En mi artículo de la semana
pasada “Los cambios que necesitamos”
decía que existe en nuestra sociedad un fuerte deseo de cambio, pero que
el único cambio que tendría trascendencia sería el de nuestra propia conversión.
Un lector me dice que en estos momentos de angustia económica, laboral y moral,
parece como muy poca cosa pensar en que el cambio personal puede solucionar los grandes
problemas y que los que están sufriendo la situación no le resulta fácil pensar
en un cambio personal para mejorar su situación.
Creo que esos grandes problemas
son el resultado de políticas basadas en decisiones de personas que no les
mueve el amor al prójimo o el bien común, sino el ansia de poder, el deseo de
gozar de privilegios, de enriquecerse a costa de los demás, de manipular a la
gente para que acepte el liderazgo de este o aquel partido. Habría que
evangelizarlos.
Durante un tiempo el señuelo
del estado de bienestar ─el Estado
cuidará de vosotros desde la cuna la tumba─ parecía dar resultado, la gente gastaba y
gastaba, disfrutaba de placeres sin responsabilidades. La austeridad, la moral,
el dominio de sí mismo, la fidelidad, el respeto a la vida, han sido valores arrinconados,
olvidados. Con decir: es que hoy son otros tiempos, la
gente ha ido aceptando que hay muchos tipos de familia, lo que significa que la
familia como célula básica de la sociedad se ha devaluado; que las relaciones
sexuales no tienen nada que ver con el matrimonio ni con la vida; que todo es
cuestión de procedimientos anticonceptivos y si fallan ahí está el aborto...
Todo el mundo invoca la
constitución que habla del derecho al trabajo, del derecho a la educación, del
derecho a la sanidad, del derecho de huelga, del derecho a la vivienda o a la
justicia gratuita. Pero los que dan trabajo se les tilda de explotadores, la
educación funciona mal con un enorme fracaso escolar y una pobre valoración de
resultados, la sanidad con una población
cada vez más envejecida, sin generaciones de reemplazo, resulta insostenible.
La única solución que se les ocurre a nuestros gobernantes es aumentar los
impuestos y las cosas empeoran.
La tentación de esperar una
organización distinta de la sociedad que resuelva los problemas está siempre
latente. Recordemos el fracaso de tantas revoluciones. Pensamos que la
democracia puede resolverlo todo y no es así.
En el tiempo de Jesús la gente
pensaba que su gran problema era la dominación de Roma y esperaban algún
libertador que expulsara a los romanos. Pero Jesús no se apunta a echar a los
romanos, lo que predica es la conversión del corazón. Si Dios nos ama tenemos
que amar a los demás de verdad. Repite una y otra vez a sus seguidores que quien
quiera ser el primero sea el último, el servidor de todos. Dice también
que los jefes de los pueblos tiranizan a la gente, pero que no sea así entre
los que le siguen.
Los que mandan puedan tomar
medidas que sean beneficiosas para todos,
pero ¿quieren servir o mandar? Ojalá que la buena noticia del evangelio llegara a nuestros políticos y se
convirtieran en servidores de los demás. Mientras tanto los cristianos,
sintiéndonos amados por Dios, amemos a todos de verdad.
Francisco Rodríguez Barragán
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