La edad y los achaques me han tenido sin salir de mi barrio hasta hoy.
Ha
entrado el buen tiempo y es una pena estropearlo escribiendo sobre las cosas
que nos pasan y que no está en nuestras manos resolverlas ni siquiera influir
en ellas.
Después
de mucho tiempo sin salir a la calle por la incurable enfermedad de la edad, hoy
he salido y me he alegrado de ver que mi ciudad sigue bonita y hermosa.
En el
boulevard que va desde el Hospital Virgen de las Nieves a la Gran Vía he
contemplado las estatuas que allí plantó un buen alcalde. Está Frascuelo el
torero de esta tierra que seguirá por siempre en bronce iniciando el paseíllo. Luego,
de cuerpo entero, aquella granadina que “fue más que reina” Eugenia de Montijo esposa
de Napoleón III.
También
está la gitana María la Canastera acompañada casi siempre de algún turista que
se sienta en las sillas de bronce, aparentando anea, de cualquier cueva del
Sacromonte.
Sentado
en su banco podemos ver al accitano Pedro Antonio de Alarcón con su libro de
Memorias de la guerra de África y serio y meditativo a Don Manuel de Falla que,
con las manos cruzadas, parece estar recordando la Danza del Fuego.
De pie,
como hizo siempre para recitar sus poemas, el albaycinero Manuel Benítez
Carrasco que recorrió buena parte de Hispanoamérica pregonando las bellezas de
Granada y cerca de él, Federico García Lorca el del Romancero Gitano, las bodas
de sangre o poeta en Nueva York.
Sentada
en un banco Elena Martín Vivaldi con un libro en sus manos, poetisa que nos
deleitó con sus versos llenos de encanto y emoción.
En lado
contrario del boulevard, San Juan de la Cruz, el fraile que vivió en el
Convento de los Mártires en la colina de la Alhambra y escribió sus poesías
místicas que transmiten la emoción del santo enamorado de Dios. Es curioso que
siempre tiene flores entre sus manos que le coloca la gente que pasa.
Cerrando
el paseo antes de entrar en la Gran Vía, como presidiéndolo todo, la cabeza,
solo la cabeza en bronce, del Gran Capitán Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el
héroe de tantas gloriosas batallas que le merecieron el título de “Terror de
los turcos y los franceses” como puede leerse en el templo de San Jerónimo
donde fue enterrado, aunque los soldados napoleónicos quizás lo profanaron a
principios del XIX.
Cruzando donde termina o empieza el boulevard,
también podemos ver la explanada del Triunfo, con otros bronces de interés: una
escena de San Juan de Dios y una imagen de Fray Leopoldo de Alpandeire, uno
dedicado a los enfermos y otro franciscano limosnero que recorría las calles de
Granada con su bolsa al hombro y que yo aún recuerdo.
También
en esta explanada, donde hubo una plaza de toros, hoy tenemos en lo alto de una
columna de mármol a la Virgen María: una mujer vestida de sol, con la luna bajo
sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
Bajo esta
columna mariana impresionante hay una fuente con múltiples chorros de agua que
se ilumina de colores por la noche y detrás el magnifico edificio del Hospital
Real, hoy Decanato de la Universidad de Granada.
Merece la
pena pasear por Granada, mi tierra, en este tiempo de primavera.
Francisco
Rodríguez Barragán
Publicado en
https://www.diariosigloxxi.com/firmas/franciscorodriguez
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