Me parece razonable el rechazo
social ante un padre que asesina a sus hijos, pero cuando es la madre la que
termina con sus criaturas mediante el aborto, la sociedad mira para otro lado,
no se inmuta. El caso del abortista carnicero americano que clava las tijeras
en la médula espinal de los niños que sobreviven al aborto, apenas si tiene
repercusión mediática y el doctor Morín en España sale absuelto por no sé qué
argucias legales.
En el año 1959 la Asamblea de
la ONU formuló su declaración de los derechos de los niños, derechos de los que
no podrán gozar nunca los millones de niños eliminados antes de nacer por las
iniciativas de la misma ONU, impulsora de políticas antinatalistas, de
legalización de la anticoncepción y del aborto, de aplicación de normas
eugenésicas para la eliminación de los concebidos que puedan tener alguna
minusvalía. Todo ello envuelto en los términos hipócritas y eufemísticos de
promoción de la salud sexual y reproductiva.
El informe del Instituto de
Política Familiar pone de manifiesto el crecimiento imparable del aborto en
España con más de 118.000 abortos en el 2011, es decir, un aborto cada 4
minutos, 14 cada hora, 324 cada día. Desde 1985 se han producido casi un millón
setecientos mil abortos, lo cual está incidiendo en la estructura poblacional,
convirtiéndonos en un país envejecido que hará inviable, por ejemplo, nuestro
sistema de seguridad social a muy corto plazo.
Más grave que la crisis
económica es la crisis de valores que padecemos. Es alucinante que, para gran
parte de la población, matar a una criatura inocente en el vientre de su madre,
haya pasado de ser un delito a ser un derecho, según las nefastas leyes del
gobierno anterior, que el actual no deroga ni modifica, a pesar de su mayoría
absoluta.
Según el informe antes citado,
uno de cada tres abortos ha sido precedido de otros abortos anteriores. Una
sexualidad irresponsable lleva a considerar el aborto como un método
anticonceptivo más. Si una ley autoriza esta conducta, todo parece legal y
permitido. Los niños en gestación son eliminados con la misma tranquilidad que
es ahogada una camada de gatitos.
La declaración de la ONU decía
que el niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación y
que para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad necesita de amor y
comprensión. Pero tales cosas parecen reservadas a los niños que sus madres
deciden tener, quizás a una edad inadecuada, pero no a los niños que
engendraron en momentos de placer, de los que había que deshacerse para que no
les complicaran la vida.
Pero el negocio de la contracepción y el aborto es
poderoso, mueve millones y cuenta con medios para convencer a la población de
cualquier cosa, apelando a la “necesidad de reducir la población para salvar el
planeta,” a la emancipación de la mujer, cuya igualdad queda en entredicho con
la molestia del embarazo, la salud sexual y reproductiva y el grito aquel de
“nosotras parimos, nosotras decidimos.” El varón se va desdibujando: en el
placer le parece estupenda su irresponsabilidad y en la generación resulta a
menudo innecesario, ya que puede suplirse con cualquier donante de esperma.
¿Este es el mundo que deseamos? Hay dos caminos: uno
lleva a la destrucción y la muerte, el otro a la vida, quizás estemos aún a
tiempo de reaccionar, si queremos.
Francisco Rodríguez Barragán
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario