Estamos necesitados de esperanza
Hasta hace poco se repetía
mucho la expresión: estado de bienestar,
como algo conseguido o en vías de conseguirse. Ahora ya no se habla de
bienestar, quizás de malestar o de temor. Temor a no encontrar trabajo, temor a
perder el que tenemos, miedo al futuro, qué pasará con las pensiones, y tantos
otros temores que nos asaltan.
Siguiendo la moda del post,
post-modernidad, post-cristianismo, post-verdad, quizás tendríamos que hablar
del post-bienestar. Sigue abundando la riqueza, pero mal repartida, sigue
nuestro sistema democrático, pero cada vez más desprestigiado, siguen los
mismos partidos, diciendo las mismas cosas, pero sin ofrecer ningún proyecto ilusionante.
El europeísmo que levantó tantas esperanzas nos parece cada vez más como una
superestructura de poder sin alma ni futuro.
Dios ha desaparecido de nuestro
horizonte como esperanza de que, más allá de la muerte, nos espera para darnos
un mundo nuevo y una tierra nueva donde habita la justicia, donde ya no habrá
más llanto ni dolor, sino la contemplación gozosa de Dios mismo.
La lectura de este último
párrafo seguramente habrá hecho sonreír a más de uno que me reprochará que
quiero mitigar los temores de hoy con la esperanza en un mañana glorioso pero…
después de la muerte. Peor sería que tras la muerte solo halláramos el vacío,
la nada. Pero de todas formas, ante los problemas y desazones que enfrentamos
necesitamos una esperanza, un consuelo que no sea ilusorio.
Estamos en tiempo de adviento,
de espera, de esperanza, de que Dios hecho hombre siga estando entre nosotros, siga
señalando el camino para conseguir un mundo más justo y más fraterno. Si nos
empeñamos en construir un mundo diferente sobre el poder, el odio, o la
revancha con ideas ya fracasadas, cada vez nos alejaremos más de la paz que necesitamos.
Dios permanece siempre fiel y
atento a nuestros problemas, pero respeta nuestra libertad, con la que podemos
equivocarnos y hacer el mal y hasta llegar a echarle la culpa a Dios de
nuestras desgracias o tomar pie de ellas para negar que exista o que nos ame.
¿Qué podemos hacer? Necesitamos
confiar en Dios con paciencia y esperanza, elegir el camino que Jesús nos
indicó de amar al prójimo, amigo o enemigo, hasta llegar incluso a dar la vida
por los demás. Elegir el camino de hacerlo todo y soportarlo todo por amor,
exige constancia en la escucha de los demás. Nuestros prójimos, nuestros
próximos, necesitan ser escuchados y amados antes que culpados y regañados.
Hay que apostar porque venga el
reino de Dios, como decimos al rezar el Padrenuestro, y hay que oponerse a las fuerzas del mal que
lo combaten desde el poder político, financiero, corrupto o terrorista y desde
el poder de la propaganda con su capacidad de influir, de contagiar, de crear
opinión, de confundir. Naturalmente que oponerse a estos dos poderes no sale
gratis y habrá que sufrir la marginación, el silencio y hasta la persecución.
Aunque es lamentable que muchos
bautizados hayan dejado de sentirse cristianos no hay que darlos por perdidos.
Su filiación de hijos de Dios en Jesús puede revitalizarse en cualquier
momento. A ellos va mi llamada fraternal.
Francisco Rodríguez Barragán
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