Durante algún tiempo podía
verse en el cristal trasero de muchos automóviles una pegatina que decía “To er
mundo es güeno” aunque en realidad cada uno pensara y piense que todo el mundo
es malo, excepto él mismo.
Todos somos propensos a ver
la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Los malos son todos esos que
roban o se aprovechan del cargo pero nosotros, de ninguna manera, pensamos que
somos la mar de buenos. No conozco a nadie que se tenga por malo y lo diga,
pero hay muchos siempre dispuestos a señalar lo malos que son los otros.
Al empezar la misa el
celebrante invita a los asistentes, a todos sin excepción, a que se reconozcan
pecadores y pidan perdón a Dios, aunque quizás lo tomamos por un rito
rutinario, sin mayor transcendencia. Bueno, eso los que van a misa que al
parecer son un 15% de los que se declaran creyentes.
También rezamos el
Padrenuestro, en el que pedimos a Dios
que perdone nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
aunque es posible que no sintamos la necesidad del perdón de Dios, al no creernos
pecadores, ni tampoco la de perdonar a nadie. A los que nos ofenden o nos hacen
mal pues, en el mejor de los casos, pasamos de ellos y en el peor los llevamos
al juzgado.
El Papa Francisco anuncia
que va a celebrarse un año santo de la Misericordia, para recordarnos a todos
que Dios Padre nos ama y nos perdona, en
la medida que cada uno de nosotros ame y perdone a su prójimo. El grave
problema es que no nos reconozcamos pecadores sino buenos, justos y honrados,
lo cual seguramente es falso y si alguien nos señala nuestros fallos, encontraremos
las más alambicadas justificaciones para adormecer nuestra conciencia.
Como por otra parte juzgamos
severamente a los demás, estamos en la situación del fariseo y el publicano que
subieron al templo a orar, como nos dice el evangelio. El publicano que se
reconocía pecador resulta perdonado y el fariseo que daba gracias a Dios por no
ser como el publicano, no.
Es curioso que ahora que
tanto se habla de robos, de cohechos, de injusticias, de delitos y de abusos de
todas clases, la idea de pecado haya desaparecido de nuestro mundo y solo se
hable de delitos y tribunales. Cualquier daño que se hace al prójimo, bien de
forma individual o formando parte de la sociedad, es un pecado que necesita el
perdón de Dios, aunque nuestros códigos y tribunales le impongan algunas penas
o los absuelvan. Las sentencias
judiciales no borran los pecados.
Para comprender la necesidad
que tenemos de la misericordia de Dios bueno sería que recordáramos los pecados
capitales, que no han sido abolidos por la constitución o por la generalización
de nuestras costumbres permisivas.
Por si alguien no los
recuerda o no los aprendió nunca, los pecados que nos afectan a todos son: soberbia,
avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza y las virtudes que habría que
practicar: humildad, generosidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.
¿Si no nos reconocemos
pecadores para que queremos la Divina Misericordia?
Francisco Rodríguez Barragán
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