La
cruz la podemos encontrar en cualquier sitio ¿Qué nos dice?
Como cada tres de mayo
celebramos en Granada la Fiesta de la Cruz. En patios y plazas se levantan
cruces cubiertas de claveles y adornadas con los más variados objetos:
cacharros de cobre, cerámicas de Fajalauza, macetas y hasta pequeñas imágenes.
Cada cruz es obra de asociaciones de vecinos, comercios y cofradías que las
presentan a concurso y se premian por el Ayuntamiento las mejores.
Alrededor de tales cruces la
gente canta y baila y va de una a otra tomando cerveza o vino, acompañados de
las correspondientes tapas en cualquiera de los numerosos bares y terrazas cada
vez más abundantes en esta Ciudad.
Según se dice la madre del
emperador Constantino, Santa Elena, en el año 326, hizo derribar un templo
pagano construido por los romanos en el sitio donde Jesús fue crucificado y
encontró la verdadera cruz de Cristo y los cristianos incluyeron en su liturgia
la fiesta de la Vera Cruz, aunque es más que probable que las mayoría de las
personas que acuden a la fiesta no tengan idea del hallazgo de Santa Elena.
Pero la cruz fue un patíbulo
donde morían los condenados a muerte y cuando en la Semana Santa desfilan
procesiones con maravillosas esculturas barrocas de Jesús Crucificado, sospecho
que tampoco se capta el horror de la crucifixión en la que el ajusticiado era
un guiñapo desnudo y apaleado con saña y no el de la bella imagen modelada o
pintado por el artista.
Cuando Jesús comprende que
llega su hora y que va a morir en la cruz lo anuncia a sus discípulos diciéndoles:
el que quiera seguirme niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame. Para sus discípulos, que sabían bien lo que
era la cruz aquellas palabras resultarían dramáticas. Pero la invitación al
seguimiento de Jesús alcanza a todos los que nos decimos cristianos, aunque
estemos lejos de serlo ni de seguirlo y la primera dificultad es la condición
previa de negarse a sí mismo.
El mundo y sus instituciones,
desde la educación a los libros de autoayuda lo que nos inculcan es que nos
afirmemos a nosotros mismos, que busquemos triunfar en la vida, pero Jesús les
dice, y nos dice, algo tremendo: quien
quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la encontrará
y añade: Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina
su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
Naturalmente, mientras buscamos triunfar en la vida no queremos pensar en que
esta vida se acaba con la muerte, todos nuestros esfuerzos, nuestros triunfos,
nuestros honores, se quedarán en nada y después de la muerte ¿qué?
En cambio el que está dispuesto
a seguir a Jesús, el que no teme morir por los demás, el que decide amar al
prójimo más que a sí mismo, el que está dispuesto a perdonar a sus enemigos, a
perderlo todo, cuando llegue a su final encontrará la vida eterna prometida por
Dios a los que siguen a Cristo.
Muchos pensarán que lo
importante es vivir lo mejor posible porque después no hay nada. ¿Está seguro? Para creer en Jesús y en la vida
eterna hace falta fe y esta fe no le faltará a nadie dispuesto a acogerla.
Pensaba todo esto mientras
miraba las cruces de mayo, hechas de claveles.
Francisco Rodríguez Barragán
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