La fe, la esperanza y la caridad son dones de Dios que
podemos rechazar
Cualquiera puede ser una
persona virtuosa siempre que evite los vicios y observe una conducta honesta y
respetable, pero hay virtudes que son dones de Dios que recibimos por medio del
Espíritu Santo y que podemos aceptar, ignorar o rechazar, son la fe, la
esperanza y la caridad que los cristianos llamamos virtudes teologales pero que
a menudo las vaciamos de su contenido para utilizarlas a nuestro antojo.
La fe teologal consiste en
creer en Dios, que nos creó por amor, se nos ha revelado en Jesús y al que podemos
gozar después de la muerte por toda la eternidad.
Pero como un Dios personal no nos
resulta manipulable, lo hemos sustituido por el gran arquitecto o el gran
relojero del universo o mejor una fuerza impersonal: el big bang, la gran
explosión seguida de la evolución, en definitiva la fe en Dios la hemos
sustituido por la fe en nosotros mismos, en nuestra propia razón, en la ciencia
obra de manos humanas, en nuestros programas, nuestra técnica, nuestras
ideologías. Es la gran tentación del demonio en el paraíso: seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal. Luego las cosas no nos salen bien, los sueños
de poder y dominio se desvanecen y sobre todo no podemos conjurar nuestra
propia muerte.
Esperar que lo
revelado por Dios, a través de Jesús se cumplirá, es el contenido de la
virtud teologal de la esperanza, pero si hemos eliminado a Dios de nuestro
horizonte ¿en qué esperamos? Pues en las
promesas de otros hombres que nos venden felicidad a cambio de nuestra sumisión
a sus ideas y sus programas, y aunque resulten una y otra vez fallidos, seguimos
esperando un estado de bienestar, una Arcadia feliz, un mundo en paz.
La tercera de las virtudes
teologales es la caridad: amar al prójimo como Dios nos ama, pero parece que no
estamos seguros de que Dios nos ame. Si lo pasamos bien es gracias a nosotros
mismos, si lo pasamos mal siempre es por culpa de alguien, incluso por culpa de
Dios. ¿Si Dios me ama como ha dejado que pierda mi trabajo? ¿Si Dios me ama por
qué estoy enfermo? El Dios que hemos eliminado de nuestras vidas llegamos hasta
hacerlo culpable de nuestras desgracias ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?
La caridad cristiana es, en mi
opinión, la que hemos conseguido desvirtuarla por completo, especialmente los
creyentes, haciéndola irreconocible. ¿Quién es mi prójimo? La pregunta
interesada ya recibió respuesta de Jesús con la parábola del buen samaritano.
No es solo amar al prójimo como a uno mismo ¡qué ya es difícil!, sino ir mucho
más allá, encarnarse en los que necesitan nuestra ayuda, amar incluso a quienes
nos persiguen y calumnian, estar dispuesto a dar no solo de lo nuestro sino
nuestra propia vida por los demás.
Pero en realidad hemos
encontrado formas de tranquilizar nuestra conciencia sin mirar a los pobres,
sin tocarlos, sin ensuciarnos las manos con la miseria, basta con que echemos
unas monedas en el cepillo o nos apuntemos con una cuota en Cáritas, Cruz Roja,
Manos Unidas o cualquier otra o pongamos la cruz en la declaración de la Renta.
¡Ea, ya somos caritativos! Todo organizado, unos voluntarios que reparten
alimentos, unas monjitas que cuidan de los viejos, de los huérfanos, de los
leprosos, de los hambrientos, pero lejos
de nosotros.
Hemos sustituido el amor al
prójimo por un humanitarismo filantrópico del que nos sentimos muy satisfechos.
¿Es esto la virtud teologal de la caridad? Que cada cual se responda a sí
mismo, incluido yo que estoy escribiendo esto.
Francisco Rodríguez Barragán
Publicado en
No hay comentarios:
Publicar un comentario