A lo largo del tiempo sesudos
pensadores han formulado teorías, más o menos utópicas, para organizar la
convivencia entre las personas que formamos cada sociedad. Las que han llegado
a ponerse en práctica han durado unas más y otras menos, pero nunca han
funcionado de forma equitativa para todos, siempre unos han resultado
beneficiados a costa de los demás, lo cual ha justificado la provisionalidad de
todos los sistemas.
La sociedad ha sido esclavista,
estamental, señorial, imperialista, absolutista,
dictatorial, liberal, conservadora, comunista o socialista. Todas ellas
nacieron, se desarrollaron y fenecieron a golpe de revoluciones o guerras,
aunque algunas evolucionan y cambian. Después de tantos siglos, podía esperarse
que hubiéramos encontrado un sistema justo y duradero, pero no es así.
La interesante experiencia de
la fugaz democracia ateniense ha inspirado a muchos pensadores que encontraron
en la elección de los gobernantes por el pueblo, un principio de legitimación
del poder, más aceptable que el derecho divino, el hereditario o el de
conquista.
Las múltiples constituciones
españoles de los siglos XIX y XX, ilustran perfectamente la provisionalidad de
todos los regímenes. Todas han pretendido organizar nuestra convivencia y todos
han mostrado, más pronto que tarde, sus insuficiencias, sus defectos, sus
corrupciones, sus injusticias.
El igualitarismo comunista era
falso. Unos eran más iguales que otros,
como demostró Orwell en su Rebelión en la granja. Después de 70 años se hundió
el tinglado y se puso de manifiesto el engaño. A pesar de ello todavía hay
quien no se ha enterado.
La famosa mano invisible, que a
través del mercado libre podía regularlo todo, también es otro fiasco. No
existe ningún mercado libre, ya que las reglas las dictan los poderosos,
especialmente los que dominan el mercado de capitales. Los financieros han
conseguido privatizar sus ganancias y socializar sus pérdidas y campar a sus anchas en el
mundo globalizado.
Para Keynes todo podía
arreglarse creando más dinero, naturalmente de la nada, en cuyo caso los
falsificadores de moneda estarían ayudando a la economía. Algo así está
haciendo Europa: crea billetes, los presta a un interés bajo a los bancos y
éstos lo vuelven a prestar a mayor interés. Cuando se les reclama a los bancos
su devolución, si no pueden cumplir sus obligaciones, el gobierno les ayuda. Al
pequeño empresario no le ayuda nadie.
El gran invento de la segunda
mitad del siglo XX ha sido el estado de bienestar. El estado cuidaría de sus
ciudadanos desde la cuna a la tumba. Ya advirtió Tocqueville del peligro de
mantener a los ciudadanos en la minoría de edad al liberarlos de cuidar de sí
mismos. Pero Europa ha envejecido, la natalidad se ha hundido, ha llegado la
crisis, el bienestar se esfuma, no ha dinero para seguir manteniéndolo.
La democracia moderna fue
pensada como un sistema de contrapeso de poderes. Como el poder tiende siempre
al abuso, era necesario crear otros poderes que pudieran contrarrestarlo: el
ejecutivo, el legislativo y el judicial serían independientes. Sin está
independencia de poderes no puede hablarse de democracia. ¿Existe aquí y ahora?
Las mejores teorías hacen agua
si las personas que forman una sociedad y los políticos que dicen
representarla, no tienen la voluntad suficiente para trabajar con justicia y equidad, con honradez y
transparencia.
Nuestra situación actual ya tiene sus beneficiados y sus perjudicados. ¿Hasta cuándo podremos aguantar?
¿Será necesario volver a buscar un sistema de convivencia?
Francisco Rodríguez Barragán
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