martes, 5 de marzo de 2013

¿Podríamos arreglar esto convirtiéndonos?


En mi artículo de la semana pasada “Los cambios que necesitamos”  decía que existe en nuestra sociedad un fuerte deseo de cambio, pero que el único cambio que tendría trascendencia sería el de nuestra propia conversión. Un lector me dice que en estos momentos de angustia económica, laboral y moral, parece como muy poca cosa pensar en que el cambio  personal puede solucionar los grandes problemas y que los que están sufriendo la situación no le resulta fácil pensar en un cambio personal para mejorar su situación.

Creo que esos grandes problemas son el resultado de políticas basadas en decisiones de personas que no les mueve el amor al prójimo o el bien común, sino el ansia de poder, el deseo de gozar de privilegios, de enriquecerse a costa de los demás, de manipular a la gente para que acepte el liderazgo de este o aquel partido. Habría que evangelizarlos.

Durante un tiempo el señuelo del estado de bienestar  ─el Estado cuidará de vosotros desde la cuna la tumba─  parecía dar resultado, la gente gastaba y gastaba, disfrutaba de placeres sin responsabilidades. La austeridad, la moral, el dominio de sí mismo, la fidelidad, el respeto a la vida, han sido valores arrinconados, olvidados. Con decir: es que hoy son otros tiempos, la gente ha ido aceptando que hay muchos tipos de familia, lo que significa que la familia como célula básica de la sociedad se ha devaluado; que las relaciones sexuales no tienen nada que ver con el matrimonio ni con la vida; que todo es cuestión de procedimientos anticonceptivos y si fallan ahí está el aborto...

Todo el mundo invoca la constitución que habla del derecho al trabajo, del derecho a la educación, del derecho a la sanidad, del derecho de huelga, del derecho a la vivienda o a la justicia gratuita. Pero los que dan trabajo se les tilda de explotadores, la educación funciona mal con un enorme fracaso escolar y una pobre valoración de resultados, la sanidad con una  población cada vez más envejecida, sin generaciones de reemplazo, resulta insostenible. La única solución que se les ocurre a nuestros gobernantes es aumentar los impuestos y las cosas empeoran.

La tentación de esperar una organización distinta de la sociedad que resuelva los problemas está siempre latente. Recordemos el fracaso de tantas revoluciones. Pensamos que la democracia puede resolverlo todo y no es así.

En el tiempo de Jesús la gente pensaba que su gran problema era la dominación de Roma y esperaban algún libertador que expulsara a los romanos. Pero Jesús no se apunta a echar a los romanos, lo que predica es la conversión del corazón. Si Dios nos ama tenemos que amar a los demás de verdad. Repite una y otra vez a sus seguidores que quien quiera ser el primero sea el último, el servidor de todos. Dice también que los jefes de los pueblos tiranizan a la gente, pero que no sea así entre los que le siguen.

Los que mandan puedan tomar medidas  que sean beneficiosas para todos, pero ¿quieren servir o mandar? Ojalá que la buena noticia del evangelio  llegara a nuestros políticos y se convirtieran en servidores de los demás. Mientras tanto los cristianos, sintiéndonos amados por Dios, amemos a todos de verdad.

Francisco Rodríguez Barragán





 

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