Los pueblos que
olvidan su historia están condenados a repetirla.
(Cicerón)
En
vísperas de la reunión entre Mariano Rajoy y Artur Mas he vuelto a leer el
discurso de Ortega y Gasset de 13 de mayo de 1932, en el debate sobre el
Estatuto de Cataluña. La constitución de la República Española de 9 de
diciembre de 1931 estableció en su artículo 8º que el Estado español estaría
integrado por Municipios mancomunados en provincias y por las regiones que se constituyeran
en régimen de autonomía.
El 15 de septiembre de
1932 fue promulgado el Estatuto con la firma del Presidente de la República
Alcalá Zamora. El 6 de octubre de 1934 Companys proclama el Estado Catalán y el
día siguiente el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra publica el parte
oficial de la Presidencia del Consejo de Ministros en el que se declara “que el Presidente de la Generalidad, con
olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su
responsabilidad se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación el
Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra
en todo el país”
Las prolijas y sensatas
reflexiones de Ortega sobre las ventajas de un gobierno autonómico dentro de la nación española, no parece
que causaran ningún efecto en los políticos catalanes y su obsesión
nacionalista. Los que firmaron el pacto de San Sebastián para liquidar la
monarquía e instaurar la república sólo les importaba sumar socios a su
proyecto, sin pensar si tales socios eran dignos de confianza. Olvidaron la historia
de la primera república que quería ser federal (no pasó de proyecto) y resultó
desmenuzada en cantones que, sin pies ni cabeza, se combatían sin descanso desmembrando
la nación.
La transición que se
produjo a la muerte de Franco, también olvidó la historia, buscó socios para
borrar el franquismo, incluidos los nacionalistas que aceptaron colaborar como
un paso más en el camino de su independencia. El Título VIII de la constitución
vigente llevaba dentro el mal que, ingenuamente, pretendían conjurar. Los
Estatutos de Autonomía, siempre ampliados, solo han servido para estimular el
apetito de ruptura, de independencia, de los nacionalistas.
Como ya observó Orwell el nacionalismo
es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir
en la deshonestidad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al
servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza
inquebrantable de estar en lo cierto y el nacionalismo, es inseparable del deseo de poder; el
propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio,
no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en
ella su propia individualidad
Ya sé que nuestros políticos no leen a Ortega
y Gasset ni a Julián Marías, a los que ni se les cita, parecen haber sido
proscritos de nuestra historia y así nos va. Muchos quizás piensan que si se
resuelven los problemas económicos y disminuye el paro todo se resuelve. Creo
que es un error ya que es necesario curar el alma de España antes de acometer
una reforma constitucional que algunos “modernos” quieren que sea federal, ¿como la I
República, la que se proclamó el 11 de febrero de 1873 y se acabó el 3 de enero
de 1874, con mucha más pena que gloria?
Francisco Rodríguez Barragán
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