La transición fue posible
por la existencia de una población que había llegado a formar una amplia clase
media, después de años difíciles, y unos políticos que buscaron con éxito un
acuerdo, sin vencedores ni vencidos, para organizar la convivencia pacífica de
los españoles.
La instauración de la
democracia como forma de gobierno, me pareció un gran logro, una forma
civilizada de elegir los gobernantes que administrarían la cosa pública con eficacia.
Con la música de fondo del
estado de bienestar, la incorporación al Mercado Común Europeo y el acceso a
una mayor cantidad de bienes y servicios, creímos haber entrado en una nueva
era de paz y prosperidad, pero no nos dimos cuenta de que otras fuerzas, a
través de los partidos políticos, se pusieron, manos a la obra para vertebrar a
la sociedad según sus idearios e intereses.
Para facilitar la tarea
crearon redes clientelares, debilitaron las instituciones básicas de la
sociedad, especialmente la familia, con leyes como la del divorcio o la
despenalización del aborto, que en lugar de resolver viejos problemas, como nos
decían, crearon otros mucho peores, ya que pronto llegaron otras leyes, como la
del divorcio exprés o la de plazos para abortar, que aceleraron la ruina de la familia como soporte básico de
la sociedad, con el resultado de una caída drástica de la nupcialidad y la
natalidad.
La educación fue asaltada
sin contemplaciones. Combinando “ideas progresistas”, derecho a la educación y
planes de enseñanza, se expulsaron de los centros educativos valores morales
imprescindibles para crecer como personas. La llamada “educación para la
ciudadanía” consiste en una descarada manipulación de los niños y los jóvenes,
en la que se ofrecen más placeres disolutos que esfuerzo, dominio de sí y
responsabilidad. El resultado está a la vista: la valoración de nuestros
alumnos no es para enorgullecerse y la de nuestros centros, incluida la
universidad, tampoco.
Unos gobiernos que actuaran
con honestidad, eficacia y economía, al servicio del bien común de los
ciudadanos, tampoco parece que haya sido la norma general. Los medios de
comunicación nos sirven, como sección fija, las corrupciones, corruptelas,
sobornos, cohechos y malversaciones de muchos políticos. Por supuesto que hay
políticos honrados pero si callan y no denuncian los desafueros de sus propios
partidos, también son culpables.
En esta demolición constante
de nuestra sociedad también han invocado a nuestros demonios familiares, para
levantar odios que parecían extinguidos, con iniciativas y leyes como la
llamada de la memoria histórica.
El bipartidismo, que en
principio no tendría que ser bueno ni malo, se está desmoronando no sé si para
bien o para peor. Nuestra democracia, que empezó con el gran pacto de la
transición, hoy no parece dispuesta a dialogar y pactar para revitalizar una
sociedad falta de valores y de programas realizables, que apueste por la
honestidad frente a la corrupción, la unidad de España frente a las rupturas,
que no existan derechos sin deberes, que se premie el trabajo bien hecho frente
a la chapuza, que los únicos privilegios que existan sean los que se ganen por
una gestión limpia y beneficiosa, que los delincuentes sean juzgados y
condenados con rapidez por una justicia imparcial e independiente y tantas
cosas que podrían mejorarse. ¿Será posible?
Francisco Rodríguez Barragán
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