Si preguntamos a la gente si
saben lo que es la sofrosine seguramente pensarán que se trata de algún
medicamento. Algunos quizás sepan que se trata de un término griego que puede
significar la templanza, la moderación, el dominio del espíritu sobre el cuerpo,
es decir el autodominio de las propias pasiones, el honesto vivir que dirían
los romanos. Que el espíritu domine los instintos y frene las pasiones sería la
realización de la sofrosine.
No es raro que el término resulte
bastante desconocido para la gente, ya que llevamos varias generaciones en las
que no se educa a la juventud para la moderación y la templanza, sino para el
goce y disfrute de los placeres sin límite ni responsabilidad.
No dudo que haya un sector de gente
que cultive su espíritu y domine sus pasiones, pero lo que predomina en el
ambiente es lo contrario. Hablar del espíritu de forma seria se tiene como algo
de mal gusto, como querer volver a épocas superadas. Gozar del alcohol, de la
drogas y del sexo sin limitaciones viene a ser la meta de mucha gente.
Dominarse a sí mismo, para llevar una
vida honesta y austera, se considerará una estupidez para los que han ido
creciendo en la satisfacción de sus caprichos, en la exaltación de todos los
placeres.
La distinción en cada uno de
nosotros del cuerpo formando parte de la naturaleza y del espíritu del mundo de
los valores, de la verdad, del bien, de la libertad y la necesidad de
armonizarlos para que sea el espíritu, y no la ciega naturaleza, quien rija nuestras
vidas, apenas si merece atención. El culto al cuerpo resulta más absorbente que
cualquier otra cosa.
Desde los años sesenta del
pasado siglo en los que estalló la revolución sexual y el movimiento hippie, el
mundo ha sufrido una profunda transformación. Se produjo la eclosión de la
ideología de género al mismo tiempo que se descubrían y comercializaban los
anticonceptivos. Las mujeres fueron convencidas por los desaforados gritos de
Simone de Beauvoir, de que tenían que liberarse de la trampa de la maternidad,
de las ataduras de la naturaleza, para conseguir la plena igualdad con los
hombres.
Los anticonceptivos ofrecieron
a las mujeres la oportunidad de ejercer una sexualidad activa sin riesgo de
embarazo, de librarse de la maternidad, de gozar de otras formas de sexualidad.
El matrimonio y la familia, en gran parte,
perecieron en el tumulto.
La sexualidad dejó de ser un
vínculo amoroso abierto a la constitución de una familia, donde los papeles de
padre y madre, de esposo y esposa, estaban llenos de sentido a entenderse como
un producto cultural que puede cambiarse a voluntad de las personas y de los
gobiernos. La relación hombre/mujer puede cambiarse por la relación
mujer/mujer, hombre/hombre y cualquier otra combinación que se presente. Las
relaciones sexuales entre niños y adultos están tratando de ser legalizadas en
algunos países.
La educación entendida como
sacar de cada educando lo mejor de sí mismo, ayudarle a ser persona, ha pasado
a ser una información interesada de los valores, fobias, filias e ideologías de
los educadores. Reducir la sexualidad a
facilitar información sobre anticonceptivos, preservativos y píldoras, ha
llevado a la situación actual: sin educación en la sofrosine, la templanza y el
dominio de sí mismo, las pulsiones sexuales se convierten en urgencias inaplazables
que terminan en embarazos y en abortos.
Mientras tanto seguimos
discutiendo si hay que legislar plazos o casos para abortar, mientras nadie se
ocupa de una educación capaz de hacer personas capaces de someter su cuerpo a
su espíritu, sus pasiones a la razón, capaces de amar y respetar, de establecer
relaciones sólidas, de crear una familia, de ser padres y madres y no simples
juguetes sexuales de usar y tirar.
Francisco Rodríguez Barragán
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