martes, 2 de agosto de 2011

¿QUIÉN DECIDE POR MÍ?


En uno de sus libros dice Unamuno que los más fecundos esfuerzos del espíritu humano son hijos de la pereza, de la haraganería. El hombre trabaja, dice, para evitarse trabajo, trabaja para no trabajar. Es una ocurrencia graciosa que merece la pena examinar. Efectivamente todos los inventos, desde la rueda al reactor, del ábaco al ordenador, tienen la principal cualidad de liberar al hombre de la realización de esfuerzos, pero también es cierto que el trabajo de inventar tales objetos liberadores lo han efectuado unos pocos y los disfrutan todos los demás, aunque para ello tengan que pagar un precio. Trabajamos para comprar cosas que nos eviten trabajo, ya sea una lavadora o un automóvil. Pero en esta búsqueda constante de liberarnos de esfuerzos también aceptamos ser “liberados” de lo que constituye lo más esencial de nuestra naturaleza: pensar y decidir. Lo mismo que hay máquinas que calculan por nosotros, que lavan por nosotros o cocinan por nosotros, existe una poderosa máquina que también piensa y decide por nosotros. La pereza, la haraganería, que decía Unamuno, se da especialmente en el duro trabajo de pensar la realidad, discernir y adoptar una actitud. ¿Para qué darnos el trabajo de reflexionar, de estudiar los pro y los contra de cualquier cosa si ya nos lo dan resuelto? ¿Para qué preguntarme qué debo opinar sobre algo, si sólo tengo que consultar los datos estadísticos que me ofrecen y apuntarme al porcentaje más alto de las respuestas?

Las opiniones que “debemos tener” ya han sido prefabricadas y presentadas con la envoltura de: “un estudio ha demostrado tal o cual cosa”, “la mayoría opina que...”, “ocho o nueve de cada diez personas prefiere esto o aquello”... Naturalmente si el asunto ya ha sido estudiado no hace falta que yo me dé el trabajo de examinarlo y además lo habrán hecho especialistas. Si la mayoría opina una cosa pues llevará razón y si asoma alguna duda es que debo de estar equivocado, incluso puedo invocar lo de vox populi, vox Dei y quedarme satisfecho. Pocos se cuestionan la validez ni la solvencia del estudio invocado, casi siempre efectuado para demostrar el resultado que se quería demostrar. Tampoco cuestionamos los datos estadísticos de encuestas muchas veces inducidas que reducen las posibilidades de contestación a un corto número de respuestas, dejando fuera otras. Y muy a menudo la opinión trata de imponérsenos por el hecho de que es “progresista” y si no la compartimos será porque somos unos fachas impresentables.

Esto de querer imponernos a los demás lo que debemos pensar no es que sea nuevo, sino que se ha ido perfeccionando la forma de hacerlo, más científica, más eficaz. Ya no se invoca la voluntad divina ni se amenaza con penas corporales y espirituales, sino que se habla constantemente de libertad aunque cada vez la ejercitemos menos. Somos “libres” para opinar, hacer, comprar, gustar lo que otros quieren que opinemos, compremos o gustemos. J. Suart Mill ya dijo en el siglo XIX que las facultades humanas de percepción, juicio, discernimiento, actividad mental y hasta preferencia moral, sólo se ejercitan cuando se hace una elección, pero el que hace una cosa cualquiera porque esa es la costumbre, no hace elección ninguna, no gana práctica alguna ni en discernir ni en desear lo que sea mejor y cuando una persona acepta una determinada opinión, sin que sus fundamentos aparezcan en forma concluyente a su propia razón, esta razón no puede fortalecerse, sino que probablemente se debilitará y añadió que no se ejercitan más las facultades haciendo una cosa porque otros la hacen o creyéndola por que otros la creen. Estas acertadas observaciones deberíamos tenerlas en cuenta hoy más que nunca para ejercitarnos en el duro trabajo de ser personas del que no debemos dejar que nos “liberen”.

Francisco Rodríguez Barragán

Publicado an Analisis Digital el 2 agosto 2006

http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=14225&idNodo=-5

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