viernes, 24 de abril de 2015

Reflexiones de un viejo



Cuando me iba a jubilar pensaba con optimismo que podría paladear el tiempo sin prisas ni agobios de agenda, que podría recrearme con calma en mis aficiones: colocar en su álbum los sellos de correos, ordenar mis libros, hacer viajes y otras cosas por el estilo.

Pues ya hace bastantes años que me jubilé y resulta que el tiempo pasa cada vez más aprisa, más acelerado. Las semanas se me pasan mucho más rápido que cuando estaba trabajando. Comencé a dedicar tiempo a mis aficiones pero me aburrí pronto. Los sellos siguen guardados en algún lado y los libros siguen amontonándose por toda la casa. Viajamos con gusto al principio, pero ya tenemos pocas ganas de movernos de sitio. La agenda no ha dejado de estar repleta de citas, pero ahora son con los médicos, los analistas, los odontólogos, los oculistas o los fabricantes de audífonos, que tratan de reparar nuestros progresivos deterioros. Vamos a la farmacia tanto o más que al supermercado.

También he caído en la cuenta de que, en nuestro diario local, lo primero que leo son las esquelas mortuorias y veo que la gente se muere a edades cada vez más avanzadas, pero también encuentro a personas que conocí en el servicio militar o en el colegio, compañeros de trabajo, amigos o vecinos, gentes de mi edad. He hecho el propósito de no volver a sacar las viejas fotos de grupos, pues cada vez es menor el número  de los que sobreviven.

Mi actual percepción del tiempo me ha llevado a releer lo que decía Séneca sobre la brevedad de la vida, pues aunque la esperanza de vida ha aumentado, el sentimiento de brevedad permanece. De ese número de años, cada vez más elevado, cuántos hemos vivido realmente, cuántos hemos desperdiciado, cuántos se nos han ido sin apenas darnos cuenta.

Recuerdo un cuento de Jorge Bucay en el que el visitante de un cementerio se extraña de las inscripciones de las lápidas: vivió 2 años, vivió 8 meses, vivió año y medio y así todas por el estilo, pregunta si se trata de un cementerio de niños y le informan de que no se trata de niños, sino de personas normales que en aquel pueblo van anotando durante su vida, cuidadosamente, los días que habían sido felices y el total de ellos es lo que se consigna en su tumba.

Concuerda el cuento con lo que dijo Séneca, de que la parte más pequeña de nuestra vida es la que vivimos. Dilapidamos nuestro caudal de años en mil cosas que no nos hacen mejores ni más personas. Hay gente tan ocupada que no le da tiempo para vivir.

Quizás todos tendríamos que examinar lo que hacemos con nuestra vida y los que nos queda poca, con mucha más atención. La vida nos fue concedida como un don para que la viviéramos en plenitud. San Juan de la Cruz nos recuerda que al atardecer de la vida nos examinarán del amor. Este examen es mucho más serio que cualquier reválida y la nota será definitiva e inapelable.

Ya sé que muchos piensan que después de la muerte no hay nada, pero ¿y si hay Alguien a quien rendir cuentas de nuestra existencia, de los años que vivimos? Por mi parte creo en la vida eterna. Los que no creen ¿están absolutamente seguros? ¿Ni una duda, siquiera?

Francisco Rodríguez Barragán







 

 

  1. César Valdeolmillos Alonso dice:


Me ha encantado tu artículo Paco: Yo percibo las mismas sensaciones que tú. Sin embargo me pregunto: ¿Qué es vivir en plenitud? ¿Viajar, comer fuera de casa, ordenar tus sellos y tus libros? Es decir: ¿Vivir mirando hacia tí mismo? O ¿Tener la agenda repleta por seguir siendo útiles a causas nobles en el servicio a los demás como tú? Tú sabes que el ser humano se siente mucho más feliz dándo o dándose que recibiendo. Y posiblemente en esa entrega a los demás, aparentemente altruista, haya incluso un fondo de egoismo. Y es que en la misma, encontramos en la zanahoria que siempre necesitamos por delante para seguir viviendo y no vegetar. Para encontrarle un sentido a nuestra vida. Yo tambien he renunciado a mirar las fotos amarillas e incluso a mirar las esquelas. Es cierto que la vida, por muchos años que vivamos, es breve y desde el momento en que abrimos los ojos a la luz del sol, se nos empieza a escapar como el agua entre los dedos de las manos. Es cierto que todos esos proyectos que teníamos para cuando nos jubiláramos, es muy probable que se queden simplemente en eso, en proyecto. Pero bendito aquel que tiene su agenda repleta y cada día le falta tiempo para hacer todo lo que quisiera hacer, proque si es cierto que habrá un momento en el que habremos de rendir cuentas, le presentaremos nuestra agenda y diremos: Este es el saldo de la cuenta de mi vida. Solo hay una cosa para la que tenemos que hacer todos los huecos posibles en esa agenda y es la de encontrar todos los huecos posibles para amar. Para amar sin medida y especialmente a los nuestros más inmediatos. A aquellos a los que se supone que amamos, pero que no se lo hemos dicho tantas veces como ellos hubieran querido oirnoslo decir. Hemos de encontrar tiempo para estar con ellos, simplemente por el placer de estar. De corgerles de la mano. de darles un beso o hacerles una caricia inesperada. De ser comprensivo con su forma de entender la vida y responderles con una mirada de ternura. No podremos invertir nuestro tiempo, ni nada nos hará tan felices, como inte ntar hacer felices a los demás. Y afortunado tú, Paco, que sigues teniendo tu agenda repleta y sigues teniendo los libros amontonados por doquier. Yo ya los tengo hasta por los suelos. Un abrazo. Creo que eres un ser afortunado al que sonrie Aquel al que probablemente habremos de rendir cuentas.

 

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