miércoles, 17 de abril de 2013

No es suficiente la justicia para cambiar la sociedad


Estamos saturados de noticias, comentarios o campañas, acerca de delitos de corrupción, cohechos, malversaciones, estafas o fraudes en la gestión económica de las más variadas entidades. No sé si la gente sigue con atención la instrucción de los procesos y diligencias judiciales, imputaciones, declaraciones, fianzas, apelaciones y recursos. Quizás sólo les llega el fragor de estas contiendas y la convicción de todos los políticos son culpables. Las encuestas del CIS señalan a la clase política como problema importante, junto al paro y la economía.

Pasan más desapercibidos aquellos políticos que, sin duda, se esfuerzan por prestar a la sociedad el servicio para el que fueron elegidos. Nuestra capacidad para distinguir el bien y el mal, lo bueno y lo malo, la utilizamos más a menudo para señalar las maldades del prójimo, especialmente si este prójimo ha sido señalado por la opinión publicada como culpable.

No deja de ser curioso que se hable tanto de la presunción de inocencia, que todos dicen defender,  pero que en realidad es una presunción de culpabilidad, con pena de telediario. Antes de que los tribunales se pronuncien, el imputado casi siempre ya ha sido condenado por la sociedad, inducida por los medios de comunicación.

Nuestro Código penal es un enorme mamotreto con más de seiscientos artículos que tipifican las conductas que deben ser objeto de penas y sanciones. Los que hacen el mal deben ser castigados y cuando alguien es enviado a prisión pensamos que se ha hecho justicia.

Pero a pesar de su volumen el código penal solo recoge determinados delitos y faltas, que nuestros legisladores consideraron necesarios para restablecer el orden social amenazado o resarcir a los injustamente maltratados en su persona o bienes, castigando a las personas que actuaron en forma dolosa y criminal, con todos sus agravantes y atenuantes.

La mayoría de las personas, afortunadamente, no nos vemos amenazadas por el código penal, pero no por ello actuamos siempre de forma ejemplar. Todos preferimos la verdad a la mentira, nos enfadamos si alguien nos miente, pero buscamos las más variadas justificaciones a nuestros propios embustes; preferimos la equidad al abuso, la virtud al vicio, la seriedad al desmadre, la fidelidad a la traición, etc. Pero no siempre somos justos y equitativos en nuestras relaciones con los demás, justificamos nuestros vicios, nuestras infidelidades, incluso nuestros abusos; quizás somos avaros, codiciosos, envidiosos, lujuriosos o vagos. Los tribunales no nos sancionaron por estas cosas pero no podemos sentirnos justificados ante nosotros mismos ni ante Dios.

Ya sé que no lleva mucho hablar de pecado ni de perdón, pero los delitos que persigue la justicia son también pecados. El viejo precepto de no hacer a otro lo que no quieras que te hagan ¿acaso está abolido? Necesitamos entrar dentro de nosotros mismos para ver nuestros fallos, hacer propósito de la enmienda y pedir perdón. No es suficiente la labor de todos los tribunales, si no cambiamos nuestras actitudes personales, tampoco cambiará nuestra sociedad.

Francisco Rodríguez Barragán





 


 

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