Cuando un año comienza
sentimos un vago deseo de hacer cosas que hemos ido dejando sin hacer en el año
anterior. Hay también una cierta aprensión acerca de lo que pueda traer a
nuestras vidas. ¿Será mejor o peor? ¿Encontraré trabajo, conservaré el que
tengo? ¿Cómo será? ¿Seguiremos hablando de crisis, de corrupción, de riesgos
electorales?
Quizás no debamos esperar
demasiado de la política, el mercado, la deuda, la prima de riesgo, los índices
de crecimiento y toda esa palabrería que hemos estado escuchando en los últimos
años sin llegar a comprenderla.
Sin dejar de tener esperanza
en que las cosas puedan mejorar, podríamos empezar por mejorar cada uno de
nosotros. Si ponemos tesón en hacerlo cada día, habremos aportado nuestro
granito de arena al cambio que necesitamos.
Pero ¿en qué podemos
mejorar? Parece evidente que padecemos las consecuencias de un persistente
egoísmo generalizado, egoísmo que lleva a unos a corromperse, a otros a amasar
fortunas, a otros a padecer las consecuencias. Hemos leído que ha aumentado
notablemente el número de millonarios españoles, no sé si a pesar de la crisis
o gracias a la crisis, al mismo tiempo que se da un aumento insoportable de la
pobreza.
Cada vez que se habla de
esto, de forma inmediata, señalamos a otros como culpables mientras nos
consideramos inocentes. Pero realmente ¿lo somos? La gente común, la que no
tiene cargos ni sale en los periódicos ¿no estamos tocados también del egoísmo,
del deseo de tener más, de aprovechar la ocasión, si se presenta, sin pensar en
los demás? Acaso ¿no podríamos ser voluntariamente más austeros ya que otros
tienen que serlo a la fuerza?
Si cada uno nos esforzamos
por hacer las cosas mejor, por rendir más, por entender nuestro trabajo como
servicio al prójimo, por ser mejores jefes o mejores subordinados, mejores
estudiantes, mejores ciudadanos.
Si nos dedicamos a construir
nuestras familias de tal manera que los esposos, los padres, los hijos, se
sientan integrados en una comunidad de amor, de respeto, de colaboración, donde
los egoísmos y los enfrentamientos estén proscritos.
Si tratamos las cosas
comunes, en nuestra comunidad de vecinos, en nuestro barrio, en nuestra ciudad,
con el mismo o más cuidado que dedicamos a las propias.
Si somos capaces de
aprovechar nuestro tiempo de forma útil para nosotros y los demás, quizás
tendremos que disciplinar nuestra afición a los inventos electrónicos para que no
nos alejen del trato directo con la familia, los amigos, los compañeros.
Si estamos dispuestos a
emplear nuestro tiempo libre en actividades que redunden en beneficio de la
comunidad, a aproximarnos y compartir los problemas de los que sufren, en lugar
de dar algo de lo que nos sobra, cuando nos lo piden en Navidad, pero sin
contacto directo con los necesitados.
A pie de mostrador todos los
españoles tenemos “soluciones” a todos los problemas que nos afligen, pero que deberían aplicarse desde el
gobierno, desde la Comunidad Autónoma o desde
el ayuntamiento.
Lo que propongo, cuando
comienza el año, es el propósito de mejorar
algo en la familia, en la profesión, en el barrio, en la ciudad, haciéndolo
desde el amor y desterrando el egoísmo y la crítica inútil.
Francisco Rodríguez Barragán
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