viernes, 24 de abril de 2015

Nosotros y nuestros prójimos



Durante algún tiempo podía verse en el cristal trasero de muchos automóviles una pegatina que decía “To er mundo es güeno” aunque en realidad cada uno pensara y piense que todo el mundo es malo, excepto él mismo.

Todos somos propensos a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Los malos son todos esos que roban o se aprovechan del cargo pero nosotros, de ninguna manera, pensamos que somos la mar de buenos. No conozco a nadie que se tenga por malo y lo diga, pero hay muchos siempre dispuestos a señalar lo malos que son los otros.

Al empezar la misa el celebrante invita a los asistentes, a todos sin excepción, a que se reconozcan pecadores y pidan perdón a Dios, aunque quizás lo tomamos por un rito rutinario, sin mayor transcendencia. Bueno, eso los que van a misa que al parecer son un 15% de los que se declaran creyentes.

También rezamos el Padrenuestro, en el que pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, aunque es posible que no sintamos la necesidad del perdón de Dios, al no creernos pecadores, ni tampoco la de perdonar a nadie. A los que nos ofenden o nos hacen mal pues, en el mejor de los casos, pasamos de ellos y en el peor los llevamos al juzgado.

El Papa Francisco anuncia que va a celebrarse un año santo de la Misericordia, para recordarnos a todos que Dios Padre nos ama y nos perdona, en la medida que cada uno de nosotros ame y perdone a su prójimo. El grave problema es que no nos reconozcamos pecadores sino buenos, justos y honrados, lo cual seguramente es falso y si alguien nos señala nuestros fallos, encontraremos las más alambicadas justificaciones para adormecer nuestra conciencia.

Como por otra parte juzgamos severamente a los demás, estamos en la situación del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, como nos dice el evangelio. El publicano que se reconocía pecador resulta perdonado y el fariseo que daba gracias a Dios por no ser como el publicano, no.

Es curioso que ahora que tanto se habla de robos, de cohechos, de injusticias, de delitos y de abusos de todas clases, la idea de pecado haya desaparecido de nuestro mundo y solo se hable de delitos y tribunales. Cualquier daño que se hace al prójimo, bien de forma individual o formando parte de la sociedad, es un pecado que necesita el perdón de Dios, aunque nuestros códigos y tribunales le impongan algunas penas o los absuelvan. Las sentencias judiciales no borran los pecados.

Para comprender la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios bueno sería que recordáramos los pecados capitales, que no han sido abolidos por la constitución o por la generalización de nuestras costumbres permisivas.

Por si alguien no los recuerda o no los aprendió nunca, los pecados que nos afectan a todos son: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza y las virtudes que habría que practicar: humildad, generosidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.

¿Si no nos reconocemos pecadores para que queremos la Divina Misericordia?

Francisco Rodríguez Barragán








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