Con tantos mensajes, noticias,
declaraciones y contradeclaraciones, no sabemos si los que mandan en la
Comunidad Europea nos van a ayudar o nos van a castigar.
Aunque no se prodiguen las
explicaciones claras y la exigencia de responsabilidades sobre nuestra
situación, creo que nuestra ansiada incorporación a Europa en 1986 significó un
verdadero río de dinero para España en forma de fondos varios destinados a
elevar nuestro nivel económico para acercarnos a los países más ricos de la
Comunidad y para elevar la renta de nuestras regiones más pobres.
Había que someterse a las
políticas diseñadas desde Bruselas que, sin duda, no buscaban solo ayudar a
España sino favorecer el comercio de los grandes. Así la PAC puso en marcha
programas de ayudas y subvenciones unas veces por sembrar girasoles, otras por
arrancar olivos y viñas o matar vacas. Subvenciones en beneficio de los
agricultores o de los consumidores, intervencionismo que nunca llegué a
comprender. Lo que sí parece claro es que las subvenciones y ayudas se
repartieron en forma de subsidios agrarios en las regiones que estaban a la
cola del ranking de renta per cápita, favoreciendo al partido en el poder.
Otros fondos importantes
recibidos de Europa se utilizaron en infraestructuras que han resultado poco
rentables, como trenes de alta velocidad, aeropuertos y lujos diversos, por encima de nuestras
posibilidades.
La unión política de Europa
necesitaba una unión económica y se estableció la moneda única, gestionada por
el BCE, que fijaba un tipo de interés muy bajo para sus préstamos. Estos
préstamos que pudieron aprovecharse para activar nuestra economía, se
utilizaron para alimentar la burbuja inmobiliaria hasta que estalló y fue el
detonante de nuestra crisis. Todo el mundo sabía lo que iba a pasar pero nadie
puso freno a la codicia financiera.
Acabo de ver por televisión la
protesta salvaje de los mineros del carbón, exigiendo que continúen las
subvenciones a su actividad. Son muchos años de subvenciones para reconvertir
una actividad que no es rentable, pero que no se reconvierte sino que se
pretende perpetuar.
Ante todo esto vuelvo a mis
recuerdos de aquellos tiempos en los que Europa era un sitio donde los
españoles iban a buscar trabajo. Un exitoso club de países que de la mano de
auténticos líderes como Schuman, Adenauer o Spaak, fueron capaces de ir
organizando paso a paso una Europa unida en la que deseábamos entrar y en la
que poníamos nuestras esperanzas.
Al entrar a gozar de una serie
de ventajas indudables como europeos, que los que vivíamos en los años 50 y 60
nos parecían un sueño. Cuando sustituimos nuestra vieja peseta por el euro, nos
creímos plenamente integrados en situación de paridad, pero nuestra conducta
reprochable, unida a la de otros países en iguales o parecidas circunstancias,
han puesto en peligro la moneda única.
Una moneda única exige una
política fiscal y presupuestaria también única, las ventajas de la unión llevan
aparejada una pérdida de soberanía, la obligación de cumplir normas y ser
inspeccionados y hasta sancionados si no se cumplen. Hay que consensuar unas
instituciones y revestirlas del poder necesario, pues de no hacerlo, los países
más fuertes terminarán por imponernos su voluntad.
Quizás el gobierno de España
esté dispuesto a aceptar la disciplina necesaria, pero los gobiernos que forman
nuestro delirante sistema autonómico y
el egoísmo de nuestros partidos ¿lo aceptarán?
Francisco Rodríguez Barragán
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