado estado de bienestar.
El Instituto Nacional de
Estadística publica datos acerca del número de hogares con una o dos personas,
hogares de personas jóvenes sin niños o de ancianos que viven solos. Nadie
parece ver la situación, marchamos hacia el abismo mientras que, como en el
Titanic, sigue sonando la música.
No sé si estamos a tiempo de
reaccionar pero, por favor, abramos los ojos a una realidad más inquietante que
el griterío político o las estadísticas económicas. Si estoy equivocado y las cosas son de otra
manera díganmelo, se lo agradeceré.
Francisco Rodríguez Barragán
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