El
pecado no se perdona si no s devuelve lo robado y el delito necesita jueces
justos y valientes
En mi ya larga vida he ido
acumulando libros, en papel o en PDF, que no llegué a leer y ahora cuando
contemplo todos ellos que, sin duda, irán a parar, en el mejor de los casos a
una librería de viejo, y con mayor seguridad a algún depósito de basura.
Uno de estos libros que bajé en
PDF es el Catecismo Romano del Concilio de Trento publicado en 1926 con más de
600 páginas, aunque buena parte de ellas corresponden a notas que avalan el
texto con citas de la Biblia, de los santos padres o de otros concilios, me
puse a leerlo comprobando que iba dirigido a los párrocos para que instruyesen
debidamente a sus feligreses.
Es posible que en otros tiempos
los párrocos ejercieran esta labor, hoy pienso que no, aunque puedan aconsejar
a los seglares si les plantean algún problema interpretativo.
La primera parte trata sobre los
artículos del credo, la segunda sobre los Sacramentos, la tercera trata sobre
los preceptos del decálogo, que es por donde voy en mi lectura y encuentro
cosas bastante modernas.
En el séptimo mandamiento que
manda “no hurtarás” incluye además del robo una serie de abusos que van desde
la usura, el abuso en el trabajo tanto contra el trabajador como contra el
empresario: contra el trabajador cuando no se le entrega un salario justo o
contra el empresario cuando se cobra sin trabajar, con una llamada especial a
los que trabajan al servicio de la administración y cobran un sueldo sin
ninguna clase de rendimiento.
Pero también se incluye en este
mandamiento “el peculado” que no sabía de lo que se trataba. Pensé que quizás
fuera una palabra en desuso, pero me fui al Diccionario de la RAE y allí estaba
bien definida: “Delito que consiste en el hurto de caudales del erario, hecho
por aquel a quien está confiada su administración”.
Está claro que el peculado es un
delito y también un pecado que exige la oportuna reparación para ser perdonado.
He pensado que nuestros pecadores
y delincuentes de peculado han conseguido hasta borrar la huella de la palabra.
Meditando sobre ello veo que los
caudales del erario público, lo que todos pagamos en impuestos, pueden estar en
manos de delincuentes y lo estarán hasta tanto los que nutrimos ese erario con
nuestros impuestos no sea capaz de desembarazarse de la falsedad
presupuestaria, en la que todos los políticos de cualquier color, tratan de
aumentar los impuestos, pero no suelen dar cuenta de cómo se hayan gastados. En
cualquier comunidad de vecinos cuando se estudian las cuentas anuales todos
tienen el máximo interés en saber qué se hizo de su dinero.
En los Presupuestos del Estado lo
único importante es “aprobarlos como sea”. El examen de la recaudación y del
gasto queda en el misterio y “el peculado” se produce.
Ya que los pecados contra la ley
de Dios parecen haber sido derogados y nadie teme ir al infierno por
administrar los caudales públicos en su beneficio y el de sus afines, a ver si
el derecho que debe fijar los delitos y las penas tiene jueces y magistrados
capaces de hacerlas cumplir.
Francisco Rodríguez
Barragán
Publicado en
https://www.diariosigloxxi.com/firmas/franciscorodriguez
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