Resulta cansino escuchar una y
otra vez a los que aconsejan a la Iglesia los cambios que, según ellos, tendría
que hacer si quiere conseguir clientela. Como muchos templos están vacíos y hay
pocas vocaciones, proponen que, al igual que hacen los comercios en este tiempo
de crisis, que abaratan sus artículos, que la Iglesia ofrezca también un evangelio
rebajado, sin exigencias ni cruz, un mensaje que sea fácilmente digerible para
una sociedad comodona y hedonista.
La Iglesia efectivamente
necesita cambios, pero en sentido contrario al que nos proponen estos
aconsejadores. Para las jerarquías de la Iglesia y para todos los que formamos
parte de ella, se nos propone un cambio que se llama conversión, es decir, seguir
las huellas y las enseñanzas de Cristo, examinar nuestro corazón por si nos
hemos desviado del camino que nos propuso: si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese
a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.
No hay posibilidad de rebaja.
Los cristianos tenemos que anunciar el evangelio íntegro y vivirlo en su
totalidad para que nuestra oferta sea creíble. San Pablo ya nos exhortó a no acomodarnos al
mundo presente sino a distinguir cuál sea la voluntad de Dios y el mismo Cristo
ya nos advirtió que si el mundo nos odia, antes lo odió a él. Por tanto no se
trata de componendas con el mundo, como tantos proponen, sino de anunciar al
mundo el evangelio, con sus milagros, sus signos, sus bienaventuranzas, pero
también la inicua persecución y muerte de Jesús por no acomodarse a lo que
esperaban los fariseos, el sanedrín de los judíos o Pilatos el gobernador
romano, pero también su resurrección. Los cristianos no recordamos a un muerto
sino a Alguien que vive y fundamenta nuestra esperanza.
El Papa Francisco ha indicado
que para la Iglesia es necesario caminar, construir y confesar. Quienes caminan
no están cómodamente sentados, se esfuerzan en ir a todo el mundo y proclamar
el evangelio. Quizás estemos demasiados cristianos paralíticos, quizás creamos
que evangelizar es cosa de los que se van a misiones en lugar de tener claro
que tenemos que evangelizar a nuestra familia, nuestra profesión, nuestros
vecinos, nuestro barrio. Benedicto XVI nos urgió a una nueva evangelización.
También los cristianos tenemos
que construir en el mundo espacios de colaboración, de entendimiento, de
justicia, de amor. Pero puede construirse sobre la arena de la opinión pública,
de las doctrinas de moda, de las recetas políticas o de los manuales de
autoayuda o construir sobre la piedra que rechazaron los arquitectos y vino a
ser la piedra angular, la roca firme: Cristo.
Como dice San Pablo tenemos que
confesar
a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas
para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de
los hombre, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Para
los cristianos Cristo crucificado es algo mucho más importante que un paso
procesional.
Cada Papa recibe la misma
misión que Cristo confió a Pedro: confirmar en la fe a sus hermanos, cimentar
la Iglesia, custodiar el depósito de la fe para poder transmitirla con toda
fidelidad a lo largo del tiempo, hasta que Él vuelva. Es lo que sin duda hará
nuestra Papa Francisco.
Francisco Rodríguez Barragán
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