Más allá de porcentajes ¿seguimos siendo
cristianos?
Las encuestas
del Centro de Investigaciones Sociológicas incluyen dos preguntas relativas a
la religiosidad de
la persona entrevistada y frecuencia de asistencia a oficios religiosos, cuyos
resultados no suelen ser citados ni comentados en los medios de comunicación.
Si nos tomamos la molestia de revisar estos
indicadores en meses anteriores, podemos observar que se confiesan católicos un
porcentaje fluctuante que no supera el 70% y del que solo va a misa dominical el
13 ó 14%, datos que no dejan en muy buen lugar nuestro catolicismo, aunque mucha
gente acuda a presenciar procesiones, romerías
y otros eventos entre folclóricos y religiosos.
El indicador que trata de medir la religiosidad de los
españoles solo añade para comprobarlo el dato de la asistencia a la misa
dominical que resulta bastante desolador pues cualquiera puede comprobar, que
de los asistentes a la Eucaristía, la mayor parte son personas bastante mayores
y muy escasos los jóvenes.
Hay sin duda alguna un alejamiento de las raíces
religiosas en toda Europa, sustituidas por un relativismo galopante. Vivimos,
como dicen algunos autores, en los tiempos de la pos-verdad, en los que hemos
dejado de creer, para afirmarnos a nosotros mismos sin ninguna referencia a la
trascendencia.
Resulta más cómodo, al parecer, vivir como si Dios no
existiera, como si las reglas morales hubieran dejado de obligar, sin observar
que estamos cada vez más sometidos a acatar otras normas, otras ideologías,
otras promesas de felicidad que nadie garantiza. Cada vez más lejos de Dios y
más sometidos a los amos del mundo que nos imponen un Nuevo Orden Mundial, desde
altos organismos o desde tiránicas administraciones que intentan redefinir el
papel de las religiones, de las instituciones y ¡hasta de la bilogía!
Cuando el cristianismo se abría paso en un mundo
pagano un escritor del siglo II, quizás obispo de Atenas, nos dejó una carta
dirigida a un tal Diogneto explicándole quienes eran los cristianos y decía,
entre otras cosas, que no se distinguían de los demás hombres, ni vivían
apartados de los demás, pero las
doctrinas que profesaban no han sido inventadas por el talento o la
especulación de otros hombres y su conducta resulta admirable y sorprendente.
Se casan como todos y engendran hijos pero no exponen (eliminan, abandonan,
abortan) a los que les nacen.
Sigue diciendo que los cristianos ponen mesa común
pero no lecho, no viven según la carne, se preocupan por las cosas de la tierra
pero se sienten ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes pero con su vida la
sobrepasan. Aunque a todos aman son perseguidos, se les desconoce y se les
condena. Son pobres y enriquecen a muchos, se les injuria, se les odia y ellos
perdonan. Viven como de paso, esperando una vida incorruptible.
¿Acaso somos así los que nos decimos cristianos? ¿Contraemos
matrimonio para siempre en amor y fidelidad? ¿Estamos abiertos a recibir con
generosidad y alegría nuevas vidas? ¿Colaboramos por hacer un mundo más justo?
¿Cómo respondemos a los que nos atacan? ¿Compartimos o atesoramos? ¿Servimos a
Dios o al dinero?
La religiosidad no puede medirse solo por la
asistencia a la misa dominical, pero desde ella, como fuente de amor
comunitario, hay que examinar si actuamos como verdaderos cristianos.
Seguramente el que escribió la carta a Diogneto no nos reconocería.
¿Qué podemos hacer?
Francisco Rodríguez Barragán
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