La reforma de la ley del aborto,
que prepara el gobierno, está siendo atacada furiosamente por la oposición, ya
que para el sedicente “progresismo” izquierdista, la que ellos impusieron debía
ser intocable pues era nada menos que una especie de gloriosa conquista social,
que anulaba la de despenalización del aborto, que ellos mismos legislaron, para
proclamar el aborto como un nuevo derecho de la mujer, una especie de
emancipación de la esclavitud de ser mujer, de ser madre.
Para los que creemos que desde
el momento de la concepción existe una persona viva, única e irrepetible, cuyo desarrollo
podemos observar, el aborto nos parece rechazable y, su proliferación, uno de
los grandes males que aquejan a nuestra sociedad. Es curioso que para nuestra
conciencia ecológica sean protegibles los huevos de cualquier especie y
perseguidos los que los destruyan, mientras el embrión humano pueda ser
eliminado sin problema.
Pero para que se produzca un
embarazo es necesario el concurso de un hombre y una mujer, mientras que no se
haga realidad la horrible pesadilla de Huxley y los niños se fabriquen en serie,
en sofisticados laboratorios, cada niño concebido es portador de cuarenta y
seis cromosomas, veintitrés del padre y veintitrés de la madre.
No deja de ser curioso que el
poderoso movimiento feminista acepte la notable desigualdad de que el varón,
que embaraza a una mujer, quede exento de toda obligación y molestia, mientras
que es la mujer la que debe decidir si mata al concebido o lo acepta.
La igualdad a la que parece
haber tenido acceso la mujer es la de la conquista sexual del otro. Si antes el
hombre utilizaba sus ardides para aparearse y disfrutar de todas las mujeres
posibles, ahora quizás, muchas mujeres, ─emancipadas ellas─, hacen lo mismo. No
entiendo que, si son capaces de reclamar igualdad en todos los ámbitos, acepten
la situación vejatoria de que sean ellas las que tienen que ponerse en la
molestia y el peligro de abortar.
La sexualidad para todos los
seres vivos, incluido el hombre, tiene como finalidad primaria la procreación y
aunque se hayan popularizado los más variados métodos anticonceptivos para
evitarla y gozar del placer sin responsabilidades, no hay duda de que la fuerza
generadora de nuevas vidas sigue actuando. Lo grave es que se piense en el
aborto como un método anticonceptivo más, matando al concebido mientras se
desarrolla y crece.
Las dos personas que se
unieron, aunque fuera solo para el placer de utilizarse el uno al otro como
juguete, si generan una nueva vida, deben de ser ambos responsables de ella.
La mayor injusticia es la
muerte de un inocente, que ha sido llamado a la existencia por la acción de dos
personas, que deben responder de sus actos, pero también me parece injusto que sea la mujer la
que cargue con toda la responsabilidad, mientras que el varón queda exento de
todo.
Esta situación es la que habría
que cambiar radicalmente, ya que es la más odiosa manifestación del machismo
tolerado por las mujeres.
Francisco Rodríguez Barragán
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