Nuestra democracia me
parece más bien demagogia. Los políticos se aplican a cantar sus propias
excelencias, tapar sus errores y corrupciones, convencernos de que las
soluciones que ofrecen son las únicas válidas para recuperar el estado de
bienestar y pedirnos su voto para ejercer el poder, que resulta para ellos
magníficamente retribuido.
No hay que esperar que
nos digan la verdad de nada, pues si existiera una verdad indubitable se
lanzarían de inmediato a destruirla, en la medida que se opusiera a sus
intereses. La esencia de la política no es la mentira sino la opinión, que
busca ser compartida por el mayor número de personas que, normalmente, carecen
de la formación crítica suficiente para un análisis desapasionado y objetivo de
los verdaderos intereses que están defendiendo.
Si aparecen en la plaza
pública demasiadas opiniones, todas coincidentes en la ansiosa búsqueda del
poder, pueden provocar que su ejercicio, el gobierno, resulte difícil, ya que
si ninguna opinión consigue la mayoría de los votantes hay que buscar pactos y
componendas en los que funcionará el toma y daca, en un equilibrio que puede
resultar inestable, salvo que se decidan nuestros políticos a buscar sistemas
electorales más seguros y veamos cómo funcionan. Ya que tenemos una amplia
variedad de ámbitos electorales, se podría ensayar la modificación en alguno de
ellos, aunque de inmediato, cada partido decidiría su apoyo o rechazo,
exclusivamente según sus propias y puntuales expectativas.
Como en política no hay
verdades absolutas, salvo creer a pies juntillas que la democracia es el mejor
de los sistemas políticos, las opiniones que se nos ofrecen, a la búsqueda de
nuestro voto, son bastante parecidas: el
estado de bienestar y sus estrategias: ¿gastar más o recaudar más? ¿Más
prestaciones? ¿Menos impuestos? Aunque estemos comprobando cada día que el
bienestar no resulta sostenible. Hay quien ofrece un sueldo a todos los
españoles, aunque no deje claro cómo lo va a hacer. Para distinguirse unos de
otros, algunos añaden trazos gruesos como el anticlericalismo, el aborto o la
ideología de género, aunque estamos viendo que muchas de esas posturas, sedicentemente
“progres” son aceptadas de forma expresa o tácita por los contrarios, para
mayor confusión.
Pero si las soluciones
políticas, como arte de lo posible, no cuajan y si cuajan no se mantienen
durante mucho tiempo, los hechos que, en principio, debían ser aceptados por
todos, también están sometidos a constantes revisiones y manipulaciones ya se
trate de la guerra entre Borbones y Austracistas terminada en 1714, la guerra
civil, la transición del régimen de Franco a la promulgación de la Constitución
de 1978 y hasta la reconquista y el descubrimiento de América. Cada vez sabemos
menos de nosotros mismos, ni de nuestro pasado ni de nuestro futuro. ¿Saldremos
de esta crisis y cuándo?
¿Cómo se resolverá el
problema del envejecimiento de la población? Christine Legarde, la del FMI dice:
“Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía
global, hay que hacer algo ya”. Recomienda disminuir las pensiones y aumentar la edad de
jubilación. ¿Qué les parece? Si esto se dice desde la democrática y avanzada
Europa, me temo lo peor.
Claro que ahí tenemos los
luminosos ejemplos de Cuba o Venezuela para alimentar nuestra esperanza. (Es
broma, una triste broma)
Francisco Rodríguez Barragán
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