¿Por qué sufrimos?
Hay quienes afirman no creer en
Dios y lo justifican diciendo que si efectivamente existiera un Dios
todopoderoso, no podría permitir el sufrimiento que golpea a muchas personas a
causa de enfermedades, muertes, accidentes, calamidades o injusticias. Otros
piensan ante el problema del mal siempre presente, que si Dios existe no se
ocupa de nosotros.
De forma más o menos confusa,
piensan que ellos son mejores que Dios, pues si estuviera en sus manos, evitarían
tanto sufrimiento. También los que nos decimos creyentes quedamos
desconcertados cuando vemos que sufren los inocentes y triunfan los culpables,
pero comprendemos que entre la mente de Dios y nuestras pobres entendederas hay
una distancia infinita.
La clave seguramente está en el
misterio de que Dios permita los males, pues si los permite seguramente es por
nuestro bien, pues creo que Dios ama a sus criaturas y cuida de nosotros. Es
probable que esto parezca una locura. ¡Estamos tan convencidos de nuestro
propio saber!
Meditemos, no obstante, en las
veces que tenemos que hacer sufrir a nuestros hijos. Ellos se rebelan y no entienden
nuestras normas, los límites que ponemos a su libertad, nuestras exigencias de
que estudien, trabajen y dejen de hacer el vago, nuestras advertencias respecto
a lo que beben, fuman o trasnochan o las amistades que frecuentan. Pero estas
contrariedades que les causamos, no hay duda de que son por su bien.
También Dios que nos hizo, trata
de salvarnos de nuestros caminos equivocados, de nuestras soberbias
autosuficiencias, de nuestros vicios, del mal que crece en nosotros en forma de
egoísmo, hedonismo, odio, codicia o lujuria y nos envía sus invitaciones a la
conversión, al cambio de vida, que pueden tomar la forma sufrimiento, de
desgracias, que nos hacen tambalear.
Hay personas que solo
reaccionan y cambian de conducta cuando tocan fondo, cuando se sienten perdidos
y gritan pidiendo ayuda. Mientras se sienten satisfechos de cómo gestionaban
sus vidas, sin más horizonte que vivir lo mejor posible, olvidan que no todo
termina con la muerte, que hay algo importante más allá.
Para los que dicen que no hay
nada más allá de la muerte, les recuerdo que algo se nos retuerce por dentro
cuando vemos que triunfan los malos, ya sea en la vida real o en las películas.
Nuestro innato sentido de la justicia se rebela cuando el inocente es apaleado,
torturado y muerto y pensamos en la necesidad de que haya algo más allá. Que
los verdugos no triunfen de sus víctimas, es una necesidad para que el universo
entero tenga sentido.
Jesús, el Hijo de Dios, es el
inocente que se entregó a la muerte por los culpables, por nosotros a quienes
Dios quiere salvarnos, aunque para ello dejara que Cristo tocara el fondo de la
muerte y una muerte de cruz. Nuestro viejo refrán de que no hay mal que por
bien no venga, intuye que Dios utiliza los males, incluso la pasión de su Hijo,
en nuestro beneficio.
Yo estoy seguro de que toda mi
vida, alegrías y sufrimientos, los permite Dios para mi bien, el bien
definitivo que está más allá de la muerte. Decía Job en sus sufrimientos: el
Señor me lo dio y el Señor me lo quitó ¡bendito sea el nombre del Señor!
Francisco Rodríguez Barragán
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